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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Vergüenza china

EL DIARIO estadounidense The Washington Post ha puesto elocuentemente los puntos sobre las íes de la realpolitik norteamericana al describir la visita a Pekín de dos altos cargos de EE UU, hace una semana, como un ejemplo más de la blandura del presidenteBush. El viaje a Pekín del consejero nacional de Seguridad, general Scowcroft, acompañado por un alto funcionario del Departamento de Estado, abochorna a las conciencias democráticas. Todo el mundo democrático -incluido el presidente Bush- quedó escandalizado por la intolerable violencia con la que el régimen de China Popular reprimió, hace apenas unos meses, el movimiento liberal y pacífico de la plaza de Tiananmen. Hubo entonces centenares de muertos, y nada hace pensar que la implacable persecución de los inocentes haya cesado o que Deng Xiaoping, Jíang Zeming y Ll Peng hayan recuperado milagrosa y repentinamente la respetabilidad que perdieron en un río de sangre.Viniendo como viene de quien no se cansa de propinar lecciones morales a los que conculcan la Ilbertad y los derechos humanos y a quienes les apoyan en tan miserable tarea, el apaciguador viaje a Pekín de los dos funcionarios estadounidenses es un insulto. Agravia a los que creen en la libertad, y sobre todo afrenta y pone en peligro a los que luchan contra la tiranía en Europa del Este, en Latinoamérica, en Asia y en África, arriesgando algo más que la propia vida en su peligroso afán por hacer del mundo un sitio más amable y bondadoso.

¿Amable y bondadoso? ¿Dónde hemos oído antes estas palabras? Fue el 20 de enero pasado, en el discurso de toma de posesión de George Bush como presidente de EE UU. Debe de ser éste el espíritu que guiaba la misión de Scowcroft en Pekín, porque, en caso contrario, se entiende mal un viaje emprendido apenas cinco meses después de que el propio Bush, escandalizado por la matanza de la plaza de Tiananmen, impusiera sanciones a China y asegurara que la vuelta a la normalidad de las relaciones con ésta dependía de una visible mejoría en el respeto prestado por Pekín a los derechos humanos.

Las razones invocadas por la Administración norteamericana para justificar el viaje son dos. Por una parte, se nos asegura, era preciso informar a Pekín de lo tratado por los presidentes Bush y Gorbachov en la cumbre de Malta. Por otra, ya más en serio, había un motivo más vergonzante y de mayor peso desde el punto de vista del pragmatismo político: China es una gran potencia y, sean cuales sean los desmanes y sangrías en los que incurra, es preciso mantenerla apaciguada. En otras palabras, "la importantísima posición estratégica" china (son palabras de Bush) justifica la convalidación de cualquiera de sus disparates.

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Esta vuelta a los conceptos de la realpolitik, preconizada por Henry Kissinger, sorprende enormemente. No se ve claramente la razón por la que resulta necesario apoyarse estratégicamente en una potencia cuando el motivo tradicional para hacerlo -la guerra fría con otra- parece haber desaparecido. Al menos tal se diría al considerar las relaciones establecidas entre Bush y Gorbachov.

No cabe duda de que el presidente Bush, al enviar a sus mensajeros a Pekín, piensa que defiende y salvaguarda los intereses norteamericanos en el mundo. Igualmente lo piensa cuando apoya abiertamente los procesos democratiz adores en la Europa del Este. Y al final, lo único que sugiere tanta alternativa simultánea es que padece de una considerable contradicción.

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