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Tribuna:
Tribuna
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Querido Occidente

Querido Occidente: me gustaría saber qué vas a hacer con tu victoria. Ya lo sé, no eres obligadamente malintencionado, mientras los precios del petróleo continúen bajos y estables todo va bien. No lo encuentro chocante, no soy un ingenuo; no sería normal que no velaras por tus intereses, no estamos en un cuento de hadas. Pero esos intereses estarían mejor preservados si los pueblos de la región obtuvieran también un beneficio, no eres más tonto que otros y puedes comprenderlo.Te gustaría, por ejemplo, que el pueblo iraquí alcanzara la paz y la estabilidad. No le deseas ningún mal. Aplaudirías si él solo abatiera al dictador, impusiera la democracia y se pronunciara masivamente por personalidades liberales, enérgicas, preocupadas por el bien público, pragmáticas, pacíficas, con americana y corbata, english speaking de preferencia. Tu único problema es que esa gente no existe, y si existe no representa en absoluto al pueblo iraquí tal y como es hoy día. Veinte años de tiranía baazista han destrozado los riñones de esta sociedad. Han ocasionado dos guerras particularmente mortíferas y a cual más absurda. Han hecho pedazos todo tipo de oposición, destituido al personal, arruinado toda tradición democrática, toda libertad de pensamiento; forzado a los espíritus independientes al exilio, matado, militarizado a la gente hasta en el pensamiento. Ya no queda nadie.

El régimen baazista era (es) un sistema implacable de dominio, pero aseguraba la estabilidad. Destrozando a Sadam Husein, no matándolo del todo, has abierto la caja de Pandora, has liberado fuerzas poderosas, el espectro de la guerra civil, el fantasma de Líbano, viejos resentimientos de décadas que nadie puede controlar.

Las únicas fuerzas que parecen algo representativas son las de la etnia, las de la confesión. Son shiíes y son kurdas. Mala suerte: no puedes ofrecer nada ni a los unos ni a los otros. Imposible apoyar a los shiíes: ofrecerían una prolongación natural de la revolución islámica iraní, y eso, independientemente de tu repugnancia por ese género de régimen, tus suníes aliados de los saudíes jamás lo aceptarían. Imposible apoyar a los kurdos: son un pueblo de 15 a 20 millones de almas repartidas entre Irak, Irán, Turquía, Siria y la Unión Soviética, las regiones petrolíferas por excelencia. ¿Te das cuenta del lío?

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¿Qué haces, pues? Es sencillo: los dejas morir. Pusiste la palabra fin en tu película cuando se liberó, se apagaron los proyectores, no hay nada más que ver. Sin embargo, a través de algunas frases desconsideradas les has impulsado a la rebelión. Los shiíes y los kurdos te han creído. Pobres shiíes, pobres kurdos. Les has abandonado a la fiera herida. Aplastados, asesinados, bombardeados con napalm, perseguidos por los helicópteros, es curioso ver cómo para ellos el nuevo orden se parece al anterior.

¿Qué vas a hacer ahora? Posiblemente vas a jugar a la oriental, pero ése no es tu juego. Buscarás la oposición iraquí más aceptable, la más presentable; trazarás líneas rojas que estará prohibido franquear, y tratarás de implicarte lo menos posible. Descubrirás la necesidad de apoyarte sobre las estructuras creadas por Sadam Husein, una parte de su personal, su partido, su policía, sus Fuerzas Armadas. Pero eso no será suficiente. Te apoyarás también en tus aliados árabes, Egipto, Siria, Arabia Saudí. Ellos se encargarán de los subtratados. Lo harán lo mejor que puedan. ¿Pero cómo quieres que salgan con bien, cómo resistirán a la presión si el malestar de esta región se perpetúa y se agrava?

Lo que les mina y lo que fragiliza su poder es el conflicto israelo-palestino-árabe, siempre presente. Éste no es el principal problema en términos reales, su resolución no cambiará gran cosa las condiciones de vida del campesino egipcio, ni, a fortiori, las del ciudadano argelino o marroquí. La cuestión es central sólo en términos simbólicos, y los símbolos no son nada. Siendo los problemas reales extremadamente difíciles de resolver, tú puedes todavía, si quieres, dar un golpe psicológico. Si tú, Occidente, lograras sacar un conejo de tu chistera -una paz justa y duradera, al fin, al fin-, la opinión árabe se volvería a tu favor en 24 horas y por años.

Si lo consiguieras, tu cruzada a favor del derecho internacional tendría sabor real en la boca de esos millones de valientes que desfilaban para Sadam. En ese momento, el fracaso iraquí se convertiría en una lección, un cuento trágico que probaría a todos que la brutalidad no es una solución, que el mito del caballero salvador no es más que una ilusión patética y homicida. Una demostración de tamaño natural: el derecho que no es una palabra vana, el brazo de la balanza que permanece en equilibrio con los ojos vendados. Solamente en ese momento, Sadam, aquellos que se le parecen y los que querrían imitarle, habrán perdido la partida. Y esto no será nada: el terremoto habrá, posiblemente, permitido a los árabes romper el talismán, comenzar a pensar de otro modo, recuperar el mundo real tal y como es. En ese momento se podrá decir que el centenar de millares de iraquíes que han perdido la guerra y la vida no habrán muerto en vano. ¿Te interesa esto todavía? ¿O bien tu guerra contra Sadam no era nada más que una expedición de castigo destinada solamente a demostrar quién era el más fuerte?

Francamente, no te creo tan voluntariamente cínico. Creo que si pudieras conseguir la paz en el Próximo Oriente no dirías que no. El Gobierno de Shamir ha puesto ya todos sus batallones en pie de resistencia, tiene una gran costumbre. Piensa: mientras que los árabes estaban armados eran demasiado peligrosos para que llegara la paz; ahora que no tienen fuerza militar, no hay ninguna razón para negociar con ellos. En ese juego, y con ese compañero, has llevado siempre las de perder. Preparas un plan de paz, cierto, uno más. Pero es posible que se pierda en las arenas; lo mismo te da perder una ocasión más.

Pero admitamos que esta vez sea la buena. Imaginemos que el pueblo israelí comprenda al fin cuál es su interés, que realice la imposibilidad práctica de anexionar, de expulsar, de someter o de mostrarse duraderamente respetuoso con el millón y medio de palestinos que tiene sobre sus hombros. Es verdad que la oportunidad histórica no ha sido jamás tan favorable, que nunca has estado tan bien situado. Pero no te librarás: no ocurrirá nada mientras te niegues a enfrentarte con el Gobierno actual de Israel, mientras no encuentres el medio de desbaratar el sutil bloqueo que él ha sabido siempre oponer a tus veleidades de paz.

Y eso no es todo. ¿Crees tú que Siria desea un Estado palestino independiente? Hum, hum... Sí, lo desea, a condición de tener a Líbano en su mano derecha y a Palestina en la izquierda. Bueno. Pero, ¿y Egipto? ¿Desea tal fortalecimiento de la influencia siria? Y Hussein de Jordania, ¿en qué se convierte en este berenjenal? ¿Y los monarcas de Arabia Saudí, de Kuwait, del Golfo entero? Tienen tantas ganas de ver a Yasir Arafat presidente de cualquier cosa como de ahorcarse.

Sin embargo, debe de haber una fórmula mágica, muy pragmática, una línea, una improbable solución. Los representantes de los refugiados (Yasir Arafat) han asegurado el leadership de los palestinos durante 20 años, desde la guerra de junio de 1967 hasta el principio de la Intifada, en 1987. Desde esa fecha, este leadership se está deslizando sociológicamente hacia los representantes de los ocupados (Faysal Huseini). A éstos los consideras como interlocutores válidos incluso si continúan reconociendo formalmente la autoridad política de la OLP.

A ti te gustaría una fórmula que marginara progresivamente a Arafat, permitiéndole, sin embargo, cubrir formalmente la acción de los palestinos en Cisjordania. Un plan que haría de él un Moisés conduciendo a su pueblo a través del desierto hasta el umbral de la tierra prometida, prohibida para él. Un arreglo que transformaría al rey Hussein en algo fundible, que establecería la estabilidad regional sobre un gentleman agreement entre Siria, Egipto y Arabia Saudí, comprendiendo una co-tutela sobre la futura Palestina. No sé, todo esto da la impresión de ser difícil de lograr. Pero tú eres quien ha ganado la guerra. Es tu problema. Solamente digo que no habrá verdaderos cambios antes de que ese pueblo tenga un trozo de tierra con una bandera plantada en el centro. Y eso sin hablar de Líbano, Chipre, los kurdos, o de la limitación de armamentos, de un mejor reparto de la renta del petróleo. Hablo simplemente de esta espina mítica central, la cuestión palestina.

¿Lo lograrás? Contra todo pronóstico, has unido y mantenido la coalición internacional más heteróclita que se pudiera imaginar, has conseguido llevar a término una operación político-militar que era todo menos evidente. Ya sé, es más difícil hacer la paz que la guerra (si es que a esa masacre se la puede llamar guerra). Pero, en fin, puesto que eres tan magnífico, puesto que nada se te resiste, ni el Este ni el Sur, sorpréndenos una vez más, Occidente, demuéstranos por una vez que no eres como la caricatura que se hace de ti. Sí, por una vez, una sola, te conjuro, esta región ha sufrido demasiado, te tomo la palabra: cumple tu compromiso.

Selim Nassib es periodista libanés. Traducción: María Teresa Vallejo.

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