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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ambigüedad argelina

ARGELIA HA vivido en las últimas semanas unos cambios políticos importantes: se formó un nuevo Gobierno, que, por primera vez, incorporaba a personalidades independientes y no estaba sometido al Frente de Liberación Nacional (FLN); se profundizó la crisis de éste y el abandono de Chadli Benyedid de su presidencia, quedando solamente como jefe del Estado; el Frente Islámico de Salvación (FIS) está dividido, y sus máximos dirigentes, encarcelados. Sólo el Ejército sigue como factor fundamental de la vida política: decretó el estado de sitio y controla el orden público.Lo curioso del caso es que todos estos cambios se hacen durante un proceso cuyo objetivo es, según las declaraciones oficiales, dotar a Argelia de una verdadera democracia. En realidad, los hechos son distintos. Cuando Chadli inició la transición de un sistema autoritario a otro plural se encontró con la aparición de un movimiento integrista islámico resuelto a utilizar las libertades para propugnar un Estado teocrático. Después de unas elecciones municipales en las que el FIS consolidó un lugar importante, parecía que Argelia iba a ofrecer una experiencia de integración de un movimiento islámico como uno más de los partidos en un marco democrático.

Los últimos acontecimientos han dado un giro espectacular al proceso. Cuando el 5 de junio Ahmed Gozali fue nombrado primer ministro, el FIS pudo valorar positivamente el resultado de sus movilizaciones: se aceptaba su demanda de convocar elecciones presidenciales en 1991, además de las legislativas previstas, y el FLN perdía el control del Gobierno. Pero la evolución pacífica hacia las elecciones fue obstaculizada por dos hechos: en el FIS se impuso un sector duro, que agudizó los choques con las fuerzas del orden. Madani y Benhadj se sumaron a esa línea, y el primero amenazó con declarar la guerra santa. Por otra parte, el Ejército decidió jugar la carta de la división del FIS, encarcelando a los dos líderes por "conspirar contra el Estado". La idea de que gracias a estas detenciones el FIS podría ser dirigido de forma más moderada no deja de ser especulativa. De momento, incluso los dirigentes más posibilistas del FIS están obligados a pedir la liberación de los encarcelados, cuyo prestigio, sin duda, aumentará. El FIS no es sólo un movimiento extremista, engloba también las esperanzas de muchos jóvenes condenados al paro y la desesperación por una economía degradada.

El programa del nuevo jefe del Gobierno, Ahmed Gozali, no ofrece perspectivas muy halagüeñas. Si merece elogios su exposición indisimulada de los datos de una economía casi en bancarrota, en cambio resulta sorprendente que hable del avance argelino hacia la democracia, como si la detención de los líderes de una de las primeras fuerzas políticas del país fuese simplemente una medida de orden público. Confiar a un tribunal militar que juzgue y condene a Masani y Benhadj no es el camino adecuado para resolver los problemas del islamismo o de la democracia. Sería muy negativo que, para escapar a la amenaza del integrismo islámico, Argelia sometiese su democratización a la hipoteca del poder militar.

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