Absolución
Pasaron los jueces y exculparon a los incendiarios. Y sólo entonces entendimos que tan irreversible es una condena a muerte como una absolución injusta. La absolución de un crimen no es lo mismo que una condena suave, ni tampoco es el perdón de los pecados. La absolución es demostrar ante el mundo que no ha lugar a la justicia porque no hay nada que juzgar. La humillación, la violación de la voluntad, la exaltación del miedo y la cremación de la víctima forman parte, a partir de esta sentencia, de lo más natural y sano de la juventud llamada a filas. Total, nada. Juegos, bromas, inocencia de cachorros, rituales iniciáticos de una virilidad inútil. Al fin y al cabo, el espíritu militar debe ser aquel fluido misterioso que convierte a un honesto limpiador de letrinas en un inconsciente administrador de justicia. Pero esto más vale ni pensarlo, porque tan gorda es la piel asada de un recluta como fina es la de los jueces militares que le ignoran. Entre la barbarie cuartelera y la opinión adversa hay el mismo trecho que separa el juego mortal y el desacato. A aquél se le absuelve y a éste se le condena, tal vez porque hay estamentos tan encastillados en sus propias violencias que no saben defenderse de la palabra.Estamos faltos de pedagogos y sobrados de administradores, gente que se limita a aplicar códigos y que no se hace responsable del daño social de sus errores. Cada acto de la justicia o de la política no se agota en sí mismo, sino que da pautas a una sociedad inerme para que asuma la moral colectiva que la sostiene. Ahora ya sabemos que la vejación del débil ante el fuerte es exculpada por la moral castrense. De pronto todos nos hemos sentido meros cuerpos inflamables. Y ahora entendemos, por fin, ese llanto primigenio de las madres cuando van a despedir a sus hijos y nunca saben si volverán convertidos en hombres o en cenizas, en ejecutados o en ejecutores.