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'Pax americana'

Fueron los periodistas, si no me equivoco, los que acunaron la expresión pax americana a comienzos de noviembre de 1991, cuando parecía que Bush, con el apoyo activo de Gorbachov, sería capaz de lograr que israelíes y palestinos se reconciliaran de forma duradera. Y digo parecía porque si los acontecimientos posteriores no han llevado a la paz, sí han dado lugar a una paz americana. Desde el punto de vista estadounidense, esta paz es, sin duda, suficiente, incluso deseable. Sus consecuencias son, al menos, dobles. Por una parte, ha consolidado un control no cuestionado de EE UU sobre un feudo, es decir, una zona de influencia; por otra, ha disminuido en el interior de ese feudo la incertidumbre que para un tutor supondría el enfrentarse a la posibilidad de serios cambios internos. En cierto modo, esa paz no consiste más que en congelar una situación, y, considerada objetivamente, ha dado un respiro a la mayoría de los vecinos hasta entonces aterrorizados por su propia impotencia: se tiene el máximo interés en que la olla esté bien tapada y la ebullición no provoque un derramamiento del contenido, y para que esté bien tapada, es necesario que los otros pretendientes al feudo se hayan convencido de su debilidad.Para ser más explícito recordaré las guerras contra Irak. El resto de los pretendientes (ONU, CE ... ) debía primero constatar su fracaso para poder hacer después un llamamiento general, aunque fuera involuntario, al verdadero tutor. La finalidad del tutor no era tanto la destitución del dictador de Bagdad como tapar la olla y eliminar los peligros externos que ésta planteaba. La consecuencia fue que los vecinos, directos o indirectos, de Irak respiraron aliviados. En lugar de destruir al dictador, como el clamoroso desequilibrio de fuerzas podía hacer suponer (sobre todo porque nadie lo habría criticado seriamente), EE UU optó por tapar la olla sin ni siquiera expurgar su contenido. ¿Por qué? Simplemente porque la caída de Sadam Husein podría costarle más caro ya que, a largo plazo, causaría problemas derivados de la instauración de la democracia, del eventual estallido de conflictos étnicos y religiosos, sin olvidar el penoso proceso de conocimiento mutuo con los sucesores de Sadam Husein. Al menos a éste se le conoce. Todo muy razonable desde el punto de vista de la realpolitik. Pero ocurre que, aunque Sadam Husein ya no es un peligro para sus vecinos, en el interior del país es más fuerte que nunca. En efecto, la oposición o bien ha sido eliminada físicamente o silenciada en virtud del reflejo natural de homogeneización de un Estado enfrentado a un peligro externo.

Evidentemente, la pax americana no es la pax romana. Pero, sin embargo, entre Roma (y su sucesora, Bizancio) y EE UU hay puntos comunes. En los dos casos, la idea de partida es una imagen global de los intereses de Estado (imperiales) con unas prioridades claramente delimitadas y unas fronteras (a sabiendas) menos claras. Si Roma tenía como principio fundamental que el Mediterráneo fuera el lago romano y su defensa fue el motivo principal de numerosas guerras contra los bárbaros y los alógenos (de los germanos y eslavos a los turcos) y contra los peligros internos (como, por ejemplo, Aníbal), en el caso de EE UU se podrían identificar prioridades comparables.

Finalmente, hay que tener en cuenta lo que en Bizancio se llamó "pirámide terrestre" (pareja de la "pirámide celeste"). Su cúspide estaba reservada a un único emperador, jefe de todo el orbe cristiano. En los extremos de la pirámide y con diferentes grados de soberanía limitada se encontraban los otros soberanos, situados según un estricto orden jerárquico. De ahí salió, entre otras, la idea de Moscú como tercera Roma, una de cuyas consecuencias fue la ayuda fraternal de los sóviets a la Checoslovaquia de 1968. Los comunistas, al menos en lo que a la política exterior de la URSS se refiere, no tienen demasiada culpa, puesto que no hicieron más que continuar una tradición de la Rusia zarista.

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Era "the hierarchical world order". Y no he dicho "the new world order".

En la actualidad, las cosas no son tan diferentes como podría parecer, y lo que ocurre en el espacio yugoslavo lo demuestra con creces. Y digo espacio yugoslavo porque, aunque no exista el Estado yugoslavo, este espacio sí existe. Más antiguo y duradero que su Estado homónimo, su importancia estratégica era hasta ayer secundaria para EE UU. Ese no era el caso para la CE, por razones geográficas evidentes, pero también por el hecho de que la antigua Yugoslavia, a pesar de todos sus defectos, era un ejemplo de un posible futuro para la Europa política. En este contexto, incluso la intervención de EE UU en Somalia estaba, sin duda, impregnada de un mensaje para Europa: "En Somalia estamos haciendo lo que debemos hacer; a vosotros os toca hacerlo en la ex Yugoslavia, y si no sois capaces de resolver los problemas de vuestro feudo, decidlo y pedidnos ayuda". Pero entonces una Europa política como la anunciada no tendría sentido.

En este momento, la crisis yugoslava está más visiblemente marcada que nunca por los crímenes contra el espíritu, así como por una propagación del síndrome de ser serbopositivo incluso más allá de las fronteras iniciales. Los crímenes de los que tanto se habla no son más que la parte más horrible de una ceguera (política y moral) más amplia en la que también han caído los tutores yugoslavos. El síndrome de ser serbopositivo (causado por las ideas y la práctica del actual poder en Belgrado) se ha extendido -y es una paradoja sólo en apariencia- por el terreno abonado de sus primeras víctimas y se ha instalado en primer lugar en Croacia, agredida por las tropas de Belgrado. Allí se cultiva el mismo programa (aunque con una mímica más inteligente), el mismo concepto de la tierra y de la sangre, la misma afinidad para un reparto bilateral con los serbios del botín de Bosnia-Herzegovina (en donde no cabrían ni los ciudadanos de origen musulmán, serbio o croata, ni los musulmanes como pueblo aparte); finalmente, es en Zagreb (lo mismo que en Belgrado) donde se identifica la defensa del país atacado con la defensa del régimen.

Todos los tutores son responsables de la situación. Pero EE UU es consciente de que no puede mencionarse su responsabilidad si no se ha hablado antes de la de los europeos, puesto que el espacio yugoslavo es ante todo un feudo de estos últimos. La CE podría convertirse en rival de EE UU (hasta el momento no parece evidente), pero hasta ayer el único interés directo de Washington en la antigua Yugoslavia era Macedonia (las referencias son Turquía, la OTAN, la disolución del imperio soviético ... ). Hoy parece claro que toda solución de la crisis yugoslava debe ser global. Washington lo sabe, pero para ella lo esencial es tapar la olla sin expurgar su contenido. Un lujo que Europa, demasiado Cerca de los Balcanes, no puede permitirse. Es la razón por la cual debo recordar, en esta aproximación global al problema, que a los protagonistas locales hay que imponerles en bloque una autonomía (territorial o personal) para los serbios en Croacia, una Bosnia-Herzegovina, federal y cívica, privada de juegos inmaduros con mapas geográficos, una Serbia también federada, en la que los albaneses dispondrían de su propia unidad... y no enumero más porque este tema, machacado una y otra vez, merece un texto aparte. Ahora ya no es posible llevar a cabo ese plan sin Washington y Moscú. Si la CE aceptara rápidamente (y más vale tarde que nunca) sus responsabilidades sobre el feudo yugoslavo, estaríamos más cerca del fin de la tragedia. Si no, la agonía se perpetuará, los poderes establecidos (especialmente el de Belgrado, donde se encuentra la clave de la solución de la crisis, pero también el de Zagreb) se cimentarán, y probablemente se instaurará una nueva pax americana. Europa estaría ausente y la Europa política caería en el olvido. Para empezar, nada mejor que poner fin, aunando esfuerzos, a esa carnicería que amenaza con perpetuarse. ¿La solución política para los europeos y el fin de los combates para los estadounidenses y los rusos?

Iván Djuric es historiador.

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