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El GATT: desarrollo económico y derechos sociales

ÁLVARO ESPINALa liberalización del comercio mundial, sostiene el autor, debe ir acompañada de una normativa laboral y social mínima en los países del Tercer Mundo para evitar una crisis global de. consecuencias impredecibles.

La pretensión de Estados Unidos de que la conferencia ministerial de Marraquech haga una declaración de intenciones relacionando las prácticas comerciales y las normas internacionales de trabajo en el programa de trabajo de la futura Organización Mundial del Comercio ha provocado la reacción de países como Brasil, que amenaza con impedir la firma del acta final de la Ronda Uruguay.Considero que esto es desproporcionado por dos razones: a) la legislación social del trabajo no es -como afirman los brasileños- un asunto de la exclusiva soberanía de cada Estado, puesto que tal cosa estaría en contra del compromiso adquirido por los países miembros de la OIT de respetar los derechos laborales básicos; b) los principales beneficiarios de la liberalización del comercio mundial son precisamente los países en vías de desarrollo.

El mercado global no puede convertirse en una jungla, sin ningún tipo de reglas sociales. Esto es hoy unánimemente sentido por la población de los países desarrollados. Por eso, los acuerdos del GATT deben complementarse con el respeto, por parte de todos los países beneficiarios, del acervo de libertades y condiciones laborales mínimas establecidas por los convenios básicos de la OIT.

Estos derechos y libertades laborales fundamentales, por su carácter generativo de otros derechos, constituyen la única garantía efectiva de que a medida que crece la riqueza de los países se produce también una distribución más equitativa de la renta en su interior. Sin ellos, la liberalización puede llegar a ser enormemente destructiva. Por esta razón, la liberalización progresiva del comercio mundial realizada a lo largo de este siglo sólo ha podido llevarse a cabo con una extensión paralela de los derechos sociales: al término de la I Guerra Mundial los acuerdos internacionales sobre temas laborales del Tratado de Versalles dieron lugar al nacimiento de la OIT y a la implantación de la jornada máxima de ocho horas.Para la Unión Europea no se trata de levantar ningún nuevo tipo de barreras proteccionistas, sino de establecer unas reglas del juego mínimas para garantizar que los beneficios del comercio mundial no sirven para que reaparezcan las aberrantes prácticas laborales de la revolución industrial. Esas son las garantías que deben ofrecerse a los países en vías de desarrollo: a) no se trata de imponer a nadie estándares salariales o de protección social que sólo el avance económico permite. Se trata de garantizar los derechos laborales básicos, y b) estas reglas mínimas del juego deben ser claras, objetivas, equitativas, establecidas democráticamente y gestionadas por organismos multilaterales -como la OIT y la OMC-, evitando cualquier unilateralismo.De otro modo, la reaparición de aquellas prácticas convertirían en inviables a millones de empresas respetuosas con los exigentes acervos sociales europeos, americanos y japoneses, con la inevitable vuelta de movimientos proteccionistas a que tal cosa obligaría. Por eso resulta imprescindible hacer compatible el comercio mundial, el estado social de derecho y los fundamentos del Estado de bienestar, evitando al mismo tiempo que la sobreexplotación de los trabajadores en países del Tercer Mundo aboque a la vuelta de la crisis de demanda por subconsumo.

La segunda razón es fácil de defender cuando se cumplen 35 años de la publicación de La estrategia del desarrollo económico, de Albert Hirschman, que revolucionó el pensamiento y el bagaje de políticas para impulsar el avance y la industrialización de los países en vías de desarrollo. Como se sabe, Hirschman se separó de la doctrina de desarrollo hasta entonces vigente en tres puntos: a) rechazó la doctrina del crecimiento equilibrado; b) negó que la mejor forma de impulsar el desarrollo fuera haciendo fuertes inversiones en infraestructuras y en capital fijo social, y, c) recomendó dinamizar el crecimiento, favoreciendo la entrada de inversiones extranjeras en actividades manufactureras muy próximas al consumo final.

Hirschman no negó la bondad del desarrollo equilibrado, pero pensaba que era irrealizable llevarlo a efecto en países escasamente desarrollados, en los que la capacidad de adoptar decisiones de inversión es precisamente el recurso más escaso. En estos países tampoco cabía aplicar la receta keynesiana consistente en inyectar un exceso de inversiones en equipamiento de infraestructuras, ya que esta política no puede desencadenar decisiones adecuadas do, inversión hacia adelante allí donde no existen reservas de inversión ociosas y escasean los empresarios eficientes. Por esa misma razón, la industrialización tampoco debía comenzar por las industrias llamadas básicas, que sólo son económicamente viables cuando aparece un mercado para ellas. La inversión en estos países debía provenir más bien -según Hirschman- del arrastre hacia atrás desde las industrias de demanda final.

Finalmente, la recomendación de abrir los países a la inversión extranjera, aunque se tratase tan sólo de inversiones en plantas de ensamblaje para los productos de demanda final -con el consiguiente aumento de la necesidad de importar los de demanda intermedia-, parecía concebida para satisfacer las necesidades de expansión de las empresas multinacionales, más que para facilitar el desarrollo de los países receptores. Y sin embargo, un tercio de siglo más tarde, las ideas de Hirschman han triunfado rotundamente en los países con mayor éxito en su desarrollo económico.

Los países menos industriafizados han comprendido que la industria tiene que desenvolverse desde su mismo nacimiento en un clima de fuerte rivalidad competitiva, para evitar el efecto flor de invernadero. Y una buena forma de nacer luchando es precisamente a través de los procesos naturales de sutitución de importaciones, aprovechando el mercado creado por las plantas ensambladoras. Empezar-por estas últimas constituía una buena senda para ir haciendo aparecer mercados accesibles para las empresas suministradoras de componentes y de materias primas, en un contexto de liberalización comercial.

Esta estrategia es también la más idóndea para inducir el encadenamiento de decisiones de inversión eficientes aguas arriba, cuando la mayor . densidad de manufacturas de demanda final proporciona un mercado suficiente para las de demanda intermedia. Hirschman aplicaba igualmente este razonamiento a las inversiones en insfraestructuras y en capital fijo social, una vez superados los niveles mínimos, sin los que el desarrollo económico no puede ni siquiera plantearse. Finalmente, la liberalización de los servicios era la única estrategia viable para ev , itar la dualidad económica.

Las recomendaciones de Hírschman son las que siguieron los países en vías de desarrollo que alcanzaron mayor éxito. No-es difícil, pues, explicarse la presión que han ejercido y el interés manifestado por los países menos desarrollados en el éxito de la Ronda Uruguay del GATT: abandonada la actitud defensiva, ellos son los principales interesados en la liberalización del comercio mundiál, como Hirschinan había previs-. to. En Marraquech habrá firma, finalmente.Álvaro Espina es vocal de la Dirección General de Política Económica."El mercado global no puede -convertirse en una jungla sin ningún tipo de reglas sociales"

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