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Tribuna:POR LA RUTA DEL SOCIALISMO REAL
Tribuna
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Extranjeros en su propia tierra

Si existe un tema recurrente en la política letona del momento es, sin duda, el de la contaminación. En primer lugar, polución en su sentido estricto: el desastre ecológico sufrido por los ríos, mares, lagos, bosques y el propio territorio letón. Rita Kakaine, directora del Instituto Microbiológico de la capital letona de Riga, afirmó hace unos meses, en una conferencia, que las importantes ciudades de Jurmala, Ventspils, Daugavpils e incluso la propia Riga se encuentran sometidas a un alto índice de contaminación, producido por residuos químicos y de otro tipo. La ciudad vacacional de Jurmala había sobrepasado el índice normal de mortalidad debido a la polución producida por una planta industrial que, según afirmó, debería ser clausurada antes de que la salud de la población pudiera recuperarse. Igualmente afectada se encuentra la zona central del golfo de Riga, gravemente dañada por la polución producida por los productos químicos. Y, como horror adicional, los niños de Jumala están siendo afectados no sólo por hepatitis, enfermedades respiratorias y de otro tipo, sino también por enfermedades mentales. Dijo también, con ira, que "la Constitución soviética afirma que la tierra y el agua son recursos naturales que pertenecen a todos. Por el contrario, de hecho, no pertenecen a nadie. Todo tipo de personas y empresas abusan de la naturaleza y nadie hace nada por evitarlo".Para las gentes de Riga, que recuerdan que su ciudad fue bautizada como "el París del Este", esta situación es especialmente dura. Todavía, en parte, es una ciudad elegante: multitud de jardines sembrados por algunos rusos que se establecieron en ella hace décadas se extienden entre hermosos edificios públicos. Pero en la actualidad los letones definen la polución en términos más amplios que los de la ecología: temen no sólo por la conservación de su entorno, sino también por la de su propia lengua.

El letón es una lengua dulce y sibilante, fonéticamente similar al sueco: esta lengua es hablada además de por el millón de letones étnicos que pueblan este Estado, por los protagonistas de la relativamente amplia diáspora de letones hacia el Oeste, aunque entre estos últimos tiende a desaparecer en la medida en que aquellos que dejaron Letonia como adultos, antes o durante la última guerra, han ido muriendo y lo han hecho sin transmitir su herencia lingüística. Este frágil soporte humano es el que alimenta el temor de los letones a la total extinción de su lengua.

Janis Stradins, científico de la universidad de Riga, señala la existencia de un importante grupo étnico y lingüístico denominado livs que, en su momento, ocuparon los alrededores de la costa del Báltico y del golfo de Riga, pero que en la actualidad se han visto reducidos a 120, de los cuales tan sólo 40 hablan su antigua lengua: por éso, el temor a seguir un proceso similar a menos que alteren conscientemente el cauce por el que ha discurrido su historia, se oculta en el fondo de la mente letona.

Según el escritor Janis Skapas, desde la creación en 1917 del Estado soviético, se han extinguido más de 70 grupos étnicos o nacionales. "Hasta hace poco la actitud oficial era considerar este proceso como algo positivo, pero en la actualidad se empieza a pensar en ello como algo más parecido a un genocidio". Stradins afirma también que "la gente en la actualidad se preocupa más por la música que por el folklore. Uno de nuestros poetas, Rainis, sostiene que una nación con bajo nivel cultural es una nación con bajo nivel moral Ésta es la razón por la que nuestra lengua y nuestra cultura son tan importantes para nosotros".

Sin embargo, ya podría ser tarde. Los letones, que constituyen sólo el 40% de la población total -el censo que se realizará este año debe establecer una proporción más exacta-, han visto disminuir su población desde la guerra. En 1949 el 75% de la población de Riga era letón mientras que en la actualidad esta proporción, probablemente, se encuentra por debajo del 30%. Este sentimiento de extranjeros en su propia tierra es muy poderoso para los letones y constituye la tercera, y posiblemente más seria, de las contaminaciones acerca de las cuales se puede hablar libremente, ahora, bajo las actuales condiciones de la glasnost.

Sin embargo, todavía es un tema espinoso. En parte, porque muchos letones se sienten orgullosos de su tradición de apertura y hospitalidad hacia otros pueblos: rusos, ucranianos, bielorrusos, polacos, judíos, alemanes y otros muchos cuentan con comunidades nacionales en Letonia y con una larga tradición de establecimiento. Los letones con los que yo he hablado parecían sinceros en su deseo de que estas comunidades se mantengan e incluso florezcan, y no quisieran que su nacionalismo pudiera ser confundido con rechazo hacia los extranjeros.

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Pero la razón principal de la confusión que se mantiene reside en que incluso ahora, bajo las actuales condiciones de glasnost, muchos letones encuentran dificultades para expresar lo que, obviamente, constituye su principal temor; a saber, que el proceso de rusificación que se inició antes de la revolución de 1917 haya alcanzado ya el nivel de amenaza para su integridad nacional.

Ilga Alpine, historiadora y miembro de la Academia Letona de Ciencias, considera que el proceso de rusificación que comenzó en el siglo XVIII se intensificó a partir de 1941, año en el que se puso fin a 20 años de independencia, con la incorporación de Letonia a la Unión Soviética. "Entre las pequeñas naciones es corriente la preocupación por la existencia de un último paso que dar, antes de caer en el olvido. Para nosotros, ha llegado la hora de la verdad. Si no aprovechamos este momento, los letones comenzarán a morir como nación".

De las conversaciones mantenidas con ella y con muchos otros, se perfilan con claridad las dos caras de la moneda: por una parte, el miedo. Miedo a la pérdida de su identidad nacional, su lengua y su cultura. Y por otra, un renovado sentimiento de orgullo nacional y la determinación de recuperar las riendas de su futuro y moldearlo a su manera.

Por todo ello, los letones en su conjunto y su intelligentsia en especial -puesto que es éste un movimiento dirigido por los intelectuales- se preguntan en la actualidad acerca de la forma en que una minoría nacional podría "reconquistar" su país -reconociéndose como minoría gobernada por Moscú y admitiendo, simultáneamente, que el actual líder de la política soviética les ofrece la mejor oportunidad que han conseguido en cerca de cinco décadas, para ampliar sus libertades civiles y nacionales.

Es ésta una tarea delicada. De una parte, los letones, junto con el resto de los Estados bálticos, se encuentran profundamente agitados y han producido el florecimiento de nuevos movimientos e iniciativas políticas. De la actividad y desvelos de un grupo de individuos que cuidaban de la conservación y mantenimiento de los viejos monumentos, ha surgido un Partido Verde. El Partido Letón por la Independencia desarrolla una carripaña abierta en favor de la completa independencia y del retorno al status de nacionalidad del que disfrutaban antes de la guerra -aun a pesar de que sus miembros sean arrestados con bastante frecuencia. Todo esto ocurría el año pasado: como afirma Dounis Ivens, el joven (33 años) presidente del Frente de los Pueblos, "aquéllo que hasta hace tan sólo unos meses resultaba imposible se encuentra ahora vigente por la fuerza de los hechos".

Durante una conferencia celebrada en Riga hace unos meses pude constatar algunos aspectos del movimiento por el cambio. El Partido de la Independencia, excluido de la conferencia, organizó una protesta en el exterior y afirmaron que, en su trayecto, habían sido dispersados por la policía. En una de sus pancartas aparecía un dibujo de Mijail Gorbachov representando a un demonio, con cuernos y rabo. Protestaban porque los líderes del partido y del Gobierno se llenaban la boca con nuevos discursos, sin tomar nuevas iniciativas. Valga esto como botón de muestra aunque resulte imposible estimar la dimensión de su apoyo popular...

En el seno de la misma conferencia la Letonia oficial lidiaba con el nuevo orden de cosas. El presidente del Soviet Supremo, Annatoly Gorbunnov, pronunció un habilísimo discurso -mitad en letón, mitad en ruso- recordando la realidad política pero sin permitir que el resto de las nacionalidades residentes en Letonia olvidase que los encontráis en una tierra que no es la vuestra". Se escucharon también voces más airadas, como la de Víctor Avolins, editor de la revista radical Daugava, quien acusó duramente al Frente Internacional (grupo apoyado por los rusos) de instigar la agitación y de oponerse en forma encubierta al proceso de liberalización. Janis Vaigris, primer secretarl o del Partido Comunista, que parece ser impermeable a gran parte del nuevo discurrir de las ideas, advirtió a sus camaradas sobre la incapacidad para entender sus peticiones más radicales, que experimentarían varios de sus camaradas en otros lugares de la Unión Soviética.

Sin embargo, nadie debería sorprenderse ante la radicalldad de las demandas. El pueblo letón ha sufrido durante casi 50 años la prohibición de su libertad de expresión y, si bien es cierto que estos 50 años han supuesto un cierto desarrollo material, también lo es que han significado la destrucción ecológica, una amenaza para su lengua y un status de minoría para los propios letones.

Resulta realmente muy sencillo sentir con ellos -especialmente cuando uno lee las groseras historias acerca del país publicadas por la Prensa oficial de Moscú; historias que los años de independencia, calificándolos de "dictadura burguesa" que ignorar la deportación de miles y miles de letones llevada a cabo por Stalin, con resultado final de muerte en los campos tanto en 1941 como en 1949 y que, igualmente, hacen caso omiso del protocolo firmado entre Molotov y Ribbentrop, para dejar Letonia bajo control soviético.

Y, sin embargo..., viajando en el tren nocturno une Riga con Moscú, encontré una rnujer de edad mediana que viajaba a la capital soviética, al encuentro de unos parientes. Durante una de esas cálidas y amistosas conversaciones que, en ocasiones, te asaltan en la Unión Soviética, me explicó que era judía, casada con un ruso y que durante los últimos 25 años había vivido en Riga. Había llegado a considerarlo su país y también así lo había hecho su marido; sin embargo, no hablaban letón (aunque su hijo sí lo hacía) y estaban preocupados ante la posibilidad de ser considerados ahora como extraños, o incluso como enemigos. Afirmaba que ellos habían sido buenos trabajadores, buenos ve cinos y buenos ciudadanos.

El nacionalisrrio es una fuerza terriblemente poderosa. Los letones poseen importantes razones para expresario con fuerza y -más aún- todas las razones para sentirse profundamente irritados por la forma en que han sido tratados. ¿EstaIIará ahora toda esa ira acumulada, amenazando la seguridad de mi recién adquirida amiga o podrá ser canalizada hacia un resurgir del orgullo nacional y de la cultura letona, capaz todavía de acoger y abrirse hacia otros pueblos?. El triunfo de la perestroika depende, en parte, de la resolución de esta disyuntiva.

La Unión Soviética constituye un conjunto de pueblos empeñados en un urgente diálogo mutuo y con el resto del mundo. Tanto más urgente cuanto durante largo tiempe el diálogo fue materia prohibida. Con esta serie de artículos escritos para EL PAÍS quisiera transmitir a los lectores españoles algunas de las reflexiones fruto de mi experiencia como periodista, en tres de las 15 repúblicas soviéticas: los dos Estados bálticos de Letoma y Estonia y la trágica República de Armenla. Me atrevería a afirmar que el pueblo español conoce mejor que otros pueblos de Europa occidental lo que significa abrirse entre sí y al mundo, tras un largo período de silencio obligatorio, y, sin embargo, el silencio que atenazó a la Unión Soviética y su propia ignorancia fueron mucho más dramáticos que cualquiera de las experiencias ocurridas bajo el más bien laxo totalitarismo ejercido durante el régimen de Franco.

Soy consciente, sin embargo, de escribir para un pueblo que ha sufrido en carne propia ese sentimiento de distancia y frustración, a diferencia de un lector británico o amerizano, quienes pueden sentirse más interesados por los temas soviéticos, pero encuentran con frecuencia mas dificultades para conectar con ellos.

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