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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El caso de Garcia Calvo

Por EL PAÍS he sabido que Agustín García Calvo, sometido a una inspección de Hacienda, carece de fondos para poder responder a ella y en un anuncio pide ayuda a sus amigos y admiradores para hacer frente a esta responsabilidad. A mí me parecería muy bien que consiguiera de ellos esa ayuda de diez millones y medio de pesetas, pero ¿será posible que así ocurra? El problema, tal como yo lo veo, es mucho más radical. Agustín García Calvo ha sido el primer insumiso de la España contemporánea y no sólo ni principalmente porque no había hecho nunca la declaración de la renta y había pedido públicamente que no se hiciera. Recién conseguida desde Sevilla -donde también había dado pruebas abundantes de insumisión- la cátedra de Filología Latina de la Universidad hoy denominada Complutense, fue separado de ella -junto con Tierno Galván y conmigo- por haberse puesto al frente de una manifestación estudiantil que, en plena época franquista, demandaba nada menos que "democracia universitaria".Agustín García Calvo, yo diría sin exagerar y lo he dicho ya en otras ocasiones, se adelantó no ya a la revolución de mayo del 68 en París, sino a la de la década de los sesenta en Estados Unidos y, dentro de ellos, en California. Fue, lo repito, un insumiso de siempre, coherente consigo mismo en su vida y en su obra. Comprendo que se puede estar en disconformidad con él, pero también pienso que hombres como él nos son necesarios. La acracia establecida es, sin duda, un mal y un mal contradictorio, pero necesitamos de cuando en cuando gentes que digan no y que, coherentes consigo mismos, lo digan -y hagan- en todo y a todo. ¿Por qué, si no, hemos celebrado la revolución de mayo del 68 de "Seamos realistas: pidamos lo imposible"? Estoy convencido de que es una revolución dentro del Partido Socialista lo que necesitaríamos para que éste se regenerara completamente. Y que pequeñas revoluciones, es decir, ruptura con las normas, ajenas o propias, a las que nos sometemos, nos vendrían de vez en cuando a todos bien. No se trata, repito, de hacer aquí el elogio de esa contradicción, que sería una democracia ácrata, pero sí de admitir casos, como el presente, de un testimonio coherente a lo largo de toda una vida y más en una época como la nuestra, demasiado sometida a la conformidad, el consumismo y las cuentas todas aparente, aunque falsamente, hechas.

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Lo que he visto

Por supuesto que el ideal, en la resolución de este caso, sería la solidaridad capaz de reunir esos diez millones y medio entre los amigos, admiradores o sin ser lo uno ni lo otro, convencidos de la especificidad de este caso. Pero si, como es de temer, eso no se consiguiera, el indulto ante este caso especialísimo, o bien la propuesta de un ciclo oficial de conferencias remunerado con diez millones y medio de pesetas serían válidas alternativas.

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