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Crítica:CINE
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

A vueltas con la memoria

El éxito de taquilla de su discutible adaptación de la popular La historia interminable (1984), así como su trabajo en una olvidable película con alienígena, Enemigo mío (1985), parecen haber abierto a Wolfgang Petersen las puertas del cine comercial americano. Y sin embargo, nada en la historia anterior de este realizador hacía presagiar tan radical cambio de registro. En efecto, su historia es común a la de toda su generación: nacido en 1941, Petersen debutó en el largometraje en¡. 1970, para pasar luego largos años en la televisión, destino común de casi todos sus coetáneos, desde Reinhard Hauff hasta Volker SchIöndorff, pasando por Alf Brustellin, Hans Jürgen Syberberg, los hermanos Peter y Ulrich Schamoni o Helma Sanders-Brahms. Es decir, la formidable generación salida del manifiesto de Oberhausen, o más sencillamente, los del "nuevo cine alemán".Tal vez entendió antes que otros que su destino estaba lejos de los circuitos de arte y ensayo, tal vez tuvo ocasiones mejores para debutar en el cine comercial. Pero lo cierto es que, en 1981, y después de tres años en el dique seco, firmó El submarino, un filme qué dio la vuelta al mundo y que le puso en el punto de mira de la industria comercial alemana, hasta el punto de confiarle la realización de las dos coproducciones (con EE UU) arriba mencionadas. Y en el fondo, cuando algunos de los más conocidos representantes del neue deutscher film, como Schlöndorff, se han pasado con armas y babajes a la comercialidad americana; o cuando otros, como el otrora reconocido Werner Herzog, deambulan por el mundo en busca de una oportunidad para realizar filmes cada vez menos interesantes, tal vez su opción no sea tan descabellada. Al fin y al cabo, un poco por méritos propios y un mucho por la presión gubernamental democristiana, el cine de autor alemán ha pasado casi a mejor vida.

La noche de los cristales rotos

(Shattered). Dirección: Wolfgang Petersen. Guión: W. Petersen, según la novela de Richard Neely. Fotografía: Laszlo Kovacs. Música: Angelo Badalamenti. Producción: Capella-Davis, EE UU, 1991. Intérpretes: Tom Berenger, Bob Hoskins, Greta Scacchi, Joanne Walley-Kilmer, Corbin Bernsen. Estreno en Madrid: Palacio de la Música, Amaya, Alcalá Multicines, Aluche, California.

Así las cosas, Petersen debuta ahora con un film all american: con el impresentable título de La noche de los cristales rotos se estrena Shattered ("hecho añicos" sería su traducción más exacta), un thriller a ratos vigoroso, otros excesivamente . lastrado por la tendencia a los diálogos más bien superfluos de que hace gala el guión, que también firma Petersen. Parte de una situación no extraña al gran cine clásico americano, la pérdida de memoria que esconde un crimen (tal vez su antecedente más ilustre sea esa sobrevalorada película negra de Delmer Daves con Humphrey Bogart, La senda tenebrosa), aquí llevada, en una pirueta tan atractiva como arriesgada, un poco más allá de los límites de lo creíble.

Porque el principal escollo que debe afrontar el espectador a la hora de ver un film como Shattered es justamente el tener que creer a pies juntilla en la narración, cuyo punto de vista está casi siempre centrado en el protagonista, Tom Berenger -aquí mejor que en otras ocasiones- Así, sus vicisitudes deberán tomarse literalmente al pie de la letra, so pena de caer en cuenta, hacia la mitad del metraje, de la trampa monumental sobre la cual reposa toda su estructura (y que el lector agradecerá no le sea revelada), cuyo descubrimiento puede destrozar literalmente la fruición del espectáculo.

En la nómina de aspectos positivos del filme hay que apuntar, ya está dicho, el vigor intermitente de la puesta en escena, así como, sobre todo, el cuidado diseño de producción, empezando por un elenco siempre en su sitio -con dos presencias inglesas por encima de las otras, Scacchi y Hoskins-, y siguiendo por una fotografia sobria (gentileza del húngaro expatriado Laszlo Kovacs, responsable de las mejores películas de Peter Bogdanovich) y una música inspirada de Angelo Badalamenti, el alter ego musical del temible David Lynch. No es poco, como puede verse, para una película menor y de agradable ver, de esas que, en sus buenas épocas, Hollywood producía un par de docenas por año. Eran, empero, otros tiempos.

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