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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un director y una orquesta perfectos

El primer concierto de la Sinfónica de Chicago, bajo la dirección de Daniel Barenboim para el público de Ibermúsica ha constitudio un triunfo aclamatorio, tanto para la orquesta como para un maestro cuyo pensamiento interpretativo escala las más altas cotas de madurez. No es prueba liviana demostrarlas en un programa de música tan objetiva como es una sinfonía de Haydn y otra Bruckner.Desde que conocí a Barenboim, aquel muchacho pianista de los años cincuenta, pensé que podría hacer en música todo cuanto quisiera. Ya lo tenemos ahí convertido, a sus 50 años, en una de las batutas señeras del siglo XX y dispuesto a serlo de buena parte del XXI. Cuando entre la nueva centuria probablemente será Barenboim el único nexo, el casi solitario heredero de una tradición que desde Mahler, Furtwängler y demás fundadores impone sus conceptos hasta Barenboim.

Orquesta Sinfónica de Chicago

Director: Barenboim. Obras de Haydn y Bruckner. Auditorio Nacional. Madrid, 2 junio.

Habrá por supuesto, los hay ya, grandes conductores, pero de muy distinta fisonomía. Hace tiempo que Joaquín Rodrigo estableció agudamente la diferencia entre directores y conductores, entre los más hondos servidores de la música y los que asumen espectacularmente su protagonismo. El director -maestro era llamado con precisión- no erige su propio monumento sobre el pedestal de las partituras; por el contrario, su máxima ilusión sería desaparecer tras ellas una vez que consiguió retornarlas a la vida. Para ello se precisa un instinto que el saber agranda, una superdotación, un afán de descubrimiento y una aguda inquietud por la búsqueda de la verdad.

Ya sabemos que en arte no hay sólo una verdad, mas la misión del intérprete es actuar de manera que su verdad parezca la única posible. En todo caso, la música tiene sus exigencias y una vez en marcha impone, desde sus propios fenómenos, el camino a seguir. Dar con las premisas sustanciales y recorrer con firmeza ese camino no es tarea fácil. Cuando se logra, queda establecida la comunicación profunda y auténtica con el público.

La verdad de la música vale por sí misma y, como suele decir Barenboim, es imposible definir con precisión la belleza de un sonido o de una organización sonora. La expectación reside en el silencio previo, ideal anacrusa del discurso musical que inaugura el orden entre el hombre y el tiempo, razón primera de toda música. No teorizo, intento explicar, como mejor puedo, lo que Barenboim y la fabulosa Orquesta de Chicago realizaron ante nuestros oídos atónitos y nuestra sensibilidad alertada. La Sinfonía en Do mayor, de Haydii, y la Cuarta en Mi bemol, de Bruckner, se resisten a cualquier especulación extramusical; la arruinan desde su propia grandeza. ¿Detalles? Todos los necesarios para acceder a la perfección a lo largo de casi dos horas de arte vivo, palpitante y de conturbadora hermosura.

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