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Entrevista:

"No hay nada que sustituya al negro sobre blanco"

Peter Mayer, presidente de Penguin, cree que los libros sobrevivirán a la amenaza electrónica

Guillermo Altares

Peter Mayer (Londres, 1936, aunque adquirió la nacionalidad estadounidense en 1945) es el presidente de uno de los grupos editoriales más importantes del mundo: Penguin Books Limited. Clásicos, libros infantiles, todos los autores que se puedan imaginar en ediciones de bolsillo. Penguin es más que una editorial. Es un pedazo de la cultura universal convertida en papel impreso y distruida en todos los rincones del planeta. Mayer ha venido a España para participar en un seminario de los cursos de verano de la Universidad Complutense de Madrid, en El Escorial: La edición en Europa, dirigido por el responsable de la editorial Alfaguara, Juan Cruz, que se desarrollará hoy y mañana.El presente, el futuro, el pasado del viejo arte de editar libros, los cambios, las nuevos soportes, la búsqueda de los lectores -en la que no se puede despreciar lo que se considera cultura popular-, son algunos de los puntos cruciales a los que se tendrán que enfrentar los editores en unos tiempos en los que la imagen y la informática parecen ganar puntos sobre: el viejo papel impreso. Pero Mayer lleva demasiados años en el oficio -más de 35como para creer que estas amenazas representen un verdadero peligro. "Los libros tienen hoy más competencia: la televisión, que ahora puede ser interactiva, el vídeo, las publicaciones electrónicas; pero ya sobrevivieron al cine mudo, al sonoro, en color, a los discos. Tienen que tener algo especial que-no ofrecen esos otros medios".

"Es posible que el negocio de los libros tal y como lo he conocido cambie, se haga más pequeño, y algunas áreas, como los libros de referencia, puedan llegar mejor a los lectores a través de otros medios. Pueden cambiar los materiales; pero esos nuevos soportes necesitarán creadores que piensen cómo se puede comunicar mejor una idea o una historia. Cuando se inventó el cine, la gente no dejó de leer. En un libro de historia o de filosofia hay una información a la que no se puede acceder de una forma tan profunda como a través de un libro: uno se puede detener en la lectura y volver sobre un párrafo. No creo que haya nada tan interactivo como un libro", añade este editor que ha oído tantas veces que iban a desaparecer cosas -la novela, el teatro- que siguen vivas que se ha convertido en un escéptico optimista.

Ni siquiera los discos ópticos, capaces de solucionar los eternos problemas de espacio que provocan los libros, son una amenaza. "No es lo mismo mirar una pantalla que leer un libro. No hay nada igual, incluso si se tienen pantallas repartidas por toda la casa, como leer en un sillón, en la cama. Y los aparatos pequeños no dan una buena definición. No hay nada que sustituya al negro sobre blanco en una página impresa".

Mayer está acostumbrado a sobrevivir a los cambios, a los nuevos tiempos. Cuando llegó a Penguin, en 1978, el futuro de esta editorial, que ya era una institución, estaba amenazado. "Muchos de nuestros libros venían de otros editores. Éramos sobre todo unos reimpresores de los mejores libros de los demás; pero los editores de los que tomábamos nuestros títulos empezaban a recuperarlos porque fundaban sus propias colecciones de bolsillo y estábamos apunto de perder lo que habíamos hecho en casi 40 años. Así que tuvimos que comprar otras compañías, editar más títulos originales y cambiar nuestro enfoque para seguir siendo nosotros. Ahora casi todos nuestros libros son propios porque las colecciones de bolsillo necesitan cada vez más títulos, más madera para la hoguera".

El enfoque que Mayer ha querido darle a su grupo representa también una nueva forma de concebir la cultura, una palabra no tiene por qué estar reñida con una concepción comercial del trabajo editorial. "Les estoy pidiendo a mis editores que no confíen sólo en lo que viene de fuera; sino que creen obras desde dentro y que piensen no sólo desde sus concepciones culturales, sino también en lo que necesitan y quieren los lectores. Esto significa un contexto mucho más comercial y una forma mucho más democrática de entender la edición. El hecho de que muchas veces se decide, desde una concepción de la alta cultura, lo que es bueno para la gente puede ser la razón por la que las audiencias masivas se autoexcluyen de la cultura libresca. Si no consigues que los lectores vayan a los libros tienes que llevar los libros a los lectores".

"Lo que es o no es alta cultura tiene una base muy subjetiva y sólo se podrá saber su importancia real después de cincuenta años. No creo que sea fácil saber dónde estamos cuando estamos ahí. En los años dorados de Hollywood. se hacía una película cada semana y se producían exclusivamente para ganar dinero. Si vamos a cualquier filmoteca de una universidad veremos que se han convertido en clásicos. El tiempo decide lo que vale y lo que no. No hay que ser esnobs con el gusto popular".

Para Mayer, el hecho de que la cultura tenga que depender del comercio para sobrevivir no es, ni mucho menos, una desventaja. "En las pequeñas editoriales históricas, los empleados cobraban menos que en los grandes grupos de ahora. Una parte importante del trabajo de un editor es hacer público s textos, y ser muy bueno en hacer que la gente vea que el libro está ahí, en que se lo compren, poniendo una buena portada, un buen precio. Quizá estas cosas sean menos culturales, pero forman parte de nuestro oficio. No le tengo miedo al comercio, sino a la gente que no sabe comerciar bien".

Esta teoría también se aplica a las librerías. "Las pequeñas librerías son muy agradables para la gente que se encuentra a gusto entre los libros. Pero sus responsables no animan al resto a que se acerquen, y si uno no sabe pronunciar correctamente Lope de Vega es corregido. Quizá sean necesarias librerías menos románticas, donde los libros estén como en un supermercado; pero a las que pueda acceder todo el mundo sin que les regañen por una falta de pronunciación".

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Sobre la firma

Guillermo Altares
Es redactor jefe de Cultura en EL PAÍS. Ha pasado por las secciones de Internacional, Reportajes e Ideas, viajado como enviado especial a numerosos países –entre ellos Afganistán, Irak y Líbano– y formado parte del equipo de editorialistas. Es autor de ‘Una lección olvidada’, que recibió el premio al mejor ensayo de las librerías de Madrid.

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