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Y Franco, como Robin Hood

Es curioso que todo el mundo se pregunte qué pasará con el Gobierno si la candidatura socialista a las elecciones europeas recibe un fuerte varapalo el próximo 12 de junio, pero que nadie o muy pocos se formulen la misma pregunta, aunque en sentido inverso, sobre la oposición. ¿Qué pasará, en efecto, con la oposición si su triunfo en las europeas no es claro, rotundo o si, siéndolo, se ven empañado por una derrota en las andaluzas? ¿Qué pasará con la derecha si tampoco en esta ocasión triunfa? Porque rara vez se producirá una constelación tan propicia de circunstancias para que la derecha gane por fin de forma democrática en las urnas: un presidente con doce años de ejercicio;. un Gobierno que parece viejo con un solo año de existencia; un partido dividido y bajo sospecha, con una facción que no disimula sus pocas ganas de vencer, sacudido por escándalos que han afectado al. centro mismo del Estado, y ante unas elecciones en las que unos votantes fatigados, y deseosos de propinarles un correctivo, no se juegan nada.Una situación que nada tiene que envidiar a la que se encontraron los socialistas a comienzos de 1982, cuando su rival se hundió sin remedio en la división y la impotencia. Y sin embargo da la impresión de que, ante tal cúmulo de favorables eventos, esta derecha nuestra es incapaz de crear una corriente caudalosa de simpatía, ya que no de euforia o de entusiasmo, que le permita soñar con un triunfo arrollador. No se trata, claro está, de que sean indignos o fascistas, o de que no podamos imaginar a su líder en la cabecera del banco azul, como pretenden el Gobierno y sus corifeos; no, no es eso. Es más bien que cuando se ponen a hablar muestran tantas limitaciones, tal carencia de fuerza y de atractivo, que el público no adicto, más que sentir miedo por el lobo que viene, lo que siente es ganas de apagar y... vámonos.

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Se diría que la oposición sólo tiene fuerza para construir un discurso a base de signos de puntuación pero que, entre tantas exclamaciones e interrogaciones, se le ha abierto una vía de agua, un boquete fenomenal, por el que se esfuman todas sus energías. Entre el ¡váyase, señor González! y el ¿cuándo se va, señor González? los populares no saben qué decir. Aznar no habla, sino que cuando no se va por los cerros de Úbeda, sólo pregunta y exclama, lo que no deja de situarle en una posición desairada porque el otro al que se dirige el imperativo o el interrogatorio tiene todo el derecho del mundo a no obedecer y a no contestar. Y entonces, el preguntón exclamatorio se queda literalmente sin nada que decir, como quien, despertándose de un mal sueño, exclama: ¡ah!, pero ¿es que todavía está usted ahí, señor González?

Y es justamente ahí donde surge el problema. Porque si Aznar no dice nada, los de su partido, cuando hablan, muestran un despiste de tal magnitud que, de nuevo, más que infundir miedo lo que meten en el cuerpo es desaliento. Obsérvese, por ejemplo, el mensaje que la candidata número tres al Parlamento Europeo propone al electorado. Primero, que es muy moderna, porque es joven y porque mucha gente, admirada, le pregunta que cómo una chica como ella está en un partido como el PP, igual que antes a la monja cantarina se le preguntaba que cómo una mujer tan alegre podía haber tomado los hábitos. Y luego, cuando ya entra en materia, todo lo que se le ocurre decir es que , al fin y al cabo, Franco construyó muchas casas para los pobres.

Tanto leer a Ortega, tanto invocar a Azaña, tanto presumir de Marañón y Madariaga, tanto merodear como rateros por los caminos de la historia y reivindicar como propia la tradición regeneracionista, para que al final, cuando al joven lobezno dispuesto a caer sobre su presa se le pide que enseñe la patita por debajo de la puerta, nos diga, aflautando la voz, que Franco era como un Robin Hood que desplumaba a los ricos para dárselo a los pobres.

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