Una dimision sonada
LA DIMISIÓN de Hans-Dietrich Genscher, ministro de Asuntos Exteriores de Alemania, ha causado estupor en el mundo. La única explicación que ha dado el canciller Kohl -el derecho al descanso de una persona de 65 años y que lleva 20 trabajando al frente del Ministerio de Exteriores- no resulta muy convincente por el momento elegido. Un balance tan brillante como el que puede presentar Genscher tras sus dos décadas al frente de la política exterior germana, y en una etapa en que Europa ha vivido las mayores conmociones de su historia, podía ser un motivo para lo contrario de lo que ha ocurrido: para permanecer en el cargo, sobre todo si conserva íntegras -y nadie lo ha desmentido- sus capacidades físicas para proseguir su labor.Por ello es obligado colocar esta dimisión en el marco político de lo que está sucediendo en Alemania. Sin duda la huelga de los servicios públicos puede ser una coincidencia, ya que parece que la dimisión había sido pensada con antelación. Pero esta huelga no es sino una manifestación de un fenómeno mucho más general: el descontento de unos ciudadanos que, apagados los entusiasmos de la celebración de la unidad nacional, se sienten ahora engañados por un Gobierno que no supo prever ni preparar las consecuencias que esa unificación iba a tener en lo económico. En ese orden, no cabe duda que Genscher deja el barco en un momento en que se anuncian tormentas, y él mismo lo reconoce cuando, en su carta de despedida al canciller Kohl, le expresa su deseo de seguir ayudándole "en el difícil camino que hay por delante".
En la política interior, Genscher ha sabido potenciar con mano maestra la función de un partido bisagra, con un apoyo electoral modesto, pero con un papel esencial en el Gobierno, en parte gracias a su personalidad. Llegó en esa táctica a un extremo que le valió durísimas críticas: cuando en los años ochenta el partido socialdemócrata (con el que gobernaba) empezó a perder votos, cambió el signo de la bisagra, hizo caer el Gobierno de Schmidt y ayudó al triunfo de Kohl como jefe de un nuevo Gobierno, esta vez de centro-derecha, en el que Genscher siguió de vicepresidente y ministro de Exteriores.
En la etapa actual, la democracia cristiana de Kohl está perdiendo todas las elecciones regionales: los sondeos indican que sufre una sangría incontenible de votos. Estamos en un momento en que es lógico pensar que el futuro Gobierno alemán, después de las elecciones generales de 1993, será distinto del actual. Si para Genscher está fuera de lo decentemente posible un nuevo cambio de la bisagra en el sentido contrario al de los años ochenta -y ni siquiera se darían las condiciones para ello-, es evidente que, al retirarse en estos momentos, otorga al Partido Liberal una mayor libertad de maniobra ante la eventualidad, apuntada ya en algún Gobierno regional, de nuevas alianzas gubernamentales.
En todo caso, como europeos y españoles, cabe lamentar que se retire de la escena política uno de los artífices de los progresos hacia la unidad europea en el momento en que el Tratado de Maastricht consolida.el camino unitario iniciado.
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