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La ofensiva de las cajas rurales

La larga batalla con el Banco de Crédito Agrícola

La semana pasada, un grupo de cajas rurales junto con el poderoso banco cooperativo germano D. G. Bank presentaron una solicitud al Banco de España y al Ministerio de Economía para que se les autorice la constitución de un nuevo banco. Esta solicitud culmina una larga batalla con el Banco de Crédito Agrícola, cuya intervención fue necesaria para el saneamiento de un grupo de cajas enfermas. Pero tras la cirugía, los planes oficiales se vieron afectados por una pugna entre sectores en los que se dividieron las cajas y el surgimiento de nuevas aspiraciones.

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Primeros pese a todo

A las cajas rurales provinciales, especialmente a las que no estaban necesitadas de un proceso de saneamiento, nunca les gustó el convenio suscrito en su día con el Banco de Crédito Agrícola (BCA). Los problemas aparecidos en un buen número de estas cajas hicieron que, aún a regañadientes, más de 50 entidades aceptasen las condiciones del primer convenio individual suscrito en junio de 1984 con el BCA, en una operación dirigida desde un Ministerio de Economía a cuyo frente se hallaba Miguel Boyer. Tres años más tarde, cumplido el tiempo mínimo antes de denunciar el convenio, las cajas rurales aprovecharon la primera ocasión para señalar su oposición al convenio firmado en su día, a la vez que solicitaban un nuevo sistema de convenio donde el poder y la responsabilidad estuvieran también en manos de las cajas díscolas que aportaban recursos.Las propuestas hechas por las cajas no fueron aceptadas por el Ministerio de Economía, y hoy, dos años más tarde, 24 entidades rurales están a punto de arañar uno de los sueños más buscados en este tiempo: tener su propio banco, como un punto más de apoyo a su actividad dentro de una amplia estructura de servicios para el sector agrario y alimentarlo: el Banco Cooperativo Español. Algo así como un sueño tras el proceso de escisiones, ventas y derribo sufrido en los últimos años. Economía y Hacienda dirá, posiblemente antes de final de año, la última palabra.

Escaparate de vanidades

La historia de las cajas rurales durante los últimos seis años ha sido un escaparate donde junto al funcionamiento correcto de un elevado número de entidades se sumaban los problemas de otras en dificultades, todo ello animado por los procesos de escisiones, absorciones o ventas que se realizaron durante este período y que afectaron a más de 20 entidades. En medio de un clima de preocupación, alentado también por otros intereses, en mayo de 1983 las cajas rurales suscribieron un convenio global con el BCA. Un año más tarde, unas 50 cajas rurales firmaban convenios individuales con una duración de tres años. Era la 'primera fase del proceso dirigido por Economía para poner orden en este conjunto de entidades.

Pasado ese período, un pelotón de cajas rurales encabezado por José Carlos Martínez Cubells, de Zamora, presentaba la primera denuncia del convenio. Seis meses más tarde dejaban de recibir todo tipo de servicios y constituían, junto a otras entidades cooperativas de crédito como la Caja Rural de Castellón, una sociedad de servicios financieros en la que también se hallaban varios colegios profesionales.

Esta primera denuncia hizo que se desatase un clima de malestar que afectaba también al resto de las rurales. No se aceptaban los términos y la filosofía del convenio firmado con el BCA. Lo que se pretendía era un proyecto de grupo con personalidad jurídica propia en el que el poder estuviera en función de los recursos aportados. Obviamente, bajo esta filosofía las rurales provinciales deberían estar en mayoría frente al BCA y a las cajas locales.

Las negociaciones para el acuerdo imposible duraron casi dos años. El resultado fue la caída del presidente del BCA Luis García de Blas, que había aceptado parcialmente las condiciones de las cajas. Fue sustituido en 1988 por Luis Tarrafeta, que seguía la línea más dura del Instituto de Crédito Oficial (ICO), y al final se produjo lo inevitable. En enero de este año llegó la ruptura definitiva de las rurales, lo que dio lugar a la constitución de tres bloques: las locales, con escasa capacidad, que se quedaban en el BCA; el pelotón del Duero (Burgos, Valladolid y Zamora), que junto con Castellón y Tenerife iniciaban contactos con Crédit Mutuelle y que constituyeron la Sociedad de Servicios Financieros, y el grupo más importante de casi 30 cajas provinciales, que en colaboración con el colosal banco cooperativo germano DG Bank iniciaban los trabajos para constituir una entidad financiera a partir de una asociación de cajas.

Durante los últimos meses las cajas rurales del Duero, junto con el resto de las provinciales, han trabajado conjuntamente para unir todas las entidades en un solo proyecto de grupo, que por el momento no ha sido posible. Del clima de división y derribo que se creó hace algunos años en relación con estas entidades, posiblemente alentado desde diferentes instancias interesadas, se ha pasado a un proyecto de gran grupo a través del nuevo banco. Para muchos es un sueño. Sin embargo, las dificultades para meter en el mismo proyecto a otras, como las del Duero, ponen de manifiesto que todavía existen herencias del pasado que se resisten a la unidad.

Para los responsables de la asociación de las 24 cajas que han planteado la solicitud de un banco, esta entidad es solamente un instrumento más dentro de un conjunto de servicios de las cajas donde la aseguradora Rural Vida o los servicios de Rural Informática y otros proyectos, tienen igual importancia. Las cajas quieren algo más. Sus responsables están convencidos de que a corto plazo todas estarán en un mismo grupo, aunque no haya sentado bien en medios oficiales que el saneamiento se hiciera con el BCA y el nuevo proyecto se prepare con un socio alemán.

El trámite ha involucrado sucesivas conversaciones con el Banco de España, quien finalmente a la luz de la documentación preparada por Price Waterhouse aconsejó a los gestores del nuevo banco que solicitaran los servicios de un profesional. El grupo de cajas contrató para este fin al despacho de Aristóbulo de Juán, toda una garantía para obtener el nihil obstat que ya parece inevitable.

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