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Tribuna:
Tribuna
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Contra la razón

Ustedes tranquilos, intentaremos no incidir en el tema Induráin, al menos no de un modo explícito. En nuestro país ya abundan los técnicos en materia política y, sobre todo, deportiva. Ante tantísimo experto en ciclismo, mejor aprender y estar atentos. Convendría hacer, no obstante, una serie de reflexiones en torno al fenómeno que está ocurriendo a costa del ciclismo. Lleva camino de convertirse en el deporte nacional. Y hoy es reconocido y homenajeado con la entrega del Premio Príncipe de Asturias a Miguel Induráin. La cosa empezó en aquel glorioso Tour del 83. Incluso en Francia se dieron cuenta de que el ciclismo español iba a hacer mucho daño en la siguiente década. Así fue, por suerte. Con Pedro Delgado alcanzamos el éxtasis, aunque à la manière masoquista. Con Induráin, sencillamente, tenemos un pisito en pleno paraíso. Que dure. ¿Qué decir de él, pues? Ya nos cansan los términos cibernéticos y apocalípticos. Personalmente, creo que las dos definiciones más acertadas en tomo al corredor navarro las han dado Bugno y el propio Perico. Bugno, para aludir a Induráin, lo hace mencionando el pronombre él. Tan sólo él. Él. Con eso basta. Perico, en cambio, más pícaro y deslenguado, se limitó a exclamar tras la contrarreloj de Luxemburgo: "¡Joder, qué bestia!". En efecto, gracias a Él estamos descubriendo un montón de evidencias. Una: que las futuras generaciones de grandes ciclistas serán un poco más hombres biónicos -caso de Alex Zülle- que corredores de raza. Dos: el gran fantasma para la afición española, Bugno, no es un hombre biónico. Pobre Bugno. Pero Thévenet y Van Impe tuvieron que esperar a que Merckx envejeciese, y Zoetemelk, a que Hinault no estuviese en carrera, para ganar su Tour. Tres: que El puede ser un superdotado, pero bestias, en el mejor sentido de la palabra, lo son todos. ¿O acaso no es una perfecta y adorable bestia ese Quevedo que ha conseguido ser farolillo rojo del Tour, a muchas horas de Él, en durísima pugna con los Manders, Nielssen, Wijnands, Kiefel y otras bestias rodadoras? ¿No lo es nuestro Chucho Montoya, gimiendo ante los micrófonos que estaba exprimido como un limón, pero que, como fuese, tenía que llegar a París? ¿O ese Cubino, retirado prematuramente con agarrotamiento muscular? Por cierto, a alguien podría ocurrírsele proponer que la famosa cumbre pirenaica se denominase desde ahora Luz-Cubino o Lale-Ardiden. ¿Y esos 170 mártires sobre dos ruedas no son también bestias? Está meridianamente claro lo positivo de este Tour, pero también hay pequeñas tragedias que la estela rutilante de Él nos impide ver. Fue una tragedia que a este Tour no hubiera podido ir alguien como Eduardo Chozas, o el propio equipo Kelme. Fue una tragedia lo que ha pasado con el Seguros Amaya, diezmado por las circunstancias. Lo fue que el ritmo hubiera sido tan infernal como para que los escarabajos colombianos no tuvieran tiempo ni para dejarse ver. Y mientras, Él, amenazando modestamente con que aún puede ir más rápido. ¡Glup! Uno se lo imagina, así, alegre como parece, compartiendo habitación con Armand Bitelchús de las Cuevas, que también aparenta ser el jolgorio de la huerta, los dos hablando (i?) de kilómetros por hora, minutos y segundos, y lo cierto es que entra flojera. Seguro que a sus adversarios les entra.El problema, que hoy quizá aún no lo sea, pero acabará por serlo, es que Él no es el ciclismo español. Es más que posible que el nivel de corredores de gran calidad fuese superior en anteriores temporadas. Él es Él, para desgracia del patriotismo francés y del ciclismo italiano, acaso superior al español en el uno por uno. Y, sin embargo, Él ha logrado subir como la espuma la pasión por la bicicleta a todos los niveles. Que eso repercuta a largo o a medio plazo en el nivel del profesionalismo está por ver. Ojalá. De momento, den por seguro que en muchos hogares españoles se oyen frases como: "Cariño, ¿a que no sabes cuántas pulsaciones tengo en estado de reposo?", insinuadas con varonil aplomo. O: "Querida, ¿has visto mis repuestos de bebida isotónica?". Los niños ya no sueñan con ser ciclistas, ni siquiera ciclistas de leyenda, sino que, por supuesto, quieren ser como El. Vamos, que, a su lado, Superman es un malabarista casposo y contrahecho de circo ambulante. Y los simples cicloturistas, para qué hablar. Mi proveedor habitual de droga ciclista me ha hecho alguna confesión que da pie a preocuparse. Ya no es suficiente con las máquinas y los componentes de aluminio, titanio, carbono, cerámica y aleaciones extrañas, sino que ahora la gente va y pide platos de 54 o 55 dientes, y de 44 si se trata de subir montañas. Naturalmente, todos quieren, queremos, subir como Él. A esa forma de rodar cuesta arriba, elástica, con flexibilidad, sin elevarse apenas del sillín, los franceses la llaman souplesse. En fin, que hasta a Pascal Lino tuvieron que engañarle en la crono de Luxemburgo poniéndole un plato de 54 sin que el muchacho lo descubriese. Lo notó a partir de la mitad de trayecto. En la actualidad es frecuente ver las carreras españolas llenas de jovencitos mountain bikes con las manos ferozmente aferradas en torno al eje de la potencia del manillar, como si llevaran un invisible manillar de triatleta. Son carne de hospital, pues de ese modo no controlan la dirección de la rueda delantera. Da lo mismo, quieren ser como Él. Otros aficionados empiezan a obsesionarse con el método Conconi, de la escuela de Ferrara, o con las técnicas del maestro Cescuti para escalar puertos. También con las teorías de Paul Koechli, que pule esas tres joyas a tener en cuenta en el futuro: Gilles Delion, Beat Zberg y Laurent Dufaux. Aunque tal vez de lo que hubiera de preocuparse es de los franceses. Ojo, que a Lino le sienta bien el amarillo y saca rabia cuando hace falta. Ojo, que Virenque es muy joven. No olviden su imagen descolgando a Chioccioli y a Theunisse en los Alpes, o su estilo lambada al afrontar las rampas del 14% del col de la Marie Blanche. Será espléndido, por tanto, que, pese al demoledor brillo de Él, no descuidemos el ciclismo de base, el que se gesta desde las categorías de juveniles, y luego de aficionados, etcétera. Repito que Él es Él, y eso tal vez acabe pesando como una losa para el resto de futuras generaciones de adorables bestias. El diámetro del ventrículo izquierdo de Él es de casi siete centímetros, mientras que el de usted y el mío es de 4,5. Él pulsa 28-30 en reposo, y usted o yo, 60-80. La capacidad pulmonar de Él es de ocho litros; la suya, lector, y la mía, de cuatro o cinco. Su fuerza bruta es de 500 vatios, y la nuestra, de 180 o 200. Él puede bombear 40 litros de sangre por minuto, 15 más que el resto de humanos mortales. Debe de ser como una pesadilla en Elm Street para sus más directos competidores. Y para un defecto que tenía, esa sinusitis pertinaz, fue corregido quirúrgicamente mediante la desviación del tabique nasal. Él se halla en estado de gracia, y eso es fantástico, lo que no debe ser obstáculo para que, repito, el ciclismo español evolucione racionalmente. No nos vaya a ocurrir como a Greg LeMond, al que le han fallado, más que los años o el cansancio contraído en atascos de tráfico, las desmultiplicaciones de su bicicleta, eso de lo que el norteamericano tanto sabe. Por cierto, quizá sea hora de resaltar una de las más audaces frases del libro de LeMond, auténtica biblia para sus fans: "Una de las lecciones fundamentales que aprendí como corredor joven fue la de cómo ir a rueda en todas las situaciones. Esto me hizo inmediatamente competitivo". Bien, se le acabó usar las técnicas de faroleo (así las denomina él mismo en su libro). Se le acabó el récord de la hora. Se le acabó chupar rueda, y, pese a que es todo un campeón, en cierto modo es lo que merece. No ha sabido contener su lengua ni sus recelos. A fin de cuentas, es un hombre, quizá no un hombre biónico.

Preveo que esas carreteras españolas a las que aludía irán poblándose secretamente de organismos en estado ruinoso a causa de querer mover con soltura un 53 por 12 o por 13. 0 de pretender la ascensión a las más altas cumbres mediante la souplesse, evitando usar desarrollos más cómodos y humanos. Pero quizá en toda esta borrachera de alegría y orgullo que nos invade gracias a Él surja una línea de trabajo, una pauta, un modelo a imitar, que no a seguir al pie de la letra, y en el futuro aún nos aguarden días de gloria. Por mi parte, intentaré escribir esa novela siempre aplazada, El Alpe dHuez, en la que vendrá a explicarse que el ciclismo es una especie de lucha de los hombres contra la realidad, contra la razón. Y también, de algún modo, la victoria de aquéllos frente a ésta.

Javier García Sánchez es escritor.

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