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Navegar o flotar

El huracán de acontecimientos históricos en el que estamos inmersos, avivado por la dificil coyuntura de recesión económica, está creando una tentación que conviene debatir abiertamente: ¿merece la pena seguir o es mejor abandonar el esfuerzo de construcción de la Unión Europea?No otra es la opción que subyace tras el creciente enfrentamiento dialéctico sobre la convergencia como navegación o la conveniencia de la flotación como alternativa. Ya que se utilizan términos náuticos, conviene no olvidar que el sentido de la convergencia es dirigirse dos o más para encontrarse en un punto, para lo cual es preciso fijar un rumbo con objeto de alcanzar el destino escogido. El buen puerto es la Unión Europea -unión política, económica y monetaria-, que no es un solo objetivo programático de partido o de gobierno, sino una decisión de las Cortes Generales. Es legítimo contestar políticamente este destino final, pero ello exige plantear la denuncia del tratado. De no ser así, hay que ver cómo nos aproximamos y acompasamos el ritmo de avance. Por seguir con el símil marítimo, saber si optamos por capear solos el temporal o nos mantenemos en un convoy que nos proporcione seguridad y ayuda, y guía en la navegación. Lo que no se puede es fijar un destino y navegar en sentido contrario o quedarse al pairo.

Y la mar en que navegamos es arbolada. Vivimos en un marco de libre circulación de capitales, en un mercado mundial que no cesa gracias al desarrollo de las redes informáticas, en el que cada día se mueve un billón de dólares (es decir, unas tres veces el PNB español), del que aproximadamente sólo el 5% corresponde a intercambio real de bienes y servicios. Además, en los mercados financieros. rige la ley que los antiguos definían de un dinero con "corazón de conejo y piernas de liebre". El mercado tiende a ajustar y racionalizar a medio plazo, lo cual no quiere decir que no sea estúpido o histérico a corto plazo. Por eso sorprenden algunas voces que piden que volvamos a quedamos solos, o que flotemos... (¿con qué salvavidas?). Incluso si se añade el lacerante problema del paro, hay que saber si nadando y bregando solos podemos salir adelante en mejores condiciones. Cuando hasta en el mítico Japón se está procediendo a despidos masivos en las invencibles samurais, no es exagerado afirmar que la situación global es dificil. Y la experiencia de los países comunitarios que se han visto obligados, muy a su pesar, a flotar solos en alta mar no es nada halagüeña.

En el marco europeo, además, vivimos en un área económica muy integrada, lo cual plantea la pregunta de cuáles son los márgenes de que disponemos. Pedir salirse del sistema como solución a través de la "devaluación competitiva" supone negar la esencia del mercado interior y de la coordinación de políticas económicas y monetarias porque, genera una reacción en cadena desintegradora y un endoso de las facturas. Frente a esta opción, conviene recordar que la Unión Económica y Monetaria reflejada en el Tratado de Maastricht se basa en una cultura, de estabilidad en la línea alemana y supone una "desinflacíón competitiva".

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Cultura de estabilidad que no se apoya únicamente en el mayor o menor acierto o destreza del Gobierno de turno, sino que reposa sobre tres pilares: la estabilidad monetaria, con la gestión monetaria de un banco central autónomo; la estabilidad presupuestaria, a través de una gestión compartida por el Estado federal, los länder y los municipios, y la estabilidad tarifaria, fruto de un sistema de negociación colectiva entre interlocutores poderosos. Por tanto, se trata de un equilibrio en el que participan diversos agentes y varias esfera! vertebrando la sociedad civil. Cultura que es fruto no tanto de una infalible racionalidad teutónica cuanto del aprendizaje de amargas experiencias de hiperinflación, crisis y aventuras suicidas. Paradójicamente, el problema principal con el que nos enfrentamos hoy es que, como consecuencia de la unificación alemana, todo el mecanismo está siendo sometido a fortísimas tensiones y está viviendo' un desequilibrio interno dificil de encauzar. La divergencia, de tipos de interés entre las monedas reserva, de 6% en promedio en 1992 entre dólar y marco, debido a la política alemana de elevados tipos de interés para atraer capitales con que financiar el proceso de unificación, ha influido poderosamente, y la negativa del canciller Kohl de aumentar los impuestos a corto plazo mantiene el desequilibrio.

En su momento, algunos defendimos la tesis de que habría que manifestar la cohesión comunitaria contribuyendo abiertamente a la financiación de la unidad. Lo estamos haciendo ahora, por otras vías, con más tensión y más costes. Lo que está claro es que no hay salvación al margen, como lo comprobaron en sus carnes los socialistas franceses en 1983, o como lo están comprobando en las suyas los conservadores británicos. En la Comunidad actual, el que sale paga, y no cabe ni la salvación individual ni la devaluación competitiva. Salirse supone perder la posibilidad de incidir en la fijación del rumbo y quedarse al pairo en una actitud pasiva y dependiente de los embates del mar.

Otra cuestión que cabe plantear es si una vez fuera se va a responder mejor a los problemas de fondo. Los famosos criterios de convergencia no son las tablas de la ley ni un yugo impuesto desde Bruselas; son normas de gestión prudente que en cualquier caso habría que aplicar.

Y aunque no se diga, exigen cambios de comportamiento profundos en la sociedad; por ejemplo, en relación con la inflacion, ya que suponen que muchos sectores industriales y de servicios van a tener que dejar de redondear sus resultados gracias a un empujón vía precios. Y la actitud social frente a la inflación -el caminar de los precios- puede cambiar: los alemanes tienen grabada en su memoria colectiva la hiperinflación de los años veinte, y los franceses han cambiado radicalmente su actitud en los últimos años. Por otra parte, el que el dinero sea más barato en España es un objetivo deseable para todos, sobre todo para industriales y consumidores, pero qué duda cabe que requiere un dramático proceso de racionalización y mejora de nuestro sistema financiero.

En cuanto al déficit y el endeudamiento, el problema es el de la creación de una moneda única. ¿Estamos dispuestos a aceptar como aportación al acervo común el pagar el endeudamiento actual italiano o belga?

Ciertamente, no pueden ser sólo éstos los criterios. Faltan otros muy sensibles, como el desempleo, que se está convirtiendo en el prioritario en toda la Comunidad. En este punto conviene hacer una precisión previa: con el nivel actual de desarrollo científico y tecnológico, la generación de empleo requiere políticas voluntaristas que tengan en cuenta factores como la incorporación de la mujer al mercado de trabajo, el acceso de los jóvenes al mismo y también el reparto social del trabajo. Un marco laboral concebido en una sociedad industrial estable no permite dar respuesta a esta situación problemática, y requiere una profunda readaptación. No se puede hacer depender sólo la generación de empleo de la recuperación de la coyuntura económica, aunque sin duda éste sea el factor más poderoso de generación de empleo. Y a corto plazo, el método más eficaz es la iniciciativa comunitaria de crecimiento, criticable por sus insuficiencias, pero que además de proporcionar cofinanciación ayuda a cebar nuestros principales mercados.

Si al panorama económico se le añade la situación política del continente, no es exagerado concluir que el destino de Europa está pendiente de un hilo...

O bien avanzamos para consolidar la Unión Europea como núcleo central del continente, o bien nos replegamos, lo cual conduciría a una escalada de proteccionismo, nacionalismo e insolidaridad de cuyo amargo desenlace hay dos experiencias en este siglo. Aunque el, debate de fondo sea más amplio, se pueden extraer algunas indicaciones útiles para poder capear con éxito el temporal actual y seguir avanzando hacia la Unión Europea. Éstas son:

1. La Unión Económica y Monetaria es un elemento imprescindible de la Unión Europea y exige un trabajo de creación y elaboración decidido. Es preciso poner rápidamente en marcha el instituto monetario (que se debe basar, como el futuro banco central, en una estructura de tipo federativo), con instrumentos de equilibrio y corrección que aprovechen las, lecciones de la última etapa, y, sobre todo, con una voluntad de hacer que el ecu salga de su actual estado de orfandad. No se puede vivir pendiente sólo de la reunión del consejo del Bundesbank, exigiéndole una misión estabilizadora europea que desborda sus propios estatutos.

2. En este sentido, tenemos que aceptar como normal entre los comunitarios el ejercicio de un cierto droit de regard -de opinión y consejo al vecino- para poder resistir juntos. Si el objetivo final es unir nuestros destinos, tiene sentido ir compartiendo penas y alegrías en la etapa prematrimonial. En el caso concreto de Alemania, es urgente que se pueda disciplinar presupuestariamente el esfuerzo unificador. No se resuelve el problema sólo embridando la política monetaria, sino actuando en todos los niveles de estabilidad: presupuestos federales, regionales y municipales, y negociación colectiva patronal-sindicatos. Ése es el desafío del Pacto de Solidaridad.

3. En el caso de España, la estructura constitucional democrática nos ha dotado de un sistema político que permite fundamentar la cultura de la estabilidad. Aunque no esté todavía consolidada -necesita una mayor articulación del entramado autonómico y del sistema de relaciones industriales-, ésta puede ser la ocasión para dar un paso decisivo -los alemanes no inventaron el sistema de la noche a la mañana- haciendo que el plan de convergencia sea un esfuerzo compartido y negociado. En una sociedad cada vez más abierta, los interlocutores políticos y sociales tienen cada vez mayor peso y responsabilidad. El Gobierno tiene, sin duda, un protagonismo central -proponer nuestra participación en la unión y negociar aspectos esenciales como la ciudadanía o la cohesión- Sin embargo, no lo puede todo. En el temporal que vivimos, puede aferrarse al timón, pero si la tripulación y el pasaje no comparten el esfuerzo ni desean llegar al mismo destino, su acción se verá condenada al fracaso.

Con todo, lo que parece incompatible con el camino hacia la unión es la flotación. Los admiradores de la actual política conservadora británica, con pausada manera de hundirse en su propio 98, deberían explicar cómo se puede avanzar más y mejor quedándose a merced de las olas, y a quién se recurre en peligro de naufragio.

fue presidente del Parlamento Europeo.

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