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Ocho meses

El 29 de octubre de 1989, cuando se celebraron las últimas elecciones generales en España, la RDA no sólo existía todavía, sino que se preparaba para celebrar solemnemente su 40º aniversario. Por aquellas fechas, de los Estados del bloque del Este, sólo Polonia y Hungría parecían encaminadas hacia la democracia parlamentaria y parecía lejana la posibilidad de celebrar elecciones libres en todos ellos. El 29 de octubre de 1989 todavía parecía sólida la división de Europa en dos bloques cerrados, todavía se pensaba en la unificación alemana como una posibilidad a muy largo plazo, todavía existía en Rumania la dictadura de Ceausescu, los norteamericanos todavía no habían invadido Panamá, las repúblicas bálticas de la URSS todavía no se habían declarado independientes, todavía se discutía sobre la posibilidad de que se llevasen o no a cabo las elecciones en Nicaragua, etcétera. Y aunque ya se insistía en la necesidad de acelerar el ritmo de unificación económica y política de la Comunidad Económica Europea, era difícil prever en aquellos momentos que al cabo de ocho meses se tomarían unos acuerdos como los de la cumbre de Dublín.Mientras todo esto ocurría en el mundo que nos rodea, ¿de qué se discutía entre los partidos y en los medios de información de nuestro país? De denuncias sobre chanchullos electorales, de la presunta corrupción general de los políticos, de Juan Guerra, de Naseiro, Sanchís, Palop y demás, de Penafreta, de más chanchullos, de más presunta corrupción, de lo mal que anda todo, de la deseable pérdida de la mayoría absoluta del PSOE, de las Koplowitz, de los Albertos, de las terribles peleas entre los dirigentes del PSOE, etcétera. Finalmente, las elecciones en Andalucía, que coincidían casi matemáticamente con el final del periodo parlamentario, se convirtieron en el aglutinante de todo lo acumulado en este periodo y en la prueba final que iba a demostrar la veracidad de todas las alegaciones y de todos los rumores y en el castigo de todos los corruptos.

Los resultados de las elecciones andaluzas están ahí, y no creo que haya que añadir nada más. Tampoco creo que estos resultados sean temporalmente extrapolables al conjunto del país, en el sentido de anunciar futuras mayorías absolutas del mismo signo en todas partes. Pero, se quiera o no se quiera, se han convertido en un auténtico símbolo del periodo transcurrido, en una especie de final de acto. Y un mínimo de coherencia y de sentido de responsabilidad nos debería obligar a todos a hacer algunas reflexiones sobre lo ocurrido. Las que a mí se me ocurren son éstas:

La primera es constatar que entre la entidad de los problemas que realmente se plantean en el mundo y en nuestro país y el debate político desarrollado aquí en estos ocho meses desde varios sectores de la oposición y diversos medios de comunicación, la distancia es astronómica. El balance es de un provincianismo aterrador, de una altura de techo insultantemente baja, de un horizonte reducidísimo y de un estilo impresentable. Y como colofón, ahí está el debate parlamentario y la revista de prensa sobre la intervención del presidente del Gobierno en el Congreso de los Diputados para informar sobre los resultados realmente trascendentales de la cumbre de Dublín. Con algunas y muy estimables excepciones, las respuestas y los comentarios a dicha intervención, en la que se plantearon problemas de Estado decisivos, no aportaron nada de nada.

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La segunda es que el discurso político basado únicamente en hacer perder la mayoría absoluta al PSOE como sea difícilmente puede conducir a nada serio. En Andalucía, el PSOE ha revalidado, e incluso ha aumentado, su mayoría absoluta, al tiempo que en el Congreso de los Diputados la perdía. Pues bien, ni uno ni otro hecho van a variar los datos fundamentales de la política española, porque la verdad es que hoy la pelota no está en el tejado del Gobierno y de su mayoría, sino en el de la oposición. Si en Andalucía el PSOE hubiese perdido la mayoría absoluta, ¿se habría formado una mayoría distinta, una mayoría del PP, el PA e IU, con el PSOE en la oposición? Y en caso de no formarse, ¿qué habría hecho cada uno de estos partidos en relación con un PSOE que de todos modos habría seguido siendo el partido más votado con gran diferencia? Éste es el mismo problema que se plantea en el Congreso de los Diputados después de la sentencia del Tribunal Constitucional que otorga la plena condición de diputados a. los representantes de Herri Batasuna; el Grupo Socialista tiene exactamente el mismo número de diputados que el resto de las formaciones. No tiene, en términos matemáticos, la mayoría absoluta, pero el dato fundamental es si se puede formar contra él una mayoría equivalente, que comprenda desde el PP hasta Herri Batasuna. Lo que han demostrado las elecciones andaluzas después de ocho meses de presión desaforada es lo mismo que ya demostraron las elecciones del 29 de octubre; que con mayoría absoluta o sin ella, hoy no es posible en nuestro país ninguna fórmula política, ningún proyecto, ninguna solución que no pase por el PSOE como eje principal e indispensable.

De hecho, el problema principal no es ya hoy el de las mayorías absolutas, aunque éstas sigan siendo efectivas en algunas comunidades autónomas y en muchos ayuntamientos y sean políticamente muy importantes cuando las campañas electorales se basan únicamente en hacer perder la mayoría absoluta a quien la ostenta. Lo más probable es que en el futuro las mayorías absolutas sean excepción y no la regla en las elecciones generales y que la fuerza y la representatividad de un partido se verifiquen no sólo por la obtención de mayorías absolutas, sino por su capacidad de aglutinar mayorías plurales en torno suyo, de ser el eje principal de toda posible mayoría de gobierno.

La tercera reflexión concierne a los medios de comunicación. Sé perfectamente que éste es un terreno delicado y resbaladizo, en el que no es fácil adentrarse. Pero creo que no sería honesto escudarse en la dificultad para no decir en voz alta lo que tanta gente dice en voz baja. Lo que he leído u oído en algunos medios de comunicación después de las elecciones andaluzas me ha llenado de consternación y de bochorno. Pero, sobre todo, me ha llenado de preocupación. Que un editorial resuma lo ocurrido en Andalucía con el título de Vivan las caenas, que un articulista califique el resultado de desolador y se escandalice porque seis meses de portada diaria, miles de artículos y miles de horas de tertulias radiofónicas no hayan servido para nada y que un autor teatral y comentarista de portada explique, con insufrible pedantería, que la causa del resultado electoral es la irremediable incultura de los andaluces, no sólo es una demostración de un elitismo corto de alcances, sino la prueba más evidente de que estos medios de comunicación se consideren a sí mismos no como informadores, sino como beligerantes en una lucha política concreta. Y cuando constatan que han perdido esta lucha, en vez de reflexionar seriamente sobre lo certero o erróneo de su propio planteamiento, imitan a aquel gobernante satirizado de Bertolt Brecht que, enfurecido porque el pueblo no estaba de acuerdo con su gobierno, llegaba a la conclusión de que había que disolver al pueblo. Desde luego, cada uno es dueño de hacer o no hacer una reflexión sobre sí mismo, pero lo menos que podemos exigir los ciudadanos es que cada uno asuma sus responsabilidades y que nadie pretenda vendernos lo que es por lo que no es.

Ocho meses han pasado desde el inicio de una nueva legislatura parlamentaria. Ocho meses cargados de acontecimientos trascendentales, durante los cuales nuestro país ha seguido andando, a pesar de todo, con sus logros, sus dificultades, sus esperanzas, sus frustraciones y sus realidades, sin perder el protagonismo ganado en estos años. ¿Seremos capaces de sacar la lección de este periodo y empezar, por fin, a reflexionar seriamente sobre lo realmente serio?

es diputado socialista en el Congreso y presidente de la Comisión Constitucional.

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