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TEATRO

La pureza de san Genet

Ella es el Papa. El juego se basa en que en el idioma francés "su santidad" concuerda en femenino, como "su majestad", o "su ilustrísima". En español se acepta menos: se toma como adjetivo, o como atributo, y la frase se concuerda con el nombre masculino -papa, rey, obispo-; quizá también, más que por reglas, por una repugnancia del machismo histórico a dirigirse en femenino a un personaje masculino. Es una costumbre que hace norma. Pero vale la inevitable traducción, sobre todo porque en el juego continuamente repetido hay una idea del autor: considerar con vaguedad la naturaleza del símbolo; o por su propia tendencia homosexual, que exhibió con gloria. Toda la obrita -por tamaño, que no por envergadura- que Genet dejó sin terminar -Ángel Facio la termina por su cuentaestá en la especulación -de espejo; de reflejos cambiantes, equívocos, de engaño, de sortilegio 'entre la imagen, el símbolo, la creación de términos meramente visuales de adoración y su contraste con la realidad humana: también como atributo, o como condición. A mí no me parece irreverente, ni sacrílega, ni blasfematoria, ni escandalosa; pero que no hay que fiarse mucho de mí en estas cosas. Se caería en la misma pasta de la acusación o de la denuncia de la obra: el Papa no es aquí un papa real, ni lo es el Vaticano, el ujier, el cardenal o la monjita; es, como se dice en el texto, la suposición de lo más alto y lo más idolatrado que puede haber en el mundo, en la sociedad constituida y organizada.

Ella

De Jean Genet. Dramaturgia y dirección: Ángel Facio. Intérpretes: F. M. Polka, Carlos Iglesias, Enrique Cazorla, Cosme Cortázar, Carlos Rivas. Producción de Goliardos, con Grec 90 y el Centro Nacional de Nuevas Tendencias Escénicas. Sala Olimpia, 3 de octubre.

Humano

Incluso creo que la reducción a lo humano es en realidad una ampliación, una forma de salirse de vestiduras, muarés, encajes, pedrerías, de la presencia de un mundo arrodillado, de unas músicas y unos inciensos, a quien siente con los demás. Parece como si Ángel Facio, director siempre libérrimo de obras terminadas y creadas de una pieza por otros, y que ahora tiene la ocasión de hacerlo con un texto sin terminar y abandonado por "san Genet" -como le llamó Sartre; y lo explicó- de deformarla. La cree blasfema, y le encanta: lo acentúa con chistecillos vulgares, escatológicos, recogidos del repertorio español, que se despegan de la otra grandeza. Por algo Genet fue un genio de la escritura de nuestro tiempo: por su capacidad de trascender lo considerado como sucio, fecal o feo a la categoría de pureza, y en esta ocasión los mezcla con una dosificación tan intuitiva como maravillosa a lo que él considera lo más alto. Una palabra de más, una obscenidad sin venir a cuento, y desarticulan todo el equilibrio. Se veía cómo el público reía a carcajadas en algunas de estas frases, y a partir de ahí malinterpretaba obra y autor; y le parecía cómico o burlón todo aquello que otros -yo mismo, en mi equivocación sin duda pertinaz- veíamos como profundo, doloroso, serio, dramático.Facio ha inventado también un final. Abusos de la dramaturgia a la antigua usanza. Todo termina, o debe terminar, con el monólogo ole "ella" y sil difuminación final. Pero esto no parecería teatral una condición que requiere, desde una antigüedad española de Concepto de oficio, un final en punta. Facio inventa acentuar la idea de espejo con un espejo de verdad; la de la personalidad inalcanzable con la creación de un doble, con la visualización de la imagen antes negada. Parece redundante y confuso, y desde luego no tiene nada que ver con el valor esencial de esta obra: el texto bellísimo y el pensamiento puro de Genet.

Pero aumenta la Inútil risa de una pieza en absoluto cómica. Será más comercial: sobre todo si cierto público corre a la blasfemia y cierto otro clama al escándalo. Bobadas sin comparación con lo que se quiere decir.

El actor Carlos Cortázar es el monologuista: lo hace muy bien. Entra en lo que algunos llamarán doblez del personaje pero que es mucho más: en la multitud que representa, y lo actúa, lo dice, lo recita, lo humaniza admirablemente. Los demás trabajan para él, que no queda dicho en su desdoro sino, al contrario, en elogio del uso de un buen oficio de comediantes en papeles necesarios, de servicio. Todos lo hicieron bien, y en ello hay que ver también la mano de Facio como director de escena. Queda dicho que el público acogió la obra con abundantes; aplausos finales.

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