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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Enfermo, no víctima

LA SESIÓN parlamentaria de ayer sobre la crisis de Banesto confirmó la necesidad de la intervención del Banco de España, a la que ningún grupo se opuso, y reveló los gravísimos defectos de la gestión de Mario Conde al frente de la entidad.Algunas cosas han quedado ya claras: que la enfermedad (de Banesto) es grave y que la infección se declaró en fechas recientes. Nada cabe objetar a la prudencia del médico (el Banco de España), que todos han reconocido, aunque no se hayan despejado del todo las dudas acerca de si actuó con la rapidez debida. La sesión parlamentaria tampoco aclaró si la recuperación exigirá sólo buen sentido y homeopatía, o bien una cura de caballo, aunque sí que la reflotación del banco es la primera prioridad de los nuevos gestores.

Sin metáforas: los datos ofrecidos ayer por el gobernador del Banco de España ratifican que el desequilibrio de Banesto era muy grave, al alcanzar las necesidades de dotación y saneamientos los 500.000 millones de pesetas. Cifra que por sí sola hacía inevitable una intervención urgente cuando dos tercios de esa cantidad habían aflorado en sólo un año. Lo subrayó el portavoz popular, al indicar que "no había otra posibilidad que la intervención del Banco de España".

El gobernador -flanqueado por el ministro de Economía, que se mantuvo en un segundo plano de apoyo, en consonancia con el principio de la autonomía de la autoridad monetaria- resultó bastante convincente a la hora de curarse en salud ante posibles críticas por haber intervenido demasiado pronto o demasiado tarde. La autoridad monetaria debe dar oportunidades a los bancos en dificultades para enderezarse por sí mismos; debe cargarse de razón antes de actuar, para salvaguardar la seguridad jurídica; actuar con rapidez y contundencia cuando el problema amenaza con contaminar a todo el sistema financiero, y tener siempre presente que la inspección de un gran banco resulta una tarea ingente.

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Ésos fueron los principios enunciados por Luis Ángel Rojo como imperativos de la autoridad supervisora del sistema financiero. Y con la relación de hechos subsiguiente demostró su cumplimiento. El detalle sobre las numerosas inspecciones y sus resultados, la narración de los distintos apoyos condicionados prestados por el banco emisor a Banesto en sus planes de reflotación y el frío análisis de la gestión de este último resultaron suficientes y abrumadores. De modo que ningún grupo parlamentario cuestionó seriamente, matices aparte, ni la necesidad de la intervención ni el objetivo de reflotar la entidad en dificultades.

A partir de ahora, quien atribuya la enfermedad al médico, y no al enfermo, como han empezado a hacer algunos medios cercanos a los antiguos gestores de Banesto, tendrá que explicar también que actúa a instancia de parte, y no desde la independencia de criterio. La teoría de que cuando una entidad tiene problemas la culpa es siempre de los demás -la situación económica, los tipos de interés, los enemigos políticos, los medios de comunicación o la aurora boreal-, y nunca de los gestores, es tan falaz como ridícula. Trocarse de verdugo de una entidad en víctima de una conspiración universal suele conducir al patético complejo Ruiz-Mateos. Es de suponer que la inteligencia y el instinto de conservación del ex presidente de Banesto Mario Conde, que sigue siendo el primer accionista individual del banco intervenido, le aconsejarán evitar ese error por mucho que algunos hagiógrafos suyos intenten empujarle al mismo.

Porque otra constatación decisiva de la sesión de ayer es que la gestión de estos últimos años en el banco intervenido ha sido catastrófica. "En 1989, Banesto estaba básicamente saneado", afirmó el gobernador. Ello indica que el agujero ha sido creado en cuatro años. Y, peor aún, el desequilibrio, cuantificado en unos 160.000 millones en el otoño de 1992, se multiplicó hasta los 500.000 millones actuales ¡en un solo año! O el engaño a la inspección fue infinitamente superior al habitual o la capacidad de arruinar la entidad del equipo de Conde resulta inenarrable. 0 ambas cosas a la vez.

La alocada carrera de expansión crediticia (cuando la competencia tentaba cuidadosamente la calidad de su inversión), la concentración de riesgo, el altísimo porcentaje de créditos morosos y dudosos, la inversión en sectores de alto riesgo y baja rentabilidad, el crecimiento de los gastos de explotación (en alto personal, imagen e informática), son algunas de las razones de la catástrofe. Es decir, todos los síntomas de una imprudente fuga hacia adelante, insuficientemente respaldada por una búsqueda de ampliaciones de capital que acabó a medio camino. Habríamos deseado que Rojo hubiera ofrecido más detalles sobre el desglose del ingente desequilibrio financiero de Banesto, sobre las cantidades dedicadas a los vicios principales de la gestión de estos años. Pero tendremos paciencia en la seguridad de que estos pormenores saldrán a la luz, lo que reforzará tanto la fe en nuestras instituciones financieras como el nerviosismo de muchos de los que, agonizante su gallina de los huevos de oro, quieren alimentar disparatadas teorías sobre conspiraciones políticas.

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