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El Golfo y las elecciones

Uno de los temas a los que con más reticencia se ha aludido durante esta campaña electoral norteamericana es seguramente la guerra del Golfo. Sin duda, porque George Bush no puede explicar, sin con ello revelar secretos de Estado, por qué no prosiguió con los combates hasta destituir a Sadam Husein. Sin duda también porque Bill Clinton no puede correr el riesgo de entablar un proceso sobre esta guerra sin enfrentarse con el patriotismo norteamericano y la comunidad judía de Estados Unidos. George Bush pierde así toda la ventaja que había sacado de convertir a EE UU en nueva potencia promotora del nuevo orden mundial. En cuanto a Bill Clinton, cuanto más seguro está de su éxito, más responsable se siente de la futura gestión de las repercusiones de la guerra del Golfo.El secreto de Estado de George Bush se ha convertido en un secreto de Polichinela, pero sólo en un punto. Se sabe que los principales aliados árabes de Estados Unidos, los saudíes, los egipcios e incluso los sirios, se preocuparon al ver que la potencia iraquí estaba dominada por los musulmanes shiíes opuestos a Sadam Husein. Pero lo que no se sabe tanto es que el Estado turco, que constituye una pieza clave en la estrategia norteamericana, no podía aceptar que le preocuparan los kurdos de Irak, si no hubieran sido reprimidos por Sadam Husein, y menos aún por el nuevo Estado fuerte de la región; es decir, Irán. Un Irak debilitado y shií habría garantizado la hegemonía de Teherán en Oriente Próximo.

En efecto, el nuevo dato estratégico es la competencia encarnizada entre la potencia iraní y la potencia turca por conquistar, cada una para su causa, las repúblicas musulmanas del antiguo imperio soviético. Los iraníes se preparan desde hace tiempo para sacar provecho del desorden en estas repúblicas. Hábilmente iniciaron contactos con formaciones militares y con las industrias de armamento. En la actualidad están inundados por el moderno armamento que les llega de las repúblicas musulmanas, de Rusia y de Georgia, así como de Ucrania y de China. En el Pentágono se dice que, en lo sucesivo, la gran potencia militar de la región será Irán.

Pero los turcos cuentan con bazas importantes. Para empezar, hablan el mismo idioma que la mayoría de los musulmanes ex soviéticos y comparten la misma religión suní, a excepción de Tayikistán. Además conservan una práctica muy laica del islam, que se parece a la de los musulmanes influidos por más de medio siglo de comunismo. Por último, tienen la capacidad, heredada del antiguo imperio otomano, de crear áreas de influencia económica y estratégica. El hecho de que los turcos hayan emprendido la iniciativa de crear una zona económica con todos los ribereños del mar Negro suscita poco interés. Sin embargo, está destinado a alterar todos los antiguos equilibrios.

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Por lo que respecta a Oriente Próximo, Bill Clinton, si sale elegido, no podrá dar marcha atrás al proceso de la Conferencia de Madrid ni a los logros de James Baker en esta área. El único resultado verdaderamente tangible de la guerra del Golfo, que ninguno de los candidatos se atreve a mencionar, es haber contribuido a la victoria de los laboristas en Jerusalén, con objeto de acelerar un acuerdo entre Israel y sus vecinos. Sin la guerra del Golfo, Estados Unidos no habría podido permitirse el negar al ex primer ministro israelí Isaac Shamir los créditos indispensables para acoger a los judíos de Rusia, mientras Israel insistiera en su decisión de establecer asentamientos en los territorios ocupados. Éste ha sido un acontecimiento sin precedentes en la historia de las relaciones entre EE UU y el Estado hebreo. Implícito o explícito, el contrato estaba tan claro que el primer gesto del nuevo ministro Isaac Rabin fue interrumpir los asentamientos, y el primer gesto de respuesta de Estados Unidos fue conceder los créditos negados.

Por un momento se creyó que los judíos de Israel y de EE UU contrarios a la política de Isaac Rabin y de George Bush iban a obtener de Bill Clinton un cambio de actitud. Ésa era también la esperanza claramente expresada por los palestinos e islamistas del mundo árabe que se oponen a la política de los moderados de la OLP * Pero el 22 de octubre nos enteramos de que Bill Clinton -seguro ya de la popularidad de los acuerdos de Camp David que dieron lugar a la paz entre Israel y Egipto- tenía previsto recurrir a Jimmy Carter, el ex presidente demócrata, que fue el iniciador de los acuerdos- Si este hecho se confirma, reviste una importancia fundamental precisamente cuando se reanudan las negociaciones árabe-israelíes, un año después de la Conferencia de Madrid: de ser así, los extremistas de ambos bandos no podrán esperar nada del cambio de presidente en Washington.

De todas maneras, la imagen de Bill Clinton cambia a medida que los sondeos confirman su próxima victoria. Se decía que estaba completamente centrado en los problemas de política interna y de reformas sociales. Pero se ha visto cómo empezaban a desfilar en su entorno, procedentes de Europa, de Oriente Próximo y de Asia, emisarios oficiales a quienes sus respectivos jefes de Estado habían encargado que fueran estableciendo buenas relaciones con el futuro huésped de la Casa Blanca y que se enteraran, además, de sus intenciones. Los diplomáticos destinados en Washington, sobre todo europeos, envían telegramas en los que subrayan la extrema disponibilidad de Bill Clinton, lo cual no quiere decir nada y podría incluso inducir a pensar que es una actitud producto de la incompetencia. En realidad, su disponibilidad marca un gran cambio en la generación de hombres políticos en Estados Unidos. Ese cambio pudo percibirse cuando Bill Clinton se decidió a revelar que se había opuesto a la guerra de Vietnam. Se ha dicho que no le quedaba más remedio, puesto que se las había arreglado para librarse de esa guerra. Pero lo más interesante es que nadie le haya reprochado el haberse declarado pacifista con este pretexto. Este hombre joven, que hace envejecer al antiguo equipo político de Washington, tiene la oportunidad de hacer que los demás jefes de Estado y de Gobierno del mundo parezcan aún más viejos. No sentirse heredero ni de la guerra de Vietnam ni de la guerra fría, dar la espalda al reaganismo y al thatcherismo, sustituir las actitudes hegemónicas por acuerdos económicos, es de momento el único perfil de Clinton en política exterior, pero esto ya sugiere unas cuantas orientaciones generales. Bill Clinton no dice que va a restablecer el orgullo de América. Se conforma con querer restablecer su presupuesto. Eso da un perfil. Y además, volviendo a las consecuencias de la guerra del Golfo, lo que se observa es que con él ya no se trata de promover un nuevo orden mundial, sino de favorecer en todas partes las condiciones para la paz. Bill Clinton sigue siendo un desconocido. Sin embargo, lo que sí se conoce algo mejor son las razones por las que saldrá elegido, si sale elegido. Estas razones se resumen en una sola: el deseo de organizar la vida en común de los norteamericanos en un país un poco menos pobre y un poco menos violento.

es director del semanario francés Le Nouvel Observateur.

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