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Tribuna
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Cuando los Gobiernos pasan miedo

Isaiah Berlin elogia lo imperfecto

Como Herzen, Isaiah Berlin sospecha que los hombres modernos no contamos con soluciones y que tampoco las hay en los libros. Nuestro viaje por la Europa trastocada que persigue hoy un nuevo espíritu acaba, de modo sintomático, con este maestro del liberalismo escéptico, cuyo centro de reflexión es el pluralismo no como panacea, sino como interrogante y conflicto. Para este caballero letón, a quien Londres ha convertido en perfecto gentleman, creer en el advenimiento de un mundo perfecto sólo puede conducir a la tragedia.

Londres. Frente a Fortnum & Mason, a un paso de Piccadilly Circus, en el mismo edificio en el que vivió William Gladstone, está la muy británica casa de un señor que no es en realidad inglés, pero que, a todos los efectos, ha llegado a serlo: el letón Isaiah Berlin, al que hay que llamar, desde 1957, sir Isaiah, hecho que le halaga y encuentra irresistiblemente funny.Amigo de John Austin, Alfred Ayer, Ludwig Wittgenstein y Bertrand Russell, Berlin es conocido por ser autor de una amena biografía de Marx, de estudios sobre Vico y Herder y, sobre todo, de un conjunto de ensayos sobre los pensadores rusos del siglo XIX (El erizo y la zorra), donde brillaban particularmente las páginas sobre su querido Alexandr Herzen, del que tomaba para el incipit estas palabras: "No busquéis soluciones en este libro. No las hay. El hombre moderno no tiene, generalmente, soluciones".

El escepticismo de Berlin parece agudizarse con los años, matizando su innata ironía judía: "Mi salud actual se la debo al abandono de la lectura. Sólo con los libros de los amigos me atrevo a leer el comentario de contraportada". Clásico ante todo en la historia de un liberalismo escéptico que no ha tenido nunca una vida fácil, aunque últimamente se acerque a él la izquierda más despierta, convencida de que el reconocimiento y la protección de los derechos del hombre y la salvaguardia de su libertad contra las formas de opresión políticas e ideológicas son una meta irrenunciable de toda buena política. Yo creo que, en política, la teoría no es más que la ética aplicada a la vida pública. Los juicios válidos para el comportamiento individual son también válidos para juzgar el comportamiento colectivo. Siempre con la convicción de la relatividad de mi juicio, ya que, entre culturas, entre grupos y entre sujetos, los valores pueden chocar entre ellos. E incluso en el interior del sujeto mismo. Elegir se hace, pues, una condena".

Lobos y corderos

"La libertad y la igualdad son algunos de los objetivos primarios que los seres humanos han perseguido durante siglos; pero la libertad total para los lobos significa la muerte de los corderos. La libertad total de los poderosos, para los capacitados, no es compatible con el derecho que tienen también los débiles y los menos capacitados a una vida decente. No comparto la opinión de los que dicen que estas contradicciones se habrán resuelto en un mundo perfecto, donde todas las cosas buenas participarán de una armonía ideal. Me parece no sólo inalcanzabe, sino también una incoherencia conceptual. Aunque la haga suya el más sincero de los idealistas, el más puro de los corazones, es una idea que lleva a la tragedia. No hay diferencia entre Torquemada y Lenin... La democracia capitalista no es, en absoluto, la mejor forma de sociedad. Es, simplemente, la menos mala. En este momento, se tiene en el Este una visión excesivamente romántica de nuestro mundo, y se exageran sus cualidades. Y al contrario, lo que más me sorprende de esta situación es el mantenimiento de la vieja cultura liberal de la inteligencia ruso-judía de finales de siglo. Me preguntaba qué habría quedado de ese cultura después de setenta años de comunismo. Un poco en la cabeza de algún viejo, algo en las lecturas del hijo de un aciano bibliotecario. Pero no. Cuando el año pasado he vuelto a Rusia, me ha sorprendido la cantidad de personas de 40 o 45 años que razonaban con la misma liberalidad que un Turguéniev o un Herzen. La voz del liberalismo ruso ha permanecido viva. Un hombre como Sájarov, por ejemplo, fue uno de sus más altos y puros intérpretes".

Berlin, habitualmente tan sarcástico, es capaz también de enternecerse cuando su pensamiento le trae a la memoria sus grandes amistades. Como la que siente por Gaetano Salvemini, el italiano que más aprecia y al que considera un veradadero maestro de libertades. Ya la libertad, quizá el argumento sobre el que el filósofo de Riga más ha escrito, y del que nos ha dejado una definición clásica, que distingue entre libertad negativa y positiva. La primera se refiere al espacio dentro del cual cada uno es libre de elegir, sin interferencias de ningún tipo y, sobre todo, sin interferencias de la autoridad política. La segunda viene dada, no por la pregunta "¿de qué espacio soy dueño?", sino por la de "¿quién es el dueño?". Es la libertad entendida como posibilidad individual y colectiva de vincularnos con normas que nosotros debemos imponernos.

Es fácil intuir que, entre las dos nociones, hay conflictos y tensiones. Sería interesante, 30 años más tarde de la redacción de aquel ensayo, saber por su autor cuál de las dos es la que corre hoy mayores riesgos. "Ambas. Los poderosos están siempre intentando aplastarlas. Obviamente, la situación en algunos países. es peor que en otros. En la URSS, por ejemplo, no hay, históricamente, libertad negativa, y la libertad positiva es falsa. Es Stalin quien lo afirma: yo conozco lo que queréis mejor que vosotros mismos, es sólo porque interpreto lo mejor de vosotros. Es inútil decir que ésta es una forma tergiversada de la libertad positiva, que debería hacerme responsable de mis actos... Pero quizá usted no me entiende, me está fallando la última cuerda vocal y además hablo demasiado deprisa. Mi parte musical no es la del allegretto ma non troppo, troppissimo".

Berlin se levanta. Sale de la habitación. Me siento un poco cortado en este correcto saloncito inglés. Frente a una correctísima chimenea. Vuelve. Me ofrece un whisky. "Kant, que era también un moralista riguroso, decía: del tronco torcido de la humanidad no ha salido jamás algo recto. La ventaja de nuestra sociedad es que acepta mejor este estado imperfecto de las cosas. En los sistemas totalitarios, en cambio, se cree en la solución definitiva de los problemas, y la cosa termina inevitablemente derrainándose sangre. Quien dice que hay que romper hoy los huevos para hacer una tortilla mañana, rompe los huevos, pero no hace la tortilla. Y al día siguiente sucede lo mismo. Otra vez huevos rotos, pero ni rastro de la tortilla. Éste es el problema de los regímenes totalitarios, de derecha o de izquierda".

Democracia

Alguien, oportunamente, ha acuñado el término "cleptocracia" para calificar nuestra sociedad. Sin asumir tonos falsamente moralistas, ¿no es también nuestro voto una mercancía de cambio en el mercado político? "Sabemos que se compran votos. Y vosotros, italianos, que vivís en una democracia especialmente imperfecta, lo sabéis muy bien... Pero, si quiere, le diré por fin qué es la democracia. Es muy simple. Un país es democrático cuando su Gobierno debe hacerse querer por el pueblo, porque, si no lo hace, es despedido. Para hacerse querer puede incluso hacer cosas poco edificantes: corromper, engañar, comprar a la gente. Naturalmente, ésta no es una buena democracia, pero es democracia. Su diferencia con los despotismos es que el poder depende del favor que la gente le conceda, y esta gente, no votándolo, puede desembarazarse de él. Ésta es la democracia, un estado en el que su Gobierno no se siente seguro".

¿Qué me dice del hecho que, entre democracia y capitalismo, se haya instaurado una relación exclusiva? "No es un hecho a priori. Aunque tampoco entiendo a qué se refieren los laboristas cuando hablan de socialismo de mercado. No soy economista, pero no veo cómo puede darse una cosa del género. Ciertamente, no es democrático un sistema centralizado donde la vida social y la economía están a las órdenes de los representantes electos. Un sistema socialista democrático debería ser, necesariamente, desordenado. Porque la democracia no es real cuando no es desordenada".

Este desorden democrático, sin embargo, entraña algunos peligros, como el de despojar a las instituciones del poder real y apartarlas de los problemas que parecen sólo afrontables a escala internacional, o incluso planetaria. Una catástrofe ecológica, por ejemplo. "Sí, es verdad. A pesar de esto, no estoy entre los que piensan que un Gobierno mundial sería la solución. Cuando hay sólo un Gobierno no hay vía de escape. En esto, el imperio romano era terrible. En la Edad Media, por lo menos, existían dos poderes: el imperio y la Iglesia. Claro que, si para sobrevivir tuviera que elegir entre un cataclismo y un Gobierno mundial, optaría por el segundo. Pero le ruego que no me ponga en ese dilema. El pluralismo es la mejor protección contra la deshumanización". El pluralismo, para Berlin, es una idea fija que supera con creces cualquier relativismo pacifista. Es una espina clavada a las simplificaciones culpables de los sistemas autoritarios y a los "persuasores ocultos" tan cercanos a nosotros. "Darse cuenta de la validez relativa de las convicciones propias y, sin embargo, defenderlas sin retroceder; eso distingue a un hombre de un bárbaro".

Me despido de Berlin y salgo de su casa mientras una tormenta se abate en esos momentos sobre Londres. Resulta adecuado recordar a Alexandr Herzer, que, en su ensayo En la otra orilla, sostenía que su tiempo había sido testigo de una nueva forma de sacrificio humano, la que inmola seres vivientes en el altar de las abstracciones: Nación, Iglesia, Partido, Clase, Progreso. Este viaje europeo ha confirmado que el esfuerzo más fértil que hoy podemos realizar es el de un análisis lo más prosaico posible, dirigido a d6sinitificar las palabras mito de la política.

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