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El Nano...

Semblanzas del niño desaparecido hace un año y del amigo que lo mató

Francisco Peregil

A Nano sólo le llaman Jesús la abuela y la madrina. Sus 13 años han discurrido entre apodos y grandes mentiras. Creció con la idea de que el padre le abandonó aquel día en que cogió la moto para ir a por tabaco. Aún gateaba cuando los vecinos del bloque de Villaverde donde - vive, patio interior, desconchados, Camarón por la mañana y El Precio Justo por la noche, comenzaron a creerse y difundir lo del tabaco. Efectivamente, aquel drogadicto anunció que iba a comprar unos cigarrillos, pero ése, según relatan los amigos de Toñi, la madre, y los abuelos, no era el padre de Nano, sino de Richi, su hermanito de 10 años. El verdadero padre, según esa versión, lo había abandonado antes de nacer. Entonces, la madre decidió pasar una temporada en Levante y de allí regresó con el apodo de Nano como recuerdo turístico-lingüístico de la terreta. Se lo entregó a los abuelos diciéndoles que no podía hacerse cargo de él, que lo cuidaran por unos meses. Y los meses se convirtieron en anos. Cada cierto tiempo ella los visitaba cuando compraba droga en una esquina cercana. Alguna vez topaba con el Nano, como pocos días antes de que lo detuvieran, le estampaba un beso en su cara de niño arisco, y le regalaba 1.000 pesetas a repartir con Richi. De vez en cuando los visitaba en casa de los abuelos, con el vientre inflamado por la llegada de algún hermanastro de Nano. Pero qué grandes estáis, haced los deberes, a ver si os portáis bien, y otras frases de familiar que llega de visita: ésas eran las que recibieron de su madre.

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... y Juanjo

Sorda y medio ciega

Entre los abuelos y su tío El Chori -un muchacho con imagen de buena persona- Nano aprendió a regresar del cole con Richi de su mano, más flojo de cuerpo y carácter, a limpiar la casa, fregar y hacer la compra. Engracia, la abuela, se ha quedado sorda y medio ciega, pero sabe que muchas abuelas de dinero quisieran para sus nietos una carita como la del suyo. Ya era guapo de pequeño, cuando Jesús el electricista y María de las Mercedes, los vecinos del tercero, accedieron a apadrinarlo. La madre había prometido que si salía varón lo bautizaría con el nombre del padrino. Hace pocas semanas, cuando el matrimonio tenía que dejar la casa sola por vacaciones, Nano se quedaría a cargo de la casa. María de las Mercedes le advertía: "No dejes pasar a tu madre, ni se te ocurra". No se le ocurría. Y ya se cuidaba el abuelo, Antonio el fontanero, de que así fuera.Pero al anciano se le escapaban aquellas ocasiones en que algún vecino de 17 años como David le pegaba a su nieto y el niño subía a casa a por una navaja y bajaba con ella. "Cuando lo vi", relata David, "le dije, 'anda vete, que todavía te vas a llevar más hostias. Y se fue, no hizo nada".

Tampoco sabía Antonio que cuando su nieto salía de casa se iba incluso hasta Getafe o Leganés a jugar. Sin embargo, la familia de Juanjo, el niño al que presuntamente mató Nano, presume de que a él nunca le dejaban ir tan lejos.

Se conocían desde muy pequeños, compartían colegio y rabonas, y en los dos últimos meses hasta meriendas en casa de la tía de Juanjo. El día del crimen Juanjo se burlaba una vez más de Richi. Nano intentó proteger al hermano, y entonces Juanjo insultó a la madre de los dos.

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A partir de aquella tarde vendrían las cámaras de televisión, las acusaciones. de los compañeros de colegio, y aquel día en que los profesores sacaron a los niños al recreo para pedir un minuto de silencio por las tres niñas de Alcàsser. Nano pidió entonces otro minuto para Juanjo.

Y mientras tanto, a soportar los insultos de los otros niños -asesinopooo, asesinooo-, los interrogatorios de las tías de Juanjo, que lo paraban en la escalera y le decían: "Nano, has sido tú, asesino", y él que se ponía blanco, temblaba y decía: "¿Cómo voy a hacerle yo nada? Yo no he hecho nada". Carlos, otro niño del barrio, comenzó a contar que, al día siguiente de la desaparición, Nano le dijo que Juanjo no jugaría más con él, que lo acababa de matar. Pero Carlos no dijo nada porque, según él, de lo contrario le cortaría el pescuezo.

Casi al año de la tragedia, surge la idea de una acampada en Castilla-La Mancha. El abuelo lleva a Nano y Richi hasta el autobús que parte del estadio Bernabéu. Ya entre las tiendas de campaña, se monta una pelea y Nano le advierte a otro chiquillo que no lo cabree porque una vez mató a otro y puede matarle a él. Empiezan a preguntarle, y se delata. Confiesa el lugar donde lo enterró, lo llevan a la policía y rompe a llorar. La travesura había concluido.

Desde aquel 9 de agosto en que enterró a su amigo, le ha dado tiempo a sufrir demasiadas pesadillas. Ahora comienzan las del abuelo. Carlos, el niño al que supuestamente amenazó Nano para que no dijera nada, ha denunciado ante la policía que Antonio, el abuelo fontanero, llegó incluso a pegarle para que callase.

Cuando dentro de dos años salga del centro de menores donde lo han internado, tal vez Nano quiera que le llamen siempre Jesús.

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Sobre la firma

Francisco Peregil
Redactor de la sección Internacional. Comenzó en El País en 1989 y ha desempeñado coberturas en países como Venezuela, Haití, Libia, Irak y Afganistán. Ha sido corresponsal en Buenos Aires para Sudamérica y corresponsal para el Magreb. Es autor de las novelas 'Era tan bella', –mención especial del jurado del Premio Nadal en 2000– y 'Manuela'.

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