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Crítica:SEVILLA EXPO 92
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

El Canto idealizado de Kiri Te Kanawa

Llenazo el viernes en la Maestranza y jornada de triunfo para Nueva Zelanda cuya embajada musical ha sido extraordinaria y plenipotenciaria. La embajadora se llama Kiri Te Kanawa, una soprano hecha mito que, con frecuencia, parece un ave fantástica encarnada en soprano.

Desde hace 20 años, cuando cantó la condesa de Las bodas de Fígaro en el Coven Garden, Te Kanawa encandila el ánimo de todos los públicos del mundo, tanto los específica y a veces maniáticamente líricos como los de los interesados por la música en sus últimas verdades. A través de su voz aérea, idealizada, increíblemente fluida, de su afinación exactísima, de su sereno y admirable frasear, de su irresistible dicción, Kirl Te Kanawaa hace música grande allí donde alza el vuelo de su canto.

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Hacía mucho que no estrenábamos el Exultante jubilate, de Mozart, quien a los 17 años dejó una de sus más felices rúbricas en el célebre Aleluya. Estrenar, digo, porque el gran privilegio de la música es el de ser una bella durmiente en el lecho de la partitura que cobra vida, de pronto, en cualquier rincón de la geografía y en cualquier instante de la historia.

No menos inéditas resultaron las emocionantes versiones de los últimos lieders de Strauss, ese intenso e íntimo adiós a la vida de un hombre genial que la amó por encima de todas las cosas.

Colaboró muy bien la Sinfónica de Nueva Zelanda que dirige actualmente el alemán Franz-Paul Decker, titular de la Orquesta Ciudad de Barcelona hasta el año pasado. Su concepción de El amor brujo , de Manuel de Falla, puntual, carente de tópicos españolistas pero, también, de magia. Mejor quedó la suite de El caballero de la rosa, con su juego de opulencias y delicadezas sonoras, su nostalgia y su vitalidad.

Como testimonio de la música neozelandesa, escuchamos la obertura Aotearoa, de Douglas Lilburn (1915), músico al que tanto debe la música de su país y que mostró uno de los muchos aspectos de su obra, el teatral. Lilburn ha practicado el neoclasicismo, el popularismo, el romanticismo tardío y hasta la electrónica. Era interesante tener constancia, cuando menos, de su figura.

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