Historiadores y arqueólogos revisan la figura de Claudio, el emperador tartamudo
El personaje, cuya vida fue novelada por Robert Graves, presenta enigmáticas contradicciones
"Risus indecens, ira turpior, spumante rictu, humentibus naribus: plectra linguae titubantia, caputque" ("Una risa inconveniente, una cólera aún más indecorosa, que llenaba de espuma su boca dilatada y te humedecía las narices, un hablar entrecortado, y un temblequeo de cabeza"). Éstos son, según el historiador Suetonio, algunos de los defectos que "afeaban" a Claudio, el emperador que gracias a una novela, Yo, Claudio, de Robert Graves y la serie televisiva en ella basada, se ha convertido en un personaje popular. Recientemente, un congreso de historiadores, epigrafistas y arqueólogos celebrado en París, Nancy y Lyón -ciudad de nacimiento de Claudio ha debatido la figura histórica y las realizaciones del emperador tartamudo.
"La verdad es que ante la figura de Claudio (Lugdunum -Lyón-, 10 antes de Cristo-Roma, 54 después de Cristo) es difícil ser objetivos y distinguir la realidad del mito: no es algo que nos pase sólo a nosotros, ya en la antigüedad, los historiadores trazaron de él retratos muy contradictorios, a medias tintas; se ve que no sabían muy bien qué pensar". Así se expresa la arqueóloga Isabel Rodá, que ha asistido al coloquio internacional Claude de Lyon, empereur romain, desarrollado sucesivamente en París, Nancy y Lyón entre el 16 y el 20 de noviembre.El prestigioso estudioso del mundo clásico Pierre Grimal, que abrió el coloquio, calificó a Claudio en su intervención de "verdadero Jano [el dios romano de las dos caras]", con lo que no hizo sino continuar el juicio sobre el, personaje expresado casi dos mil años antes en una carta por el gran Augusto: "Con respecto a él, .siempre estamos indecisos".
"Seguramente, y así ha quedado claro en el coloquio, Claudio no fue ni tan histrión ni tan buen gobernante como la historia y la literatura nos han inclinado a creer", señala Rodá. "Es un personaje enigmático y eso favoreció que se le vilipendiara, como en general hacen las fuentes clásicas, pero también que Robert Graves lo pudiera convertir en un espléndido personaje literario. Sin riesgo a equivocarnos, podríamos decir de Claudio que fue un buen tirano... a veces".
Antes de llegar al trono -y a menudo también después-, Claudio fue tenido por un imbécil inútil. Parece fuera de duda que, además de tener algunos defectos físicos (se ha apuntado la posibili dad de que padeciera poliomielitis, encefalitis prenatal o esclerosis múltiple), el hombre era mental mente algo raro. Si exageró esos rasgos intencionadamente para es capar a las diferentes matanzas palaciegas de su tiempo -como aventura Graves-, resulta muy difícil de discernir. "Quizá no al ciento por ciento, pero un poco sí parece que fue así", reflexiona Rodá, "que disimuló, que era pre meditadamente burro". El propio Claudio, según Suetonio, declaró alguna vez que había fingido su locura durante el principado de Calígula, "pero nadie le creyó", añade cruelmente el historiador en Los doce césares.
Vicioso Tiberio
Claudio llegó al poder de manera casi casual: los pretorianos le sacaron a rastras de detrás de la cortina donde se había escondido y le nombraron emperador a la fuerza (luego, les pagó, lo que fue un fatal precedente para el imperio). Los dos césares anteriores, Tiberio y Calígula, no eran realmente dos buenos ejemplos: "Tiberio recuerda un poco a Carlos, el príncipe de Gales", dice Rodá, "en el sentido de que fue el eterno candidato al trono (Augusto reinó 44 años) y lo consiguió ya mayor, con todos los vicios de quien ha esperado mucho". Suetonio menciona algunos de esos vicios: "Enseñaba [Tiberio] a niños de la más tierna edad, a los que llamaba sus pececitos, a revolverse y jugar entre sus muslos mientras nadaba,, dándole tiernas lengüetadas y mordiscos". Por su parte, Calígula, sobrino (le Claudio, fue un verdadero monstruo: cuenta Suetonio que a sus adversarios los hacía cortar por la mitad con una sierra y que tras torturar espantosamente a un condenado "sólo le hizo matar al fin cuando le molestó el olor de sus sesos en descomposición". Ciertamente, si tenemos en cuenta que a Claudio le sucedió Nerón -que mató a su propia madre, Agripina-, es fácil colegir que la simpatía de: los cronistas no debía inclinarse mucho por los últimos brotes de la familia Julio-Claudia. Por otro lado, precedido y sucedido por césares salvajes, Claudio aparece, por comparación, indudablemente más moderado."Buena parte de la personalidad de Claudio se nos escapa", dice Rodà, "sabemos que se preocupó mucho por la estructura del imperio y por su estabilidad. Su labor en Hispania en este sentido -y de ello se ha hablado en el coloquio- es importante: incluso hay una ciudad que lleva su nombre, Baelo Claudia (la actual Bolonia, en Cádiz), a la que dio constitución municipal". Parte de su interés por nuestro país se debía a los desórdenes en el norte de África que condujeron, en el 41, a la creación de las dos provincias imperiales de Mauritania (Caesarensis y Tingitana). La mayor colaboración de Claudio a la expansión del imperio fue la conquista de Britania (entre el 43 y el 47).
Claudio llevó a cabo importantes obras públicas, entre ellas el acueducto de Roma. También reorganizó la flota imperial. Todo Índica que fue un gran escritor, sobre todo de historia (el propio Plinio el Viejo lo alabó), aunque sus obras no se han conservado. ¿Tuvo veleidades republicanas como aventura Graves en su novela? "Hay que recordar que aparte de emperador era hijo de dos de las personas que más encarnaban en Roma las ya míticas virtudes republicanas: Druso y Antonia; la república era el paraíso perdido, la esencia ideal de lo romano. No resulta una locura especular con que Claudio añorase la república. Yo, Claudio, la novela y la serie, exageran e interpretan muchas cosas, pero no explican ningún disparate".
Todas las fuentes mencionan su conocida muerte, a los 64 años, a causa de un envenenamiento por comer setas: Suetonio precisa que fueron oronjas preparadas por su última mujer, la peligrosa Agripina. Tácito menciona "una suculenta seta" y también que Claudio no murió en el acto, "ya fuera por su estupidez, ya por estar borracho": entonces se le clavó en la garganta una pluma mojada en un veneno rápido. Graves, gran apasionado de la micología, mostró un enorme interés por este postrer episodio. Su correspondencia (Entre sol y luna, Alianza) incluye algunas interesantísimas cartas cruzadas con el matrimonio Wasson (R. Gordon y Valentina, expertos en hongos) sobre el particular.
Babelia
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