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Tribuna
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En la búsqueda de la verdad

1990 quedó marcado para la historia con dos hechos trascendentales: la definitiva crisis de una revolución que cambió las premisas del vivir a través de la política como base ideológica y el conflicto en el Oriente Próximo, que había de precipitar la llamada guerra del Golfo. Dos temas aparentemente distintos y que han tenido una indudable correlación. La revolución que hemos llamado hasta ayer el comunismo, como fórmula de cambio, ha cumplido su ciclo (1917-1990). ¡Largo ciclo, en verdad!Desmontar las injusticias que provocan las revoluciones, injusticias siempre amparadas por la fuerza de las armas y el dinero, es algo que llega arrancando las armas de donde están y con una sangría generalmente masiva de los pueblos, considerando como pueblos los desheredados, los perseguidos, los sometidos al terror y los abusos del poder.

En la vida que a uno le ha tocado vivir, todo giraba políticamente sobre una lucha titánica entre lo que hemos llamado capitalismo y comunismo, derecha e izquierda (el centro es una falsedad, como decía Bergamín sobre el arte de la tauromaquia: "A los toros hay que recibirlos vaciándolos por la derecha o por la izquierda, y si te quedas en el centro te coge el toro").

Pues bien, de la noche a la mañana, al caer el llamado muro de Berlín entre alegres canciones con que el pueblo alemán recuperaba su unidad y cuando lógicamente parecía que con ella se precipitaría la unidad total de Europa, mientras un político ruso llamado Mijaíl Gorbachov recorría el mundo entre el entusiasmo no fabricado de ciudades y ciudades, como artífice de la paz y la muerte de la guerra, vuelve a sonar la vieja frase de el hambre de Rusia que, uno escuchó de niño y se alzan las voces triunfadoras del capitalismo, el talismán de todas las guerras, que ahora nos quieren presentar como de todos los bienes, y surge la angustia y el desamparo de los sojuzgados, esclavizados por el imperialismo militar y económico centrado en Estados Unidos de Norteamérica, un imperialismo como tantos otros, llamado a derrumbarse sin remedio, Dios sabe con que final estertor.

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El brote de una guerra durante años amenazante sobre Europa, una Europa repleta de misiles, una guerra que para hacerla menos angustiosa llamaban guerra fría, la sustituye y surge como de improviso, intempestivamente, en Oriente Próximo.

Uno, como miles de ustedes, no conocía hasta ayer a Sadam Husein. De pronto, con su efigie aparece el terrorista que fue un día Nasser, otra vez Arafat, otra vez Gaddafi, otra vez Jomeini, otra vez Hafez el Asad; unos terroristas que dejan de serlo según la postura en el Oriente Próximo con respecto a Estados Unidos.

La historia de Kuwait como parte de Irak, la larga guerra entre Irak e Irán, peticiones insistentes en un inútil diálogo mantenido años y años sin la menor concesión, las condenas no respetadas de la ONU a otras fragantes invasiones, aparte los israelíes, allá a lo lejos Panamá, o más a lo lejos Granada, la descarada intervención en Nicaragua condenada por el tribunal de La Haya.

Día a día, en medios televisivos aparecía un Bush enérgico: "...Iremos, llegaremos donde haya que llegar para restituir el Gobierno democrático de Kuwait".

No es una broma, el mundo debía ir a una guerra sangrienta, avanzando sobre miles de muertos, para restituir el Gobierno democrático de Kuwait. No para solucionar el acto de una invasión, ni las injusticias sobre el mundo árabe, donde nace el petróleo que, fuera de allí, de los intereses de esos pueblos, se manipula. No para que sobreviva Israel, pero sin por ello dejar morir al pueblo palestino.

El bloqueo económico no se consideró suficiente. Ese bloqueo que, mal aplicado, ha sido, pese a ello, el único signo de enfrentamiento contra la barbarie sobre la raza negra desde un racismo violento y agresivo de una minoría blanca en Suráfrica, abrazado al colonialismo británico, que aún hoy va de Gibraltar hasta los principios en que se asentaba Kuwait como Estado. ¡Por Dios, no repitamos lo de democrático! Un bloqueo ya lo estamos viendo hoy, que parece abrir camino hacia la difícil situación de ese problema racial vergonzante.

Las Naciones Unidas no se han prestigiado, como se viene diciendo sobre el caso Kuwait, con su autorización al empleo de la fuerza por un Consejo de Seguridad en que, como en una vulgar casa de tratos, todo se vendía al dinero, China y Rusia incluidas.

¿Esta Rusia del hambre que aparece lejos de la poderosa URSS como potencia que equilibraba, con Estados Unidos de Norteamérica, tantas cosas, entre otras las armas nucleares y los viajes al espacio, en un ayer tan próximo, es hoy un mundo en la miseria?

¿Dónde está la verdad? ¿Dónde están los principios mínimos de una ética, de una moral, en la convivencia de las naciones? ¿La democracia es esta política triunfante del brazo de la guerra que dicen unos y otros? ¿Todo esto se hace de verdad en nombre de la democracia?

Y mientras en los medios que nos comunican es tan difícil encontrar entre tantas falsedades y partidismos la verdad, esperemos a dónde nos lleva esa revolución de la ciencia, de la técnica, con sus arrolladores avances, con sus tremendas repercusiones sobre principios religiosos, reglas económicas, conquistas sociales..., rompiendo tantos artículos de fe de una época que podemos empezar a llamar pasada, no sé si cerrándose su caminar por medio del diálogo o de un caos y la destrucción.

Cuando en el mes de agosto del 90 surgió la invasión de Kuwait uno creyó en aquel principio que era un problema árabe, entre los árabes. Equivocadamente pensaba que Sadam Husein era bien visto por Norteamérica por aquel de su enfrentamiento con Irán y que eran cosas de facturas de cobro por servicios prestados. La realidad es que el horizonte ilusionado de una Europa total libre, independiente de anteriores vasallajes, con la que tantos veníamos soñando años y años desde los días de Schuman y Monet, el Pacto de Roma y la Constitución de Estrasburgo, quedaba como inerte, apagado, medio roto y fuera de onda.

Los acontecimientos que se han ido sucediendo en y después de esta guerra, con sus increíbles contrasentidos, incitaban más bien a fáciles comentarios humorísticos, aun dentro de la tragedia, como si no fuera posible admitir que determinadas afirmaciones fueron hechas seriamente.

Los ataques de la derecha española comparando a Sadam Husein con Hitler en este país en el que durante años la efigie de Hitler, junto al Caudillo Franco y Mussolini, ocupaba todos los despachos oficiales, y el Führer alemán era objeto de todas las alabanzas y beneplácitos, resultaban casi ridículos.

Los comentarios de que las sanciones económicas no tenían viabilidad porque Irak había acumulado alimentos para dos meses. Las dificultades para solucionar el conflicto y precipitar la paz se rompían porque un misil había producido la muerte de 20 soldados de EE UU, después de meses de horribles bombardeos por los B-52 que salían de las bases en España, simpática herencia del franquismo y parte del precio para 40 años de dictadura.

El proyecto ruso de paz no era admisible al final por una diferencia de tres semanas en el plan de evacuación, proyecto que vetaba Francia, que presentó en un principio otro menos admisible para Estados Unidos.

¡Qué triste el silencio de los que tanto han gritado por los seres no nacidos, contra la vida sin voz, ante el grito de angustia y de miedo de cientos de niños aterrorizados, de hombres y mujeres despedazados con un aire salvaje hecho con frialdad y con método!

Los japoneses del exterminio atómico dan dinero para la guerra a los que lanzaron la bomba atómica en Hiroshima y Nagasaki.

Los locutores de la radio y de la televisión se equivocaban de continuo: "Los Estados Unidos, perdón, las fuerzas multinacionales...". Estaba bien dicho en el arranque; efectivamente, Estados Unidos y su adlátere el Reino Unido deciden por todos los otros países atemorizados, que iniciaron una intervención avalada por el Consejo de Seguridad de la ONU, ese Consejo de Seguridad que enmudeció de inmediato y donde Pérez de Cuéllar se confesaba prisionero sin opción, como perdido en la nada, cuando era su palabra y su intervención por la paz tan necesaria.

Ni a Kuwalt ha vuelto un Gobierno democrático, ni el final ha sido acabar con Sadam Husein, porque los shiíes que le pueden sustituir son como una consecuencia más peor, haciendo también inútiles los otros 10 años de la tan preparada guerra entre Irak e Irán.

Y para terminar, y temiendo ser interpretado al revés, como ocurrió con el Rey y su mensaje en la pasada Nochebuena refiriéndose a la libertad en la prensa, quiero hacer constar que nada de cuanto se dice en estas líneas referente a Oriente Próximo supone la aprobación del acto de fuerza y la invasión de Sadam Husein, pero este acto de fuerza tiene una absoluta correlación con el colonialismo, con las anteriores invasiones israelíes, con los vetos de EE UU en la ONU, con hechos y actos que vienen de años de incomprensión y silencio intencionados.

En fin, sigamos soñando con la nueva Europa que borre la desunión y el ridículo que ha interpretado en el conflicto del Golfo, la Europa de hoy, porque a uno no le preocupa que se haya equivocado Sadam Husein creyendo que no habría guerra, a uno lo que le preocupa es que en esta guerra se haya equivocado Europa.

José María Amado es director de la revista literaria Litoral.

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