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Tribuna:ELECCIONES EN LATINOAMÉRICA
Tribuna
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Auge del Este, ocaso del Sur

La confirmación del proceso reformista en Europa del Este, simbolizado espectacularmente por la apertura del muro de Berlín, a la vez que indican el inicio de una nueva etapa para esos países europeos augura, paradójicamente, un período de mayor postergación para América Latina.El ciclo que cierran parcialmente los procesos electorales de Brasil y Chile se inició a comienzos de la década de los sesenta con la imposición de dictaduras militares en la mayoría de los países latinoamericanos. (En 1960 en El Salvador, en 1962 en Perú, en 1963 en Guatemala y Honduras, en 1964 en Bolivia y Brasil, en 1966 en Argentina, en 1968 en Panamá y Perú -populistas-, en 1973 en Chile y Uruguay, en 1976 nuevamente en Argentina, después de tres años de Gobierno elegido en elecciones.)

De todos los regímenes autoimpuestos, los surgidos de los golpes de Brasil en 1964 y Argentina en 1966, además de la significación que tienen por tratarse de países semiindustrializados y de gran importancia regional, supusieron la inauguración de un nuevo tipo de dictaduras militares, caracterizadas por el objetivo común de reestructurar la economía y la sociedad toda. Estos regímenes, junto a los de Chile y Uruguay, permanecerán por tiempo prolongado, suficiente para alcanzar sus objetivos, y destacarán por las formas represivas utilizadas.

En todos los casos se presentan políticamente como la opción salvadora del país frente al peligro de la subversión, y en lo económico, como expresión modernizadora e industrializante. La modernización económica es planteada como una redefinición del papel del país en el contexto de la división mundial del trabajo, lo que implicaba una drástica apertura de la economía a los capitales y productos del exterior, a la vez que una reconversión industrial que modificase el esquema basado en industrias nacionales surgidas al amparo de políticas proteccionistas aplicadas por los Gobiernos populistas de las décadas anteriores. Esto significó la quiebra de las empresas de propietarios locales no monopolistas y la pérdida de empleo de centenares de miles de trabajadores.

Los objetivos manifestados por estos regímenes se correspondían con las necesidades de expansión de las empresas multinacionales, cuyas dimensiones y características chocaba con los estrechos límites nacionales. El proceso de internacionalización económica de posguerra supuso un fuerte aumento de la participación de empresas transnacionales en América Latina. En las décadas de los cincuenta y sesenta, la inversión extranjera directa tuvo un aumento espectacular: la de Estados Unidos, entonces principal inversor en la zona, pasó de 17.500 millones de dólares a 105.000 millones entre 1950 y 1970. En el mismo período, la producción global latinoamericana, centrada en la fabricación de bienes de consumo que sustituyeran productos importados, creció por encima de la media de aumento de la de los países desarrollados. Sin embargo, sus exportaciones aumentaron la mitad que el promedio mundial, lo cual, combinado con el aumento de importaciones de maquinaria y tecnología, más la salida de divisas por repatriación de beneficios, originó crisis generalizadas de balanza de pagos y aumento del endeudamiento externo.

Papel cambiante

La crisis económica mundial de comienzos de los setenta encuentra a estos países -incluso a México, bajo Gobierno del Partido Revolucionario Institucional, PRI- en pleno proceso de reestructuración económica. Este proceso fue estimulado desde los países industrializados, que tenían excedentes de fondos prestables -generados por el reciclaje de los petrodólares- y también de bienes de producción a causa de la caída de la demanda interna y el comercio internacional. (Las filiales de las empresas estadounidenses o europeas realizaron cuantiosas importaciones de maquinaria y otros bienes desde los países desarrollados y en muchos casos desde sus propias casas matrices, desde donde se colocaban los excedentes financieros en forma de préstamos comerciales destinados a la adquisición de esas importaciones.)El afán de reestructuración industrial se evidencia en la composición de las importaciones: en contra de lo que suele afirmarse, del total de importaciones de Latinoamérica en la década de los setenta cerca del 50% fue de maquinaria -la tasa de inversión rondaba el 25% del producto interior bruto (PIB)-, lo que ayuda a explicar que entre 1968 y 1977 el PIB regional creciera a un promedio anual del 6,2%, el doble que en los países industrializados. También explica en buena medida el aumento de la deuda externa hasta 1979. (A partir de este año se dispararía por el fuerte aumento de las tasas de interés y la caída de exportaciones ocasionada por el proteccionismo en los países desarrollados.)

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La crisis de pagos que se hace manifiesta en 1981-1982 era perfectamente previsible desde varios años antes y fue simplemente diferida por el papel amortiguador de la recesión que las compras de la región tenían para el conjunto de la economía mundial. La caída de exportaciones a Latinoamérica, provocada por la crisis financiera, contribuyó al déficit comercial de Estados Unidos y a que desde 1981 la primera potencia mundial se convirtiera en deudor neto con el exterior. El problema central de Estados Unidos se desplazó de lo económico -recesión- a lo financiero: necesidad de fondos para financiar el déficit externo. (Esta demanda de fondos sería causa principal de la elevación de los tipos de interés en todo el mundo.)

A partir de entonces, América Latina, de receptor neto de fondos (en préstamos e inversiones directas), se ha convertido en financista del mundo desarrollado -especialmente de Estados Unidos-, transfiriendo desde 1982 hasta el presente casi 200.000 millones de dólares, a pesar de lo cual la deuda externa, en vez de disminuir, ha aumentado en más de 100.000 millones de dólares. Las transferencias anuales de la región equivalen al 6% de su producto, lo que provoca una seria reducción del consumo y del nivel de vida de la población, para obtener excedentes exportables generadores de las divisas necesarias para pagar el servicio de la deuda. (Aunque se produjera una improbable reducción, por condonación o capitalización, de un 50% de la deuda total -actualmente, en unos 450.000 millones para toda la región-, seguiría siendo una carga insoportable para los paises endeudados.)

El proceso de reestructuración iniciado en los sesenta se ha saldado así con una dualización de la economía y la sociedad: una parte de los sectores industrial y agrario reconvertidos e insertados en la economía mundial, pero que sólo da participación a una minoría de la sociedad, y otra parte de los sectores económicos en virtual estado de quiebra, del que depende la mayoría de la población empobrecida. En síntesis, modernización parcial y aumento de la desigualdad son el resultado del proceso.

Mejor, el Este

En la actual situación, América Latina ha perdido todo interés para el mundo industrializado. Su elevado endeudamiento y la drástica reducción del poder de compra de sus habitantes hacen impensable una reactivación económica en los próximos años, y esto se refleja desde comienzos de la década: la inversión extranjera directa en la región cayó un 50% desde 1980, y la de Estados Unidos en particular un 90%, que no compensa el modesto aumento de las japonesas y europeas.Por el contrario, los países de Europa oriental, en proceso de reformas, presentan una potencialidad comercial (fundamentalmente como compradores) muy superior a la de Latinoamérica y despierta grandes expectativas en Europa occidental y también en Estados Unidos, que ven en esos países un gran mercado potencial. Esto también se ha puesto ya de manifiesto: en 1988, la banca privada occidental, según datos provisionales, redujo en 9.000 millones de dólares aproximadamente los préstamos a Latinoamérica, a la vez que aumentó en una cifra similar los préstamos a la Unión Soviética. De momento al menos, la ayuda financiera para la perestroika desde Occidente parece provenir indirectamente de los países subdesarrollados.

Comparativamente, los países del este europeo tienen una muy superior capacidad adquisitiva que los latinoamericanos: su renta promedio per cápita -mayor incluso que la española- supera varias veces la de Argentina, Brasil o Venezuela, con el añadido que están relativamente poco endeudados (a excepción de Hungría y Polonia). Esta situación coincide con la necesidad de los países de Europa oriental de aumentar las importaciones de bienes de consumo para satisfacer las presiones internas, lo que requerirá mayores préstamos. También, eventualmente, aumento de inversiones extranjeras directas.

Considerados globalmente, los cinco países económicamente más importantes de América Latina -Argentina, Brasil, Colombia, México y Venezuela-, que aglutinan unos 300 millones de habitantes y con una deuda externa cercana a los 350.000 millones de dólares, representan aproximadamente el mismo producto bruto que la RDA, Bulgaria, Checoslovaquia, Hungría y Polonia consideradas en conjunto. En cuanto a volumen de comercio exterior, estos países, con solamente 90 millones de habitantes, duplican,el intercambio de los países latinoamericanos. (Salvo que se considere el tráfico de drogas, de cuyos ingresos -estimados en 900.000 millones de dólares en todo el mundo, casi el 30%. del comercio global- apenas participan estos países, pues la mayor parte engrosa cuentas bancarias legales en países desarrollados y financia buena parte de la economía mundial.) Si en la comparación se considera además a la URSS, las diferencias se multiplican: por sí solo este país triplica el comercio de esos países americanos, y es de prever que aumente con las reformas en curso.

Ante este panorama, las perspectivas para Latinoamérica son sombrías y deberá prepararse para un mayor desplazamiento en el escenario mundial. Paradójícamente, los cánticos entusiastas de los berlineses por la apertura del muro quizá suenen como un réquiem para América Latina.

Jorge Fonseca es profesor titular de la universidad Complutense de Madrid.

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