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La muerte vive en Colombia

Antonio Caño

ENVIADO ESPECIAL El diario bogotano El Espectador se preguntaba ayer a toda plana en primera página con trágico escepticismo: "El poder ¿para qué?". ¿Para qué celebramos elecciones?, venía a decir, 6para qué siguen luchando tantos colombianos por la paz en este país regido por la sinrazón y la más siniestra violencia? La respuesta que repiten los ciudadanos, más por instinto que por convicción, es (que hay que seguir adelante para evitar la barbarie total, el golpe de Estado, que hoy se cierne como una amenaza real sobre Colombia.

El asesinato el jueves pasado del candidato presidencial del Movimiento 19 de Abril (M-19), Carlos Pizarro, sólo ha venido a corroborar que la muerte se ha convertido en Colombia en una costumbre, en una forma de vida. A fuerza de convivir con ella se la ignora o se la oculta detrás de un seguro de vida o un comportamiento heroico.

Pasa a la página 5

Colombia vive bajo la sombra de un golpe de Estado

Viene de la primera página

Después del asesinato el jueves pasado del candidato presidencial del Movimiento 19 de Abril (M-19), Carlos Pizarro, el peligro de interrupción del sistema democrático ha sido por primera vez revelado por el ex presidente liberal Carlos Lleras Restrepo, quien denunció la existencia de "un gran compló que busca impedir la realización de las elecciones por el monstruoso medio de la eliminación de los candidatos".

Pero a este país le faltan ya fuerzas para reaccionar ' o lo hace por las vías del radicalismo o del cinismo, como muestra de su desesperación. El máximo dirigente del Partido Social Conservador, el ex presidente Misael Pastrana, fue obligado el sábado a bajar del avión en el que pretendía viajar a la ciudad de Cartagena. El piloto, haciéndose eco del pánico creado por el asesinato en pleno vuelo de Carlos Pizarro, pidió a Pastrana que utilizase otra vía de transporte.

No es un caso aislado. Miles de pasajeros de la línea oficial colombiana, Avianca, han pedido a Pos dirigentes de la compañía que prohiban viajar a los colombianos, políticos o dirigentes de cualquier sector, amenaza dos de muerte. Los padres de los alumnos de un colegio situado junto a la residencia del general Miguel Maza, el principal responsable en la lucha antinarcóticos, le ' han pedido a través de una carta pública que se vaya a vivir al campo, donde su presencia no ponga en peligro a nadie.

Los periodistas tienen miedo

Los periodistas se citan a horas insólitas con los dirigentes de partidos de izquierda, buscando el momento y el lugar en los que se supone que se hace más difícil la actuación de los sicarios asesinos. Hace dos meses murió una conocida reportera colombiana cuando tomaba un café en un local público con tres dirigentes campesinos con los que planificaba un reportaje. Los cuatro calleron por un ráfaga disparada por matones a sueldo.

Un caricaturista reflejaba este clima de la trágica periodicidad de los magnicidios con un dibujo en el que, bajo el título de "mensaje de condolencias por el último asesinato", el presidente Virgilio Barco se despedía del público desde las pantallas de televisión con un sencillo "hasta pronto".

Las mismas caras de espanto, las mismas músicas de forzado entusiasmo, las mismas vestimentas negras se repiten de entierro en entierro. Sólo cambia una cosa: el nombre del cuerpo que ocupa el féretro. Luis Carlos Galán, el líder liberal, dejó flores en su día sobre la tumba de Jaime Pardo, el primer dirigente de la Unión Patriótica; Bernardo Jaramillo, el sucesor de Pardo, las puso sobre la lápida de Galán; Carlos Pizarro, sobre la de Jaramillo; y el nuevo líder del M- 19, Antonio Navarro, sobre la fosa de Pizarro.

La muerte se ha convertido en Colombia en una costumbre, en una forma de vida. A fuerza de convivir con ella, se la ignora o se la oculta detrás de un seguro de vida o un comportamiento heróico. "Hay que reivindicar el altísimo valor del derecho a la vida como principio fundamental", exigía ayer desde las páginas de El Espectador el presidente de la Comisión Permanente por los Derechos Humanos, Alfredo Vázquez Carrizosa. "Una sociedad con el derecho a la vida anulado, como es Colombia, está sumida en la barbarie colectiva"". La proximidad de la muerte, el desprecio colectivo al valor de la vida ha llevado hasta un segundo plano el interés por la autoría de esas muertes. Matan fuerzas ocultas que no quieren a Colombia, se conforman con pensar los colombianos.

Pero hay más que eso. Por si no fue suficiente la muerte de Jaramillo, el asesinato de Pizarro ha dejado crudamente en evidencia a las fuerzas paramilitares, conectadas, según políticos de izquierda y defensores de los derechos humanos, con sectores del Ejército que quieren abortar la democracia antes de que el sistema genere fuerzas que rompan el tradicional esquema liberal-conservador.

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