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Tribuna:ISRAEL Y LOS TERRITORIOS OCUPADOS
Tribuna
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Esquízofrenía y política

A simple vista, es noticia digna de las páginas de sucesos: un joven, despechado por un rechazo amoroso, se desahoga a tiro limpio contra un grupo de trabajadores. El hecho sangriento trasciende lo cotidiano cuando se emplaza en su contexto, al que en una nueva versión, se agrega la desesperación creada por una agresión homosexual. Todavía no hemos salido del más freudiano círculo vienés. La crónica cobra nuevas dimensiones cuando se conoce que el joven traumatizado es israelí, y los siete muertos, ajenos a la peripecia amorosa, son palestinos. Conjunto que se trasciende cuando, al llegar la noticia de la matanza a los territorios ocupados, el Ejército de Israel sofoca la protesta popular multiplicando por dos el número de muertos. Otro capítulo más de la historia de la Intifada.El antisemitismo, que de nuevo estremece a Europa, no puede ni debe ocultar otras formas de racismo que se manifiestan descarnadamente en otros escenarios menos racionalizados. Desgraciadamente, uno de los rasgos definitorios del actual Estado de Israel es su racismo religioso. Tan racistas son los sicarios de Le Pen como los soldados israelíes que responden a las pedradas palestinas con el quebrantamiento de huesos y el ametrallamiento de multitudes.

Sin embargo, antes de llegar al análisis político merece la pena detenerse unos instantes en el plano individual, en el caso clínico. Un desengaño amoroso puede conducir a la resignación de la nostalgia, a la inmolación del ser odiado / amado, al sacrificio de sus familiares más próximos e incluso al suicidio. Ahora bien, superada la transcripción de la ficha médica individualizada, cabe preguntarse qué tipo de sociedad es aquella que conduce al psicópata a la agresión contra toda una comunidad. Habría que remontarse al complejo vietnamita que azotó Estados Unidos o, posiblemente, al antiarabismo que conoció Francia durante la guerra de Argelia, tortura más gangrena, para entender las raíces de la enfermedad que aqueja al Estado de Israel.

Un individuo, traumatizado por una desviación mental que afecta a un colectivo humano, sublima su agresividad mediante el sacrificio ritual del otro. En este caso, el ser ajeno es el palestino, hombre o mujer, anciano o niño. El israelí de hoy afirma su existencia negando, suprimiendo la vida del otro. Si se acudiese a la tentación sartriana podría decirse que el infierno de Israel es el espejo palestino.

De aquí nace el flujo de sangre que incesantemente mana en Cisjordania y en Gaza. La posible veracidad de la información proporcionada por las autoridades israelíes no invalida el diagnóstico. Cada vez son más numerosos los ciudadanos israelíes conscientes de la perversidad del mundo esquizofrénico que habitan; pero, por desgracia, aún son una minoría. Sus llamamientos al diálogo, es decir, al entendimiento, no son atendidos por los dueños de sus destinos.

Idilio apasionado

La matanza indiscriminada que aflige a los palestinos es un recordatorio más; ojalá no sea el postrero a la comunidad internacional antes de un nuevo estallido en el Cercano Oriente. Los totalitarismos caen en Europa; Moscú y Washington viven, afortunadamente, su más apasionado idilio; algunos de los conflictos regionales más graves se resuelven o están, en trance de solución. ¿Es que puede sernos ajeno lo que está ocurriendo en Cisjordania y en Gaza desde su ocupación militar por Israel en junio de 1967?

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No es fácil recostar a toda una sociedad en el diván de Freud, máxime cuando el ego nacional religioso del enfermo se regocija ante los miles de judíos que, procedentes de Europa Oriental, serán utilizados para introducir un nuevo factor de distorsión demográfica en el Cercano Oriente. Y que no se recurra al argumento del holocausto. Todo bien nacido condena y ve conturbado su ánimo por el espectro de Dachau; pero el extermino de una comunidad nunca puede ser el arma arrojadiza que justifique el sacrificio de otro pueblo.

El espectáculo de Nelson Mandela liberado de la prisión para negociar con las autoridades racistas de Suráfrica es un buen motivo para la reflexión. El aislamiento internacional, la presión de la opinión pública y las sanciones económicas, mejor o peor aplicadas, han demostrado a fin de cuentas que la moral internacional todavía cuenta con recursos eficaces, si hay una voluntad política para su realización. Mientras no se produzca esta conjunción de voluntades en el Cercano Oriente, Israel seguirá jugando con dos barajas y en dos tapetes. Por una parte, Shamir hace gala de una eficacia criminal que sosiega a los partidarios del gran Israel; por otra, Simón Peres, todavía admitido en la Internacional Socialista, pasea su perfil ambiguo predicando los contactos con los palestinos, pero jamás con la OLP, para conducirlos a la solución jordana. Toda una escenografía equívoca para continuar ganándole tiempo a la justicia.

Ante la situación en los territorios ocupados, cuya tragedia a nadie se le oculta, sólo cabe una respuesta decidida de la comunidad internacional. Las medidas parecen de una absoluta racionalidad: sanciones económicas a Israel y emplazamiento de fuerzas de las Naciones Unidas en Cisjordania y Gaza; al menos para dar cumplimiento a las siempre violadas por Israel convenciones de Ginebra sobre tratamiento a la población de territorios bajo ocupación militar. Todo ello como fase preparatoria para que el pueblo palestino pueda ejercitar su derecho a la autodeterminación.

El único remedio a la esquizofrenia de Israel es el nacimiento del Estado de Palestina. Éste, y no otro, es el nombre del ser ajeno que Israel se niega a admitir. La imagen de Israel se llama Palestina. Mientras este momento liberador no se produzcan, la sangre seguirá invocando a la sangre y la esquizofrenia continuará siendo una grotesca coartada para el sacrificio ritual del pueblo palestino.

Roberto Mesa es catedrático de Relaciones Internacionales de la Universidad Complutense.

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