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Murió en la plaza de España

El pasado 5 de diciembre fallecía en un sótano el senegalés Festus Unumaebe. Era uno de los 200 africanos que durante meses pernoctaron en la plaza de España. Para el articulista, su muerte ha servido para sacudir los sentimientos de la ciudadanía y de los políticos. Pocas veces la muerte de un desconocido ha producido un impacto tan fuerte en la conciencia social de tantos.

Amigo Festus, descansa en paz. Todavía no hace tres meses que llegaste a España como refugiado desde tu Nigeria natal. Nadie pensó entonces que tu nombre y tu historia serían tan pronto cabecera de periódicos y telediarios.La gente dice que moriste de frío. ¿Del frío invernal de Madrid o de la fría acogida que te dimos los madrileños? Lo cierto es que nadie te vio morir. Cuando tus compañeros trataron de despertarte, tú ya no estabas con ellos. Tu partida se había producido varias horas antes, en la soledad de la noche. Tendrá que ser el forense quien nos explique los motivos de tu fallecimiento.

Desde aquella fría mañana de diciembre... no has dejado de ser noticia.

Música en el cuerpo

Yo todavía te recuerdo durante tus visitas a Cruz Roja con tu walkman, tu música a toda potencia y los cascos bien ceñidos a tu oreja para no perderte ni una nota de tu música favorita. No te gustaba la realidad cotidiana; por eso preferías abstraerte y vivir en tu mundo de ritmos afroamericanos.

La última vez que nos vimos en Cruz Roja te sentaste a mi lado. Me fijé en tu aspecto fornido y en la fuerte musculatura de tus brazos. Hablabas un inglés enrevesado y cortante, te comías la mitad de las palabras; explicaste que la comida española no te sentaba bien, que te producía como un hormigueo en los brazos.

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A raíz de tu muerte he tratado de reconstruir tu historia desde aquella tarde en que -como todos los viernes- llegó el avión de Lagos con los refugiados nigerianos. Primero te presentaste a la policía para solicitar asilo en España. Desde allí te remitieron al Servicio de Refugiados de Cruz Roja, donde encontraste la mano amiga de tu social María Jesús, como soléis llamar los nigerianos a vuestro trabajador social (social worker).

Chequeo rutinario

Fue ella quien te mandó al médico para que te hiciera un chequeo rutinario. Debió de parecerte superfluo, pues tardaste varias semanas en ir. Al final, los tres médicos -el de cabecera, el analista y el radiólogo- te dieron la razón: "Estado de salud, normal".

Otro día viniste a decir que te habían robado el dinero del mes. Así se lo contaste a tu social. Para aliviarte, se te asignó una plaza en un comedor público para transeúntes.

Tu profesora, una voluntaria de Cruz Roja, podría contarnos tu esfuerzo por aprender nuestro idioma castellano.

Lo que nunca olvidaré es aquella noche en que, acompañando a Olga, me presenté en los bajos de una casa solariega, junto a la plaza de España, donde dormías con otros africanos. Íbamos a comunicaros que estaba próxima la apertura de un albergue para refugiados con camas, colchones, calefacción y duchas de agua caliente. A la entrada nos encontramos con el presidenite de una asociación que decía representar a Ios africanos en España y que trataba de impedir que hablásemos con vosotros. De aspecto pulcro y cuidado, sus gritos y bravatas me sonaron a música celestial.

"El que quiera hablar con Cruz Roja, que salga a la calle y hablaremos en la acera", os dije.

Hacía frío aquella noche. También tú titubeaste, Festus. Desde dentro te presionaban para que nos ignorases. Pero al fin desafiaste a quien trataba de capitalizar tu desgracia en provecho propio y, junto a otros 23 africanos, viniste a Cruz Roja y solicitaste plaza en aquel albergue por el que veníamos luchando. Fue un hermoso detalle de humanidad vuestro gesto de acompañarnos hasta el pasadizo de la plaza de España buscando a los africanos que por allí dormían para que no se quedaran sin plaza en el albergue.

Desgraciadamente, dos días antes de que se abriera el albergue de Cruz Roja en la Casa de Campo te fuiste de entre nosotros.

Tu inesperado viaje, Festus, al mundo de tus ancestros no ha sido en vano. Tu muerte ha servido para sacudir los sentimientos de la ciudadanía y también de los políticos. En pocos días estarán abiertos dos nuevos albergues, uno en la Casa de Campo y otro junto a la estación del Norte. Demasiado poco, ¿verdad? Lo importante es que ya hasta las gentes sencillas conocen vuestros problemas y hablan de ellos en la peluquería, durante el bocadillo mañanero y junto al fuego del hogar. A nuestra oficina han acudido periodistas y cámaras de España y de Europa. Todos se interesan por ti y por la suerte de los refugiados africanos que duermen en la plaza de España, en los portales y en las bocas del metro. Los propios madrileños que antes hacían chistes o te miraban indiferentes mientras tendías tu ropa frente al Palacio Real o junto al asno de Sancho Panza, ahora parecen despertar de una pesadilla y se ofrecen como voluntarios para traer ropa, comida y calor humano a los refugiados. Pocas veces la muerte de un desconocido ha producido un impacto tan fuerte en la conciencia social de tantos.

En vida fuiste ignorado. Ni yo mismo he conseguido saber cuál es tu verdadero apellido: el de tu pasaporte, el de tu documentación de solicitante de refugio o el que tenemos en Cruz Roja. La muerte te llegó calladamente. Hace poco vino el pastor Svensson y nos dijo que el domingo anterior a tu muerte habías estado en su iglesia y te habías entregado a Dios: también allí dejaste una huella. Tus funerales se celebraron en el marco solemne de la plaza de España con canciones de tu tierra y con la solidaridad de africanos y españoles. Incluso las cámaras de TVE estuvieron allí. Tu entierro fue sencillo y sin la pompa de los rituales funerarios africanos, pero digno y solemne. Es verdad que algunos anduvieron diciendo a la prensa que pensaban repatriar tu cadáver, pero tuvo que ser María Jesús, tu social de Cruz Roja, quien,en ausencia de familiares o deudos" se personara en el Instituto Anatómico Forense, en el juzgado y en la funeraria para hacerse cargo de tus restos e inhumar tu cadáver en un nicho del cementerio Sur.

Ahora vemos que tu historia, y sobre todo tu triste final, ha servido para encender una hoguera de solidaridad hacia los africanos y refugiados en España. Tu fallecimiento ocurrió un 5 de diciembre, víspera del Día de la Constitución, cuando los españoles recordábamos aquella efemérides que nos devolvió nuestra dignidad de hombres libres. Tu muerte nos sirvió para recordarnos que la dignidad y los derechos humanos no son patrimonio de los blancos o de los españoles, sino de todos, también de los africanos y los extranjeros que viven entre nosotros.

Madrileño afroespañol

Tal vez dentro de 20, 30 o 40 años, cuando la colonia de madrileños afro-españoles sea numerosa y respetada... los niños pregunten a sus padres: ¿cuándo llegaron los primeros negros a Madrid?, ¿cómo eran?, ¿a qué se dedicaban? Tal vez algunos padres les hablen de Antonio Machín o de los baloncestistas negros que se hicieron famosos. Pero a mí se me ocurre pensar que otros les hablarán de ti y de los tuyos, los que empezasteis durmiendo en la plaza de España y en los pasadizos de la calle de Bailén. Y cuando llegue el momento de escoger una efemérides importante en la vida de los afroespañoles madrileños, probablemente elijan el 5 de diciembre por su proximidad a la fiesta de la Constitución y porque ese día terminó su existencia un africano cuya muerte marcará un hito en las relaciones de los negros con la población española y madrileña.

Por eso, quienes acudimos a tu entierro, Festus, tuvimos un interés especial en poner tus restos en un nicho sellado con una lápida donde dice: "Festus Unumaebe Enaglare". Y junto a tu nombre, dos fechas: la de tu nacimiento, en Nigeria, y la de tu muerte, en Madrid. Así se sabrá dónde reposas. D. E. P.

Féliz Barrena Sánchez es director del Servicio de Refugiados de Cruz Roja Española de la Comunidad de Madrid.

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