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La última generación que vio el Liceo

Los niños que visitaban el teatro lírico creyeron que los evacuaban por mala conducta

A los 68 niños que visitaban el pasado lunes el Gran Teatro del Liceo de Barcelona les metieron en una sala, les pusieron un vídeo con fragmentos de La flauta mágica, y, claro, ellos pasaron de la función y empezaron a hablar. "Olíamos un poco a humo, pero creíamos que era el proyector", explica adustamente Roger. Por eso, cuando "una señora muy seria" -tal como la describe Marta- les ordenó que saliesen de la sala, ellos pensaron que les castigaban. "Empezamos a salir despacio, haciendo cofia entre nosotros, pero luego comenzaron a gritar que nos diésemos prisa y a tirar de nosotros". Alguno se asustó. El Liceo se quemaba mientras recibía a la última generación que lo vio tal como era.Los alumnos de séptimo curso de la escuela Mireia, situada en el Eixample de Barcelona, tampoco tuvieron ayer una jornada normal de trabajo. Algunos llegaron a clase con el periódico, que en primera página destacaba el incendio del que habían sido testigos. Y tuvieron que atender a la prensa y a la radio. Ni una señal de trauma. Marta, la más locuaz del grupo, lo dejaba claro: "Ya a la salida, pensamos: qué pena que el incendio no empezara cuando estábamos en el Salón de los Espejos, para atravesar los pasillos llenos de humo, como Indiana Jones".

El proyecto de visita al Liceo no era un plan que entusiasmara precisamente a los niños, que rondan los 13 años. "A nosotros la ópera no nos gusta, preferíamos ir al Camp Nou o al Palau Sant Jordi", coinciden prácticamente todos. Pero una vez dentro, el teatro les conmovió. "Impresiona mucho ver todos los palcos tan altos, el escenario", dice uno. "Yo Pensaba que íbamos a ver un teatro normal. A mí me llamaron la atención todos los detalles. En la platea había muchas liras", añade otro. "Cuando entras en la sala, es muy impresionante. Te sientes como una hormiguita", reitera -todos, quieren hablar- un tercero.

Una vez recorrido el teatro, en la última visita escolar que recibió el Liceo, comenzó el fuego. Eran, dice Roger, cerca de las once de la mañana. "Cuan do salimos de la sala de vídeo vimos que había humo, pero enseguida llegamos a la calle", añade Roger. "Había claridad pero estaba oscuro al mismo tiempo", dice Marta que percibió al alcanzar a- la calle.. Y había claridad porque el lunes en Barcelona fue un día soleado, y estaba oscuro porque el humo llegaba ya a la Rambla. Ni siquiera entonces pensaron que aquel edificio, que no era un símbolo para ellos ni nada que se le pareciese, se quemaba: "Cuando salimos a la calle, reímos, dijimos 'somos gafes', pero no creíamos que el incendio fuese tan grande".

Fue después, al ver los informativos de televisión, cuando supieron que el Liceo se había quemado. Jofre dice: "Mi abuela me contó que había ido de joven al Liceo, y casi lloró". A Jordi, su madre le contó que de pequeña iba al Liceo y que de mayor quería trabajar allí. ¿Estaba triste tu madre? "Sí, estaba muy triste", contestó Jordi.

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