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VERANEO EN LA URBANIZACIÓN

Dominó y política

"¡Este juego no es para subnormales!", gritó don Alfonso, llamado El Batallador en el club social por su agresividad sostenida. "No lo juegues entonces", replicó don Elpidio, seriamente disgustado. "Perdona, Elpi, pero es que la vuelta siempre me desquicia", se excusó don Alfonso. Sobre la mesa de mármol acababa de cerrar la jugada el bueno de Richy, un neófito del dominó, dejando a don Elpidio con el seis doble en la mano.Ya están casi todos de vuelta. A El Batallador le desquicia el regreso a la rutina del trabajo, aunque desde la playa añorase las partidas de dominó, a la caída de la tarde, con los vecinos más sabios de la urba. A don Elpidio, ya muy jubilado, el fin del veraneo le devuelve el ritmo de la normalidad, la confianza en las cosas de siempre tras una etapa de demasiados nietos y demasiadas improvisaciones. Y al resto de los jugadores, el dominó vuelve a centrarlos en la vida ideal, a instalarlos socialmente en lo que la ciudad y el trabajo les regatean: seguridad y relajamiento.

Pero no todo es fraternidad y sosiego. Todos los años se plantea el mismo problema. Durante la ausencia de los grandes espadas del dominó, han ocupado la mesa de mármol y usado las fichas de marfil imitado unos aficionados sin experiencia ni talento que pretenden alternar a partir de ahora en la cumbre. Y las primeras figuras, que podrían resignarse a todo menos a jugar con novicios, rehúyen a éstos con una estrategia de progresiva dureza.

La piscina no cierra hasta mediados de septiembre, pero la última tormenta de agosto ha enfriado mucho los ánimos. De vez en cuando entran en el club socíal unos vecinos recién llegados de viaje e intentando resolver el problema de la cena. Pero no hay nada. "Como no viene ahora casi nadie, yo no traigo casi nada", dice el encargado. Y los vecinos se llevan un bocadillo preguntándose si no será mejor instalar en el club un gimnasio y una sauna. Tal como está ahora, sirve para bien poco.

Redactar un reglamento

Pero no es cierto. Sirve para que la peña de los nueve juegue por las tardes la partida. Se trata de los nueve jugadores de dominó más habilidosos de la comarca, más dedicados, más agudos. Pero carecen, a pesar de ello, de unas normas que guíen sus pasos. De ahí que todo los años don Alfonso, El Batallador, encargue a don Agapito Zarragato y Contreras, hombre de autoridad por sus antiguas y no totalmente disipadas convicciones fascistas, que redacte un reglamento que regule la formación de las parejas en cada partida, con lo que se evitarían distanciamiento s y desdenes. Además, deberían establecerse penalizaciones para cada grito extemporáneo o alteración indebida del silencio. "Por ejemplo, como hacen en las bases de aviación militar", sugiere don Alfonso, "por cada taco inoportuno deberían pagarse cinco duretes. Y al cabo del tiempo nos lo gastamos todos en una cena". "De ninguna manera", responde vehementemente don Alfonso, siempre muy congestionado, "porque así yo me arruino. De pagarse algo, a peseta el grito". "Pero ¿y el insulto?", pregunta Richy, a quien nadie respeta.Zarragato y Contreras asegura que un reglamento no resuelve ninguna situación, como demuestra el hecho de que España vaya a la deriva cuando el Parlaniento fabrica más leyes que nunca. "Lo imprescindible es establecer un nuevo orden, pero no un orden reglamentado e impreso, sino encomendado a una personalidad que lo imponga y lo mantenga. Uno de nosotros, el que se considere más capacitado". "¿Y quién está capacitado para eso. , preguntan varias voces. "Quien se atreva a expulsar de las partidas durante un determinado tiempo a quien se merezca un correctivo", asegura Zarragato, quien se siente capacitado para esa mision.Se hace un silencio y se va a iniciar una partida. Zarragato y Contreras se niega a formar pareja con Richy, el neófito más aplicado, pero inopinadamente don Elpidio se niega a formar pareja con Zarragato. "Yo tengo más experiencia que ustedes, amigos míos, y no quiero asistir ni en una célula social tan insigníficante como ésta al establecímiento de un régimen fáscista".Zarragato y Contreras enrojece, se levanta, se acerca a la barra para beber un vaso de agua con bicarbonato, va a los lavabos y regresa al fin a la mesa con semblante serenó y voz de entonaciones suavísimas. Empieza a remover las fichas, con gestos perfectamente controlados, mientras pronuncia una sentencia que le sale del alma: "España no tiene remedio".

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