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49º FESTIVAL DE VENECIA

Sally Potter convierte a Virginia Woolf en una coleccionista de cromos

Orlando es un libro indispensable para orientarse dentro de las claves de la compleja personalidad y la no menos compleja escritura de Virginia Woolf. Fue escrito en 1928, cuando la escritora tenía 46 años y el famoso y controvertido Grupo de Bloomsbury, al que ella contribuyó a fundar, comenzaba a romper moldes y fronteras en las tradiciones de la vida intelectual londinense de aquel tiempo. Ahora, la cineasta Sally Potter ha convertido el libro en una película bonita pero epidérmica.

ENVIADO ESPECIAL

La escapada, medio en serio, y medio en broma, de Virginia Woolf en Orlando en busca de sus secretas raíces, se convierte en la pantalla en una simplona colección de preciosas estampitas.Las composiciones visuales que llenan Orlando son en ocasiones originales, y esto -que es lo mejor del filme- se lo debemos a un gran fotógrafo ruso, Alexéi Rodionov, cuyo talento puede medirse con sólo recordar su trabajo en las durísimas imágenes del filme de Elem Klimov Masacre, realizado en 1984. A la brutal dureza de aquellas sangrientas composiciones responde ahora Rodionov con otras antitéticas, bordados exquisitos hasta bordear el exceso y empalagar un poco la mirada, lo que da idea de la amplitud de sus registros profesionales.

Sally Potter está volcada únicamente hacia la simplificación pictórica de la pantalla y en esto es heredera del estilo de Derek Jarman y, en parte, también del de Peter Greenaway, aunque en menor medida. Potter es, por tanto, miembro de una discutible familia estetizante del cine británico actual, cuyos frutos son en sí mismos contradictorios y su influencia en general deplorable, por lo que tiene de engañosa y superficial. El pictorismo cinematográfico es en realidad un asunto facilón, cine menor vestido con banales imágenes de lujo. Es casi el delirio de la imagen por la imagen, lo que vacía a ésta de pulso humano.

La pasión perfeccionista se queda casi siempre en simple preciosismo, en la degradación de la imagen cinematográfica, en pinturita, en estampita, incluso en cromo. Lo malo de esto no es que haya películas así, sino que están creando escuela y un público incondicional que nos quiere convencer de que son cine del futuro cuando es dudoso incluso que sean cine, verdadero cine, tiempo, transcurso, duración, relato o poema fílmico.

Otra cineasta, la rusa Kira Muratova, nos trajo una nueva película suya, como siempre difícil de catalogar. Se titula El policía sentimental y tiene algo de galimatías de un tardosurrealismo que, pese al notable y corrosivo sentido de la inventiva visual de la cineasta, no acaba de convertirse en un estilo maduro y coherente.

Un bonito título

Sólo silencio es lo que hay detrás del ruido de una película italiana con bonito título: Muerte de un matemático napolitano. Es la reconstrucción de los últimos días que precedieron al suicidio de un singular científico italiano, Renato Caccioppoli: matemático genial, aristócrata, nieto del gran teórico anarquista ruso Bakunin, militante comunista escéptico, alcohólico profundo, desesperado y sin norte, que se quitó la vida a primeros de mayo de 1959, a los 54 años. La extraña y vigorosa personalidad de este hombre verídico queda completamente amorfa en la película escrita y dirigida por el joven Mario Martonel al que se le ven buenas maneras, destellos de talento, pero incompetencia y miopía a la hora de componer la armazón -sin duda dificil de construir- del complejo personaje, que le supera a todas luces. Una vez más, el caso de un cineasta que desconoce sus limitaciones y que se embarca en una tarea para la que no está preparado o dotado. Nueva plaga del cine: exceso de ambición, prurito de autoría, miedo a la riqueza de espíritu que se esconde detrás de la humildad.

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