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Desaparece un partido

A Mijaíl Gorbachov, a la sombra de su rival y salvador Borís Yeltsin desde los sucesos de la pasada semana, se le da menos valor del que tiene. Se afirma que ha titubeado demasiado, que se ha dedicado a "actuar como un remendón" y que se ha apoyado en el vacío. Como George F. Will afirmaba en el International Herald Tribune, metió en casa al enemigo y se fue de vacaciones. Esto es discutible.Su anterior ministro de Exteriores, Edvard Shevardnadze, se entrega, sin embargo, con demasiada pasión a esta polémica cuando insinúa que el propio Gorbachov ha alentado el golpe. Eso sería propio de unos Borgia renacentistas á la russe y no tendría en cuenta el caos reinante en la Unión Soviética.

Imaginémonos qué es lo que habría hecho Shevardnadze si, en su momento, hubiera llegado a la jefatura del Politburó en lugar de su amigo Gorbachov. Es probable que hubieran tratado de quitárselo de enmedio mucho antes.

Al fin y al cabo, no era un espadón, como Napoleón, que trató de sacar a la Revolución Francesa del marasmo en el que se encontraba. Shevardnadze tampoco hubiera podido proporcionar a la población artículos de primera necesidad. Hasta ahora, los nuevos no han conseguido hacerlo; como personas formadas en la economía planificada, no han aprendido a hacerlo.

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Puede ser que con Alexandr Yákovlev, ex comunista, como Shevardnadze, existiera más entendimiento conceptual del que hubiera habido con Gorbachov en el cargo. Sin embargo, es evidente que era lo suficientemente autocrítico como para saber que no hubiera podido imponerse ni en su propio país ni en el extranjero.

Borís Yeltsin, el héroe del día, no hubiese logrado el triunfo si Gorbachov no le hubiera abierto brecha mediante la glasnost. Es trágico que la glasnost, la transparencia de los asuntos públicos, fuera un obstáculo, incluso hiciera casi imposible la perestroika, la transformación de la sociedad. ¿Qué dirigente de la Unión Soviética hubiera podido remediarlo?

Se dice que Gorbachov, a pesar de su olfato táctico, estaba nadando entre dos aguas. Pero también Abraham Lincoln, en los inicios de la guerra de secesión americana de 1861, nadaba entre dos aguas... hasta que los rebeldes del Sur dispararon el primer tiro contra Fort Sumter. George F. Win llega a afirmar que la idea original de Lincoln, no era, ni mucho menos, la de suprinir la esclavitud. En el plazo de 18 meses, sin embargo, los acontecimientos habían desarrollado sus propias leyes.

Lo mismo puede decirse de Gorbachov. Ha tenido que enfrentarse a un partido comunista que en realidad ya no existía, pero que él -aunque sin mucho entusiasmo- habría querido reanimar. ¿Pero quién había quitado el poder a ese partido? Su secretario general, el mismo Gorbachov. Durante el golpe, el partido había desaparecido de la escena.

Estaba el KGB. ¿Quién hubiera sido capaz de buscar el jefe adecuado para el KGB si no disponía del poder de Iván el Terrible o del zar Pedro 1, que llegaba a ayudar en el empalamiento de sus supuestos enemigos? ¿Este gigantesco aparato no tiene algo así como una ley de funcionamiento propia que hace ajustarse a todo nuevo jefe a su dinámica interna? ¿Qué hubiera sido Beria sin Stalin?

¿Y el Ejército? ¿No se había mantenido en silencio durante demasiado tiempo? ¿No había, desde el punto de vista de los militares, razones suficientes para dar un golpe de haber habido un espadón? Lenin y Trotski, esos expertos en revoluciones, probablemente hubieran contemplado con asombro el espectáculo en Moscú y Leningrado. ¿No advirtieron siempre del peligro del bonapartismo?

Ahora bien, este desdichado Yázov era cualquier cosa menos un Bonaparte, cualquier cosa menos un espadón. ¿Es que hay quien no se dé cuenta de que para Gorbachov era mucho menos peligroso de lo que podría haber sido un mariscal Tujatshevski, por ejemplo?

Lenin, poco antes de su muerte, había lamentado el duro trato dado por Stalin y su compinche Ordzhonikise a la Georgia nacionalcomunista. Ahora bien, ¿tenía Lenin algo más en mente que la unidad del partido y de la Unión? ¿Hubiera dejado marchar pacíficamente a las repúblicas bálticas, Georgia o Ucrania de haber tenido el poder suficiente para retenerlas? Quien lo crea así es que conoce muy mal a Lenin.

Borís Yeltsin, por haber debilitado el poder central de Moscú y por haber potenciado -¿intencionadamente?- las fuerzas centrífugas de las repúblicas, ha puesto a Gorbachov en la situación de la que ha logrado salvarle. La Rusia leninista ya no existe. Pero por grandioso que haya sido el valor personal de Yelts1n y de la población, la cuestión no está, ni mucho menos, resuelta. A la larga no puede haber lugar para los dos presidentes. El aire que respire uno se lo quitará al otro. Es posible que Yeltsin sólo pueda producir pan y llenar las estanterías durante breve tiempo, y aun eso está por ver. En la Unión Soviética, el lema válido es libertad no equivale a mercado libre", y no el chino "mercado libre no equivale a libertad".

Naturalmente, el club de los old boys se pronuncia ahora. Helmut Schmidt profetiza que durante decenios la Unión Soviética se caracterizara económicamente por su debilidad. Henry Kissinger pretende haber advertido siempre del peligro de apostar por un solo hombre.

¿Podemos preguntar si es que él pretendía apostar por Yeltsin a la vez que por Gorbachov, o, además, también por Ucrania, como Helmut Schmidt propone9 ¿Desean precipitarse sin el mas mínimo equipo a la jungla de la política interior soviética?

Bueno, ellos no tienen que hacerlo, se limitan a escribir. Desde un puerto seguro, sea Hamburgo o Washington, se puede aconsejar bien.

George F. Will afirma que en un principio, a Abraham Linco1n le importaba únicamente el mantenimiento de la Unión. Eso es lo que debería importarle también a cualquier presidente ruso. Sin embargo, nadie ha contribuido más que Yeltsin al desmembramiento de la Unión. Lo último que quería De Gaulle, al principio, era la independencia de Argelia. Pero su autocracia terminó importándole más.

Todos se han dejado arrastrar por los acontecimientos. Yeltsin también tendrá que hacerlo, lo quiera o no. Si viene a Alemania, se le recibirá, con toda razón, con entusiasmo. Pero sus problemas serán, si cabe, mayores aún que los de Gorbachov.

Rudolf Augstein es director del semanario alemán Der Spiegel.

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