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El Joventut entra en la historia

Robert Álvarez

ENVIADO ESPECIALEl Joventut le dio esquinazo a la historia. En 40 fantásticos minutos desmintió todas las presunciones. La primera, su teórica inferioridad ante un rival ostentoso y que le podía soltar perfectamente alguna impertinencia sobre su menor estatura. La segunda, su presumible falta de empaque piara poner la otra mejilla en el momento único e irrepetible que supone un partido de tal calado. La tercera, que el baloncesto español se había quedado con la nata y el chocolate pero sin la guinda, tras 14 años de sequía, 5 finales y 2 semifinales perdidas en el torneo donde verdaderamente se bate el cobre del balonCesto continental. Había un ultimátum tácito. No se podía perder otra final. No se podía encajar el juego en blanco. Y el Joventut se redimió y redimió a todo el vecindario.

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El Joventut llevó el partido a su terreno. Obradovic, su verdugo yugoslavo de hace dos años, contagió a su grupo con su mirada ladina yendo de uno ara otro, corrigiendo lo que pasaba en la pista, profetizando el futuro al jugador al que iba a dar entrada, marcando la pauta. Y el grupo le respondió. Hubo goteras -en todos los partidos las hay-, pero llevó los cubos con una actividad frenética de un lado a otro y quedó a salvo de la tormenta.

Pudo cundir el desánimo. La puesta en escena fue impecable. Thompson y Ferran tomando la distancia para anotar ante un Tarpley y un Fasulas que esperaban el cuerpo a cuerpo. Rafael Jofresa zafándose de su defensor y aprovechando los bloqueos arriba para alimentar el marcador. Empujando a que Fasoulas se desquiciara y a que Tarlac cometiera su tercera falta nada más salir. Sin embargo, el Olympiakos mantenía su aliento en el cogote: 10-10. Un mínimo error, un paso en falso de Tomás Jofresa cuando entró en la palestra y se impuso la magnificencia del rival y del momento: 28-20.

Allí estaba Obradovic para corregir la forma en que Smith intentaba sujetar al certero y versátil Paspalj: "Ciérrale la línea de fondo". Y Smith le negó una parte de su terreno al genial jugador montenegrino. Reducido el mal mayor, el Joventut empezó a carburar con un ritmo controlado, rápido, incluso veloz, pero controlado. En cada momento, la opción adecuada. Cargó el juego sobre Ferran, que dejó fuera de juego a Fasoulas. Sometió a periódicos tratamientos de pegamento armado a Tarpley con salidas esporádicas pero vitales de Morales.

El Olympiakos empezó a sentirse incómodo, máxime tras la, certera resolución de la primera parte en la que Smith llevó el empate a 39 en el marcador, tras una jugada de pizarra, con un triple sobre la bocina.

Empezó el Olympiakos a sobrevivir a base de acciones aisladas de Sigalas. No es quién todavía el buen defensor griego para llevar el peso de los suyos. Y en la segunda parte Paspalj se quedó seco. Le descentraron las certeras faltas que recibió, todas en su momento justo, todas en respuesta a sus fallos desde la línea de tiros libres.

El partido se encogió. Se vivieron minutos y más minutos de sequía. El bíceps y la cabeza empezaron a imperar sobre la muñeca. Y el Olympiakos empezó a dudar de su suerte. Todo lo contrario que le sucedía al Joventut. Los griegos se paralizaron. Seis minutos, los seis últimos, se los pasaron sin anotar un solo punto. Un triple de Sigalas y un tiro Jibre de Tomic habían puesto un 53-57 en el marcador.

El Joventut también tuvo sus fallos en ese larguísimo tramo final. Pero empezaba a ver la salida del túnel gracias a varios rebotes de ataque y a una defensa numantina de su aro. Paspalj culminó su nulidad anotadora con cuatro fallos desde la línea de tiros libres. Un rebote de ataque de Villacampa, otro más de Ferran y una última opción que fue a parar a las manos de Thompson.

Faltaban 16 segundos. Thompson tenía los pies fuera de la línea de 6,25 metros. Los griegos, en una dinámica de tamaños despropósitos como los que se estaban viviendo hacía ya tantos minutos, le dejaron solo. Thompson elevó su humanidad de 2,03 metros de altura y metió el triple decisivo: 59-57. Quedaba tiempo para que Paspalj fallara un uno más uno. Faltaban cuatro segundos y ocho décimas. El rebote no lo pudieron sujetar ni Villacampa ni Rafael Jofresa.

El cronómetro, en un fallo demencial de la mesa de anotadores, no corría. El Olympiakos desaprovechó el regalo arbitral y un triple de Tomic hizo agua. Y el Joventut se liberó del insoportable peso de no haber conseguido su máxima razón existencial durante 64 años y redimió al baloncesto español.

De una forma drámatica, que no se olvidará nunca, el Joventut entró en la historia del baloncesto europeo.

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Sobre la firma

Robert Álvarez
Licenciado en Periodismo por la Autónoma de Barcelona, se incorporó a EL PAÍS en 1988. Anteriormente trabajó en La Hoja del Lunes, El Noticiero Universal y el diari Avui.

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