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El dilema argelino

El debate sobre la fulgurante ascensión del integrismo en Argelia nos plantea a los europeos en toda su crudeza el dilema filosófico de aceptar la legitimidad moral de la interrupción del proceso democrático o bien asumir la responsabilidad derivada de la toma del poder por el FIS, con todas sus consecuencias.Una política de Estado digna de tal nombre requiere una constante evaluación de opciones entre todas las variables posibles para elegir aquella que sea más acorde con los intereses globales que representa. Desgraciadamente, a veces no es posible optar más que entre una hipótesis mala y otra peor, en cuyo caso la teoría del mal menor tiene una aplicación práctica evidente; pero a veces sucede, como en el presente caso, que no se trata solamente de elegir el mal menor, sino sobre todo solventar el delicado problema de hacer compatible que una decisión razonable a corto plazo lo sea también en el medio y largo plazo.

Un debate riguroso debe prescindir de toda clase de prejuicios culturales y raciales arraigados en ciertos discursos que denotan una prepotencia de Occidente, pero también de aquellas aproximaciones tópicas, tan en boga en las malas gonciencias de una izquierda desnortada, que simplifican la cuestión a un debate maniqueo entre el Norte malvado y opulento y el Sur pobre e inocente.

A mi juicio, las causas estructurales del fracaso de los modelos de convivencia al sur del Mediterráneo tienen su origen en cuatro grandes argumentos que las democracias europeas han sabido hacer suyos a través de una lenta y muchas veces dolorosa evolución:

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1. La separación institucional entre la Iglesia y el Estado, de una parte, y del partido único y el Estado, de otra. No existe mezcla más explosiva que la religión y la política cuando tiene afanes redentores. No existe Estado más ineficiente que el del partido único. Los países ribereños del sur han mostrado una rara habilidad para mimetizar los modelos que la historia ha arrinconado, bien es verdad que muchas veces con la complacencia, cuando no la pasividad, de aquellos que por razones del conflicto Este-Oeste daban primacía a los valores geoestratégicos.

2. La observancia y el respeto a los derechos humanos es la base de la tolerancia y el progreso. Una torcida lectura del Corán puede dar lugar a situaciones que conculcan esa visión universal de los derechos humanos. Sería un error atribuir al islam la intolerancia de deformadas visiones integristas, como sería un error confundir el cristianismo con su versión fundamentalista, la Inquisición. No hay que confundir el todo con la parte. En el pasado, el islam representó una cultura de tolerancia que es preciso recuperar para que no vuelva a ser utilizado en vano ni por los verdaderos creyentes ni por aquellos que sin serlo lo utilizan demagógicamente para sus fines.

3. La gran revolución de Occidente ha sido la emancipación de la mujer. La incorporación masiva de la mujer al mundo del trabajo y la política de planificación familiar son dos acontecimientos que han trastocado los cimientos de nuestra civilización. Al Sur, el mundo árabe nunca podrá progresar de forma realista, mientras el 50% de la potencialidad de sus recursos humanos tenga un status de ciudadanos de segunda clase en el mejor de los casos.

4. Un proceso de evolución y síntesis de las ideas en la cultura occidental ha desembocado no en "el fin de la historia", sino en modelos que han sabido superar las enormes desigualdades del capitalismo salvaje y la absoluta ineficacia de las teorías igualitarias. El marxismo ha muerto apenas un siglo después de su formulación porque, entre otras cosas, estaba basado en una teórica alternativa a la economía de mercado que se ha demostrado inviable. El Corán, a diferencia de los textos sagrados del cristianismo, fue escrito por el propio profeta hace 14 siglos. Esto no tendría mucha importancia si el Corán fuese un texto de referencia puramente espiritual, pero para los defensores del Estado teocrático es mucho más que todo eso, es una macroconstitución que gobierna todos los aspectos de la vida privada. Las relaciones que atañen a la vida espiritualde los creyentes son intemporales, están al margen del paso de los siglos. Pero hacer extrapolaciones fuera de contexto sobre otras esferas ajenas al mundo espiritual impide progresar en el terreno de la organización política del Estado.

Puestas así las cosas, se dibujan con nitidez dos grandes líneas argurnentales frente al dilema argelino: la primera defiende la necesidad de aceptar el veredicto de las urnas a cualquier precio. La segunda estima que el precio es tan elevado que no puede permitirse el lujo de Pagarlo. Quienes defienden la primera tesis se apoyan en un planteamiento teórico irreprochable: las urnas llevaron al poder al FIS y las urnas se encargarán de quitarle el poder, dada la incapacidad del integrismo para gestionar el país. Es el tiempo quien juega a favor de la democracia y en contra del FIS. Para demostrarlo, y no les falta razón, arguyen que en apenas un año de gestión municipal el' FIS ha perdido casi un millón de votos. Además, añaden que el movimiento integrista islámico argelino es suní y, por tanto, mucho menos radical que sus homónimos shiíes de Irán y que siempre serán más moderados si toman el poder por las urnas que si lo hacen por la fuerza.

Sin embargo, una de las premisas de esta tesis es dificilmente sostenible. Los propios dirigentes del FIS han afirmado categóricamente que, llegados al poder, instaurarán la ley coránica, y que aquellos que se opongan a esta opción deben cambiar de pueblo o de país. La opción islámica es irreversible en la medida en que no existen mecanismos que permitan una vía de retorno a la democracia. Consecuentemente, quienes defienden la democracia (bien absoluto) a cualquier precio, para evitar el uso de la fuerza (mal absoluto), deben saber que, dado que el Estado islámico sólo es reversible por la fuerza, están implícitamente apoyando el final del experimento democrático en Argelia.

Esta tesis peca de ingenuidad política: encomendar la custodia de la democracia al integrismo es como dejar al zorro al cuidado del gallinero. Logra ve no es la defensa de estas tesis candorosas pero de buena fe, sino cuando, plenamente consciente de lo que entraña cada opción, se prefiere una democracia de fachada, vacía de con tenido, a "costa del terror y del sufrimiento de los otros", conclusión a la que llega Rosa Montero en su columna Jeroglíficos, del 25 de enero pasado. Si aplicamos la regla de oro "no desees a otros lo que no quieras para ti", la conclusión a la que llega Rosa Montero es que hay democracias de primera y de segunda, y lo que no toleraría para sí misma en España se lo adjudica gratuitamente a las in felices argelinas, que a fin de cuentas son del Tercer Mundo. . La tesis opuesta parte del principio de que no se puede aceptar el veredicto de las urnas a cualquier precio. El fundamento de la democracia está en la tolerancia. La tolerancia con la intolerancia tiene un límite evidente cuando la intolerancia pone en cuestión la propia tolerancia. La democracia no es un fin en sí mismo y carece de valor si está vacía de contenido. La democracia es un instrumento para organizar la convivencia, es un estadio superior de ordenación de las relaciones humanas. Existe incompatibilidad es tructural entre un Estado teocrático y otro democrático, de la misma manera que no se puede mezclar el agua y el aceite. Entre las democracias occidentales y un posible Gobierno integrista puede haber coexistencia, no buen entendimiento, de igual forma que en el pasado hubo coexistencia pacífica entre el Este y el Oeste. Tiene razón Sami Nair cuando titula su excelente artículo Contra integrismo, democracia. Un golpe de Estado nunca resolverá el problema del integrismo; más aún, probablemente lo agrave, pero sin duda lo aplaza. El problema es saber si ese aplazamiento es instrumental o es un fin en sí mismo. El compromiso de las democracias occidentales debe ser con aquellos que defiendan la actual situación como un medio para consolidar una democracia, para garantizar no sólo la legítima alternancia en el poder, sino la propia supervivencia del sistema frente a sus enemigos. Hoy por hoy, tanto Budiaf como Gozali tienen credibilidad suficiente para esta empresa. No es legítimo exigir a nadie que combata la enfermedad de hoy, el integrismo, con la medicina del mañana, la democracia. Dar la vacuna a destiempo podría llevar al enfermo a la tumba.

Todos queremos que la confusa dialéctica cuartel-mezquita sea sustituida lo más rápidamente posible por la de democracia-integrismo, pero seamos pacientes y realistas, la democracia no se improvisa en dos días, los europeos lo sabemos por propia experiencia. Eso no significa que debamos cruzarnos de brazos. Europa, no ya por altruismo, sino por puro egoísmo, debería tener el máximo interés en desactivar esa bomba de relojería que inexorablemente estallará tarde o temprano si no actuamos a tiempo y con inteligencia. Que nadie piense que desaparecido el enemigo en el Este hay que inventarse uno al Sur. No caigamos en la tentación de elevar a la categoría de amenaza militar lo que es un riesgo derivado de una estructura económica y social de absoluta injusticia.

Hay que evitar a toda costa una confrontación que se está incubando artificialmente como un conflicto de civilizaciones entre el islam y Occidente. No podemos caer en la tentación de oponer el racismo al fundamentalismo, ni el espíritu de cruzada frente al de guerra santa. La cultura es seña de identidad de un pueblo; para aislar al integrismo no cometamos el mismo error que el sha de Irán, que intentó occidentalizar su país barriendo todo vestigio cultural del pasado.

Iniciativas como la CSCM son la única receta posible. Si la economía de la ribera sur no sale de su situación crítica, la miseria económica arrastrará el estallido social, y éste probablemente engendre un cambio político bastante menos confortable para los intereses occidentales. La inestabilidad dará paso a la inseguridad. Por eso, si Europa coopera decididamente al desarrollo económico, pero también al político y social del Sur, habrá hecho la mejor inversión de futuro. Los acontecimientos de Argel son un buen aldabonazo para despertar la sensibilidad europea y actuar en la línea y el espíritu de la CSCM.

J. L. Buhigas es asesor del gabinete del ministro de Asuntos Exteriores.

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