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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El acuerdo de Madrid

EL VERANO recién concluido no ha sido en España especialmente edificante desde el punto de vista medioambiental. Entre otras muchas agresiones al entorno, destacan los incendios forestales, que han devastado una importante fracción de nuestro territorio. Y siempre, la suciedad creciente del entorno. A los despropósitos de obra hay que añadir los de palabra, que nos dejan más que intranquilos ante la probabilidad, por no decir seguridad, de que se produzcan nuevas ediciones de lo mismo en el futuro.Pues bien, paradójicamente, es precisamente en la capital de este país nuestro, enfermo de irresponsabilidad medioamblental, donde se ha firmado un importante acuerdo para proteger a la Antártida de un muy probable deterioro derivado de la explotación de sus recursos naturales. Debemos, pues, felicitarnos de que haya imperado el buen sentido tras el sobresalto del pasado mes de junio, cuando la delegación norteamericana se negó a firmar el acuerdo consensuado entonces y ratificado ahora.

Los países que hubieran podido explotar los recursos naturales del continente helado no sufren precisamente de escasez de las materias primas supuestamente existentes en la Antártida. Mientras que los países más pobres, carentes de casi todo, no tendrían la menor oportunidad de beneficiarse de esas hipotéticas riquezas. Sólo la codicia podría justificar el asalto al último continente inexplotado del planeta y sólo la solidaridad, y una mayor austeridad en el consumo de los recursos naturales por parte de los países ricos, puede contribuir a la resolución de la escasez en gran parte del mundo.

El acuerdo establece que no podrá ser revisado antes de 50 años. Un instante en la vida de la Tierra, pero un periodo de tiempo en que la humanidad puede cambiar considerablemente en su percepción de lo que es valioso y en las pautas de conducta que de ella se derivan; de hecho, en materia de medio ambiente, esos cambios han sido espectaculares en las últimas décadas. Esperemos que dentro de 50 años seamos más inteligentes y responsables que ahora y el mundo sea más vivible, de modo que no sea necesario reconsiderar la prohibición ahora adoptada. El enorme y lejano continente helado puede respirar tranquilo, al menos por el momento.

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Convendría, por último, que este tipo de actuaciones se extendiera hacia ámbitos que nos son más cercanos geográficamente y se resolvieran, con equidad y sin racanerías, los problemas medioambientales que aquejan a nuestr ' o país en el contexto de una política europea global. Por el contrario, las noticias que llegan a este respecto de Bruselas no son muy tranquilizadoras, y todo parece indicar que, entre la falta de solidaridad de los países ricos del norte de Europa con los más pobres del sur y la comprobada insensibilidad de la sociedad española hacia este tipo de cuestiones, se quede la casa sin barrer y nuestros campos, costas y ciudades sigan deteriorándose gravemente. Que el ejemplo antártico cunda y se protejan o rehabiliten espacios situados en otras latitudes.

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