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Espíritus del pasado

Si nos atenemos a las noticias recientes sobre América Latina, la economía parecería no tener relación alguna con la sociedad, pues mientras informes de diversos organismos oficiales internacionales subrayan el "éxito de las políticas de ajuste", aumenta la pobreza extrema, la desigualdad social y la desestabilización política (el autogolpe en Perú, el intento golpista en Venezuela, rumores de golpe en Brasil, etcétera). Sorprendentemente, uno y otros aspectos se presentan desvinculados entre sí, como si las políticas económicas neoliberales debieran considerarse prescindiendo de sus secuelas sociales y políticas.Informes de la Comisión Económica para América Latina (CEPAL), de Naciones Unidas, y del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) señalan que el producto interior bruto (PIB) regional creció un 2,7%; que la inflación, "aunque aún elevada", se redujo, y que retornaron las inversiones extranjeras a la región. La CEPAL también indica que el número de personas que viven en condiciones de pobreza extrema aumentó en 47 millones (35%) desde 1980 hasta hoy. Esto eleva la cifra de pobres a 183 millones de personas, es decir, más del 40% de toda la población de América Latina, con un mayor crecimiento de la categoría de nuevos pobres, lo que refleja el impacto social del éxito de las actuales políticas ortodoxamente liberales. La mitad de los pobres son niños. La realidad es aún peor de lo que reflejan las cifras, ya que el número de niños pobres sería mayor si no fuese porque un gran número de ellos muere antes de los cinco años como consecuencia del hambre, el cólera u otras enfermedades que podrían curarse con una simple vacuna. El último informe del Fondo Internacional de las Naciones Unidas para la Ayuda a la Infancia (Unicef) señala que en Perú y otros países de la región la mortalidad infantil es del 70 por 1.000. (En Argentina supera el 40 por 1.0001; sólo Cuba -14 por 1.000- y Jamaica presentan niveles de primer mundo -en Estados Unidos es del 13 por 1.000-). A estas lacras sociales deben añadirse el aumento de enfermedades como el cólera, que en condiciones de pobreza se convierten en mortales; la penosa situación de sobreexplotación de la mujer y los niños; el analfabetismo; la prostitución forzada, y otras formas más abiertas de violación de los derechos humanos. En contraste, el 5% más rico de la población aumentó más su riqueza.

Sospechosamente, sin embargo, en general estos aspectos son apenas mencionados, mientras se subraya el "importante repunte económico regional". Tampoco se reflexiona sobre el carácter insuficiente y relativamente artificial de este aumento del producto. En efecto, el señalado incremento del 2,7% del PIB global se queda en apenas un 0,7% por habitante (al considerar el aumento de la población del último año), porcentaje insignificante si se considera que aun así el PIB per cápita en 1991 fue un 8,2% menor que en 1981. Menos valor aún adquiere el tan pregonado crecimiento si se considera que el mismo tiene como contrapartida un generalizado empeoramiento de la balanza comercial, ya que ha estado inducido en gran parte por la necesidad de Estados Unidos de colocar sus exportaciones en Latinoamérica para amortiguar su recesión. (En 1991, las ventas de Estados Unidos a Brasil aumentaron un 22%, y a México, un 18%). Esto permitió a Estados Unidos aumentar sus exportaciones un 7,2% (el doble que el promedio mundial) y reducir su déficit comercial desde 102.000 hasta 66.000 millones de dólares en el último año, pero provocó un aumento del déficit en los países de América Latina. A esto se suman otros efectos negativos, como el aumento del cierre de industrias locales que no pueden competir con productos importados subsidiados con un dólar bajo y otros mecanismos, que agudiza la grave situación social (desempleo, baja remuneración, etcétera), expandiendo la pobreza.

Para favorecer las compras de productos extranjeros se han relajado las exigencias de cobro de la deuda externa: hasta diciembre de 1991, 12 países de la región han acumulado atrasos en los pagos por 25.000 millones de dólares. Por ello, a pesar de reducciones nominales de la deuda de algunos países, la deuda externa efectiva global de América Latina aumentó nuevamente y supera los 426.000 millones de dólares, a pesar de haber transferido al exterior más de 200.000 millones de dólares en los últimos 10 años, convirtiendo este mecanismo en la forma posmoderna de extracción de riqueza, sólo comparable al saqueo de oro y plata de la era colonial. La momentánea reversión de este flujo de recursos durante 1991 se explica por la afluencia de dinero especulativo que aprovecha la elevada rentabilidad financiera sin riesgo cambiario que posibilitan las políticas monetarias liberales de los países de la región gracias a un dólar fijo, atado mediante mecanismo de convertibilidad, como el de Argentina, y otros. También las privatizaciones y la subvaluación de las empresas locales han atraído capitales más o menos especulativos. La revalorización de los bonos de la deuda externa y la virtual garantía de cobro para los acreedores que implica el Plan Brady han estimulado aun más este proceso.

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En cualquier caso, estos resultados (aumento del producto, reducción de la inflación, entrada de capitales que no aumentan la riqueza existente y que, en el mejor de los casos, sólo implican cambio de propietario) no bastan para mejorar la situación social, ya que la corrupción y la desigual distribución de la riqueza, propiciadas por el modelo socioeconómico vigente, provocan la quiebra gradual de los frágiles sistemas parlamentarios, siempre vigilados por el poder militar. Hay varias evidencias de ello. Venezuela experimentó en991 un aumento del 9,2% del PIB -máximo del país en 28 años y el más alto de la región unto con Panamá- y, sin embargo, la pobreza y la desigualdad social no han mejorado, creando condiciones para la desestabilización política, como lo refleja la actitud popular hacia el reciente intento de golpe de Estado. En Perú el PIB aumentó el 2% en 1991, pero es una gota de agua en el desierto ante la magnitud de la pobreza en que se encuentra la población (el 70% son pobres, y un 40%, pobres extremos). En ambos países hubo anteriormente revueltas que reflejan la crispación social y la tendencia a la violencia: en febrero de 1989, en Venezuela (caracazo), y en Perú en agosto de 1990 (en respuesta al fujichoque), además del terrorismo mesiánico de Sendero Luminoso. En otros países la momentánea estabilidad de precios, muy valorada por la población que soportó la hiperinflación, mantiene cierta satisfacción en parte de la sociedad, pero alimenta fuerte resentimiento en los sectores sociales más perjudicados, creando el caldo de cultivo para opciones autoritarias. En Argentina, gobernada mediante una política económica liberal, aunque de momento las revueltas del hambre, como las de 1989 y 1990, están contenidas, la estabilidad monetaria financiada con ingresos de las privatizaciones de empresas públicas y reducción del gasto social oculta el gradual aumento de la adhesión al partido militar: en las recientes elecciones provinciales, ex jefes militares de la última dictadura y golpistas como Aldo Rico consiguieron en conjunto más del 16% de los votos de todo el país, constituyéndose virtualmente en el tercer mayor partido del país. En Brasil, desde hace meses hay rumores de golpe de Estado, y situaciones similares se dan en Colombia, Ecuador y otros países. ¿Fantasmas del pasado o símbolos de la realidad? La situación política mundial sugiere que son ambas cosas. La democracia parece debilitarse en todo el mundo mientras se incuba el viejo huevo de la serpiente, y la mayoría sólo atina a mirar hacia otro lado. Confiemos en que sea gesto de reflexión.

es profesor titular de Economía en la Universidad Complutense de Madrid.

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