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Alberto de Lieja jura hoy como rey de Bélgica en un clima de incertidumbre

Lluís Bassets

El príncipe Alberto de Lieja, de 58 años, se convertirá hoy en el sexto rey de los belgas, al jurar la Constitución y comprometerse a preservar la integridad e independencia de Bélgica. Alberto II es aún un misterio para los belgas, a los que múltiples signos habían convencido de que el sucesor sería su hijo Felipe o su hija Astrid. Aunque el rey no tiene poder efectivo, es el símbolo de la unidad y cuenta con márgenes de influencia en una vida política muy fragmentada, en la que son normales los Gobiernos de coalición con cuatro partidos. Balduino puso el listón muy alto a su hermano durante los 42 años de su reinado, en los que Bélgica se convirtió en Estado federal y se preservó la difícil unidad de flamencos y valones.

El nuevo reinado se abre, bajo el signo de la incertidumbre. No se sabe si Alberto de Lieja aceptó la corona con voluntad de cumplir el mandato constitucional mientras cuente con capacidad, o si es sólo un reinado provisional a la espera de que su hijo mayor, Felipe, de 33 años, contraiga matrimonio y termine su maduración. El nuevo rey nunca se había pronunciado sobre esta cuestión, pero todo el mundo, incluidos los políticos más allegados a la familia real, daban por hecho que el príncipe de Lieja no estaba interesado por la corona.Las especulaciones crecieron con la terminación de la formación de Felipe y con la abrogación de la ley sálica en 1991, que cerraba hasta entonces el paso a la segunda hija de Alberto y Paola, Astrid, que cuenta ya con descendencia.

La aceptación de Alberto ha sido interpretada en clave de estabilidad política y de unidad de Bélgica. El joven y vacilante Felipe no hubiera dado aún la talla para enfrentarse a la torturada vida política belga y a los complejos contactos con Gobierno y fuerzas políticas, absolutamente imprescindibles para el ejercicio de las funciones de arbitraje y de mediación.

El desafío que tiene Alberto II ante sí es enorme, y los belgas están convencidos de que por su edad y experiencia tiene más posibilidades que su hijo de dar respuesta adecuada y preservar la unidad de Bélgica. Pero los ciudadanos observaron con preocupación apenas ocultada las imágenes televisivas de las exequias del sábado, en las que se ve a un hombre abrumado por la pena y que no puede contener la emoción durante toda la ceremonia, en abierto contraste con la entereza de Fabiola. Su alocución de hoy ante los representantes del pueblo será leída con lupa para descifrar todas las incógnitas que plantea este rey inesperado y desconocido.

Integridad e independencia

La ceremonia de hoy se halla en el mismo centro de la vida política belga. El soberano jura la Constitución ante la Cámara, formada por los diputados y los senadores, y promete defender la integridad y. la independencia nacional. La fiesta nacional, el 21 de julio, conmemora el juramento de la Constitución efectuado por el príncipe alemán Leopoldo de Sajonia-Coburgo y Gotha en 1831.El primer soberano, tatarabuelo del fallecido Balduino y de Alberto II, utilizó las siguientes expresiones para referirse a la Constitución liberal de los belgas: absurda, mala broma, calamidad, insensatez, monstruosa e infernal. Pero siempre lo hizo en privado y cumplió correctamente con su papel de rey constitucíonal.

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El rey es también el comandante supremo de las fuerzas armadas. De ahí su compromiso se defender la integridad y la independencia del país, que el fundador tuvo que aplicar ante los vecinos holandeses y sus dos descendientes, Alberto I y Leopoldo III, ante los alemanes en las dos guerras mundiales.

El caracter militar de la corona belga, que se desprende de la Constitución, tendrá inmediata expresión ceremonial, después de la jura ante la Cámara. Alberto II acudirá a la tumba del soldado desconocido, donde será recibido por los ex combatientes y pasará revista a las tropas. Alberto II recibió las máximas graduaciones militares belgas por un decreto del Consejo de Ministros hace justamente una semana.

La ceremonia de hoy estará todavía marcada por la semana de intensa emoción que ha vivido el país. Es difícil no interpretar la conmoción suscitada por la muerte de Balduino como un signo político que pesará fuertemente en los próximos meses sobre la vida nacional y sobre el nuevo soberano.

El rey, con su poder escasísimo y sus enormes recursos simbólicos, ha aparecido como la alternativa de adhesión popular en el momento de máximo desprestigio de la clase política y de mayores dificultades para comprender la alambicada estructura de las instituciones belgas.

El problema consiste ahora en saber si Alberto II sabrá utilizar el mismo registro, alcanzar la popularidad y el prestigio de su sucesor, y convertirse de nuevo en garante efectivo de la unidad del país.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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