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Tribuna:EDUCACIÓN PARA LA SALUD / 1
Tribuna
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La salud en nuestro tiempo

El primero de todos los valores humanos es la vida misma y la primera de todas las aspiraciones es la salud, como condición previa para poder acceder en plenitud a cualquiera otra de las necesidades o aspiraciones de bienestar y felicidad del ser humano. Sin embargo, resulta imposible describir la salud con unos cuantos trazos, sobre todo dada la amplia y noble definición que de la misma se hace en la Carta de la Organización Mundial de la Salud: "Un estado de completo bienestar físico, mental y social, y no solamente la ausencia de afecciones o enfermedades". A lo largo de la historia, tanto las principales causas de mortandad como toda menor expectativa de vida se deben, en su origen, sobre todo a factores económicos y sociales. Así se explica que el espectacular crecimiento de la expectativa de vida en todos los países menos desarrollados del mundo se produjo después de la Segunda Guerra Mundial gracias a los grandes cambios sociales y económicos de aquel entonces, lo cual tuvo lugar por encima de los formidables avances farmacológicos y tecnológicos que, de forma ininterrumpida y creciente, ha experimentado la medicina a lo largo de este siglo para inmenso alivio de millones de pacientes.Una considerable mejora en la nutrición, junto a la muy decisiva extensión de la educación básica (alfabetización y educación primaria) y de las comunicaciones, incluida una mayor información sobre medidas de higiene personal, dieron lugar a un cambio global considerable durante la década de los cincuenta, todo ello pese a las gravísimas disparidades entre países ricos y pobres, así como en el interior de cada uno de ellos, y junto con una galopante explosión demográfica precisamente en el seno de los países más pobres.

Durante estas últimas décadas hemos presenciado un noble e inteligente esfuerzo por parte de la comunidad sanitaria internacional, nacional y local para consolidar y ampliar metódicamente estos logros, gracias a una mayor atención tendente a evitar hambrunas y pandemias, además de procurar dietas razonables y lograr agua potable para los más. de mil millones de personas que viven sometidas a la "ecología de la pobreza" en zonas rurales tropicales y, sobre todo, en zonas urbanas marginadas.

Por su parte, en los países ricos las cifras de expectativa de vida media han continuado en aumento, si bien una de las causas diferenciales de mortandad han venido siendo, por ahora, los accidentes de tráfico y laborales. Sin embargo, la verdadera plaga de los países más desarrollados de Europa, EE UU y Asia, sólo comparable a las plagas de la Edad Media, son las enfermedades llamadas "degenerativas" (por parecer exacerbarse con la edad) y, más en concreto, las enfermedades cardiovasculares y el cáncer, culpables de aproximadamente dos tercios de los fallecimientos en los países más industrializados. A este panorama hay que añadir los cada vez más numerosos millones de personas que sobreviven un mayor número de años gracias a sofísticadas intervenciones quirúrgicas y a costosos tratamientos permanentes.

Importa destacar, por lo tanto, que las causas de las enfermedades y de las muertes antes mencionadas parecen estar casi siempre claramente vinculadas, en mayor o menor medida, a un cierto estilo de vida y a las circunstancias del entorno o al medio ambiente. En todo caso, los datos disponibles permiten asegurar que los hábitos personales, tales como la dieta, la bebida, el fumar, o la ausencia de ejerci cio físico son las princinales razones de las muertes prematuras entre los más afluentes. Desde hace dos décadas y en relación con el análisis de la problemática global, es decir, de los problemas de alcance mundial y a largo plazo cuyo estudio inició el Club de Roma, se comenzó a identificar un número creciente de fenómenos ambientales, además de hábitos de la vida moderna, con grave y cada vez mayor incidencia en la salud. Así se determiné que los enfísemas y las bronquitis crónicas, por ejemplo, habían aumentado por la contaminación del tráfico urbano y potenciado por el tabaquismo; que los numerosos accidentes, suicidios y homicidios tienen claras raíces sociales; que la extensión de la drogadicción se relaciona en Occidente con valores contraculturales hedonistas; que la diabetes de origen genético se agrava con las dietas inadecuadas; etcétera. Cierto que la simétrica contrapartida en los países menos desarrollados ha seguido siendo aún más dolorosa por la injusticia de la profunda desigualdad de oportunidades ante la vida, con la consiguiente desnutrición, aguas infectadas, insuficiente atención sanitaria, bajo nivel de conocimientos y omnipresente desesperanza, sobre todo a causa de la muerte violenta, que es la gran lacra, incrementada en estos últimos años al punto que en algún país ya constituye la causa principal de mortandad.

Sin embargo, es apenas a lo largo de esta última década cuando se comienzan a considerar los efectos de los fenómenos ambientales y de los estilos de vida actuales sobre la salud, cuya gravedad y alcance está aún por determinar para poder sacar todas las consecuencias prácticas para las respectivas políticas de prevención y promoción de la salud, empezando por la educación para la salud.

En nuestro tiempo la salud se ve afectada, al parecer, muy especialmente por la contaminación ambiental producida por el propio hombre a través de la industria, la agricultura o el transporte, quien se convierte así, al mismo tiempo, en causa y víctima de sí mismo. Es un hecho reconocido que la contaminación ambiental está tomando proporciones alarmantes, desde cualquier perspectiva que se contemple, tanto en la atmósfera como en el agua o en la capa de la tierra, con tan graves consecuencias ya para la vida como la desaparición de miles de especies animales y vegetales.

Frente al hecho preocupante de la contaminación masiva, resulta, sin embargo, cada vez más difícil establecer un listado exhaustivo de las fuentes contaminantes y de su volumen, dado el número y diversidad de las mismas. De igual modo son numerosísimas las medidas que ya se consideran necesarias a corto y largo plazo para minimizar las consecuencias de tan importante contaminación generalizada, tanto más que, en lo que va de siglo, se ha multiplicado por más de 40 veces el impacto de la población sobre el medio ambiente, debido, sobre todo, a la industrialización, a los nuevos métodos agrícolas, y a los hábitos de derroche y de depredación al uso.

En tales circunstancias no consuela pensar que el impacto ambiental sería ahora cinco veces superior si todos los pueblos hubieran accedido entretanto a los niveles de consumo de los más industrializados.

Desde su fundación, la Organización Mundial de la Salud (OMS) se ha interesado vivamente por los factores ambientales y por sus efectos sobre la salud de los hombres. Sin embargo, es hace apenas unos pocos anos cuando se empiezan a constatar las consecuencias graves e incluso irreversibles que puede tener y acaso tiene ya la amplia y compleja degradación ambiental sobre la vida en nuestro planeta. Por ello, resulta lamentable que aún no se conozcan con suficiente exactitud tales fenómenos y efectos, en gran parte debido al gran número de factores variables que intervienen. Las cosas se complican, por otra parte, ya que no bastan los datos científicos o técnicos para hacer diagnósticos y tomar decisiones, puesto que también intervienen factores económicos, políticos, sociales o culturales. Lo que sí resulta incontrovertible es que cualquier modelo de desarrollo humano tiene que ser construido a partir de una política de salud. Por su parte, el desarrollo sostenible que proclamó como meta la Cumbre de la Tierra, en 1992 -según el cual la humanidad tiene que subsistir dentro de los límites de la "capacidad de sostenimiento" (carrying capacity) que tiene el planeta para garantizar el futuro de las generaciones venideras- exige adoptar un modelo ecológico de la salud en el marco de una verdadera visión a largo plazo sobre la salud pública del futuro.

En ese empeño, y cualesquiera que sean las circunstancias, conviene no olvidar nunca la interdependencia y unidad básica de lo fíisico, mental y social de cada ser humano. Las más graves agresiones ambientales al ser humano no son sólo de índole física o biológica, sino también psicológica o del espíritu, debidas a los cambios en las costumbres, valores, ritmo de vida, ruidos y oportunidades laborales, entre otros factores. Estos hechos se reflejan, sobre todo, entre los jóvenes, y se estima que, en los países más desarrollados, hasta un tercio de los jóvenes sufren depresiones, soledad y estrés, aparte de que hasta un 10% de las chicas y un 15% de los chicos son actores de actos de violencia, de tentativas de suicidio, de comportamientos sexuales de riesgo, de embarazos no deseados, de repetidos accidentes, de consumo de drogas y de alcohol en cantidades abusivas. En consecuencia, una minoría muy importante acumula los problemas en medio de la desesperación o de la apatía, fundamentalmente a causa de la crisis generalizada de valores éticos y morales, la incertidumbre laboral y la preocupación por un porvenir, todo lo cual, a su vez, es muchas veces reflejo del egoísmo y de la ignorancia, tan arraigados en nuestro tiempo.

También los adultos y las personas mayores sufren cada vez más frecuentemente de esos mismos efectos negativos para el factor psicosomático de su ser, además de ser actores de un ejemplo negativo que induce a los jóvenes a ciertas conductas indeseables.

Pero, además, el hombre moderno vive a un ritmo cada vez más acelerado impuesto por sus propias ambiciones y por el estilo de vida propio de las aglomeraciones urbanas, causa frecuente del estrés y factor de ansiedad desencadenante de muchas enfermedades psicosomáticas y, finalmente, orgánicas. Ni el cuerpo ni la mente del hombre pueden adaptarse a la larga a tantos y a tan rápidos cambios.

Ricardo Diez Hochleitner es presidente del Club de Roma

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