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El jardín de atrás

Joaquín Estefanía

La reunión de los siete países más ricos en París ha dado fe pública de algunas de las tendencias históricas más significativas de nuestro tiempo: el Norte es cada vez más afortunado, y sus problemas ahora no son de crecimiento o de recesión, sino de sobreabundancia; segundo, se acelera el acercamiento ideológico entre el Oeste y el Este, ya que esta segunda zona (en su territorio europeo) vive un proceso de transición democrática, ojalá que irreversible; por último, el Sur vuelve a perder bazas y la esperanza de que en alguna ocasión su quiebra sea atendida en el marco de un diálogo permanente; es decir, el planeta progresa en su zona central, pero sigue teniendo un jardín de atrás al que no se riega.En la euforia de la fiesta del bicentenario de la Revolución Francesa, junto con las máscaras tricolores del consenso, se han colado de rondón otras que dificultan el reconocimiento de lo que sucede en el mundo. La bondad de unas situaciones refleja, en la comparación, la miseria de las demás y las hace más lacerantes. Cuando se sale de una crisis económica profunda y se inicia la recuperación, las desigualdades emergen a la calle y se manifiestan descarnadas; cuando unos tratan de reducir su crecimiento

para volver al equilibrio, o conceden ayudas a terceros mientras sólo clan promesas y buenas palabras a los no alineados, estos últimos se sienten, lógicamente, maltratados. Uno de los representantes del Tercer Mundo presentes en el bicentenario afirmó: "En París se ha logrado la suprema ironía de la igualdad: se ha prohibido a los ricos; y a los pobres pernoctar por igual debajo de los puentes".Por primera vez en muchos años, los presidentes de los siete grandes han mostrado autosatisfacción por la marcha de sus economías. No se trata, como en el pasado, de buscar el camino para crecer, sino todo lo contrario; la ortodoxia pasa ahora por atenuar el recalentamiento, por lo que ya se denomina comúnmente como un aterrizaje suave. Aunque todos los desequilibrios sean malos y el peligro de la inflación continúe latente, peor son los que provienen de la recesión que los de la abundancia. Muchos países envidiarían estar de vuelta en la teoría de los ciclos y rebajar el nervio de sus calderas para tener futuro. George Bush, por ejemplo, ha posado orondo junto a sus seis socios, en el ambiente más relajado de las 15 cumbres celebradas, sin acordarse de que Estados Unidos es deudor neto en el concierto de las naciones y mantiene un enorme déficit financiero exterior.Sin duda, el gran éxito del Grupo de los Siete ha sido el de encargar a Jacques Delors la organización. de una cumbre en la que se discutirán las fórmulas de colaboración económica con los países del este europeo (especialmente los más volcados en procesos de transición, como Hungría y Polonia). Esta ayuda se manifestará en dinero fresco y, por consiguiente, en un aumento de la deuda externa. Los siete han pedido al Fondo Monetario Internacional (FMI) que agilice su negociación con Polonia, y han expresado su decisión de reestructurar la deuda polaca en el seno del Club de París, en el que los países más ricos del mundo tienen un peso decisivo. Para comprender la significación de la medida aceptada es preciso recordar que fue precisamente Polonia el primer país que suspendió pagos unilateralmente hace una década, convirtiéndose en el precedente de un pleito que se extendió al Tercer Mundo y que ha tenido en el México del verano de 1982 su epicentro más peligroso.El socorro a Hungría y Polonia estuvo precedido de una carta de Gorbachov a los siete pidiendo de forma urgente una armonización de los procesos de la economía mundial. "La vida misma", decía la misiva del líder soviético, "destruye los viejos obstáculos levantados de forma artificial entre diferentes sistemas económicos". Hasta el lenguaje ha cambiado en la simbología del otro bloque. Del mismo modo que el capitalismo giró tras la última guerra mundial e implantó un keynesianismo intervencionista para salvar al sistema, ahora los países del socialismo realmente existente hacen su revolución pasiva e imponen medidas más acordes con la economía de mercado que con la planificación obligatoria. El acercamiento práctico e ideológico de ambas posiciones hacia una especie de socialdemocracia genérica facilita la aproximación a la utopía de que, más temprano que tarde, Gorbachov o sus sucesores se sienten a la misma mesa camilla que rige los destinos del mundo occidental y se constituya una especie de Gobierno del mundo en la sombra que moldee los destinos de casi todos.Mientras se establecía esta complicidad entre el Este y el Oeste, en el mismo París se organizaba la contracumbre de la marginalidad: los siete países más pobres de la Tierra. Como en las anteriores reuniones, los grandes desoyeron la demanda del Tercer Mundo de reabrir el diálogo Norte-Sur, lo que destella por comparación con el deshielo entre el Este y el Oeste. Aquel concepto del nuevo orden económico internacional, que de tanto mencionar -y nunca practicar- devino en un tópico desprestigiado, recobra ahora su fuerza ante la realidad de la deuda externa de esta zona del planeta, que supera los 1,3 billones de dólares. Para estos países no ha habido en París ninguna medida efectiva; únicamente la vacua declaración final de buena intención, en la que se dice que "ayudaremos [los siete grandes] a los países en desarrollo liberalizando los intercambios y apoyando sus ajustes estructurales". Las naciones ricas han recordado que "somos firmemente partidarios de la estrategia del caso por caso", lo que supone de hecho que no negociarán de bloque a bloque y que no tolerarán la constitución de un lobby de deudores, pese a que ellas son el más poderoso grupo de presión en sí mismo: el club de los siete grandes.El caso mexicano, considerado de forma generalizada como la piedra de toque de cualquier estrategia sobre la deuda externa, permanece inédito. El presidente del país azteca, Carlos Salinas de Gortari, presente en París, vio desvanecerse una vez más la posibilidad de que de la cumbre saliese el impulso final para la renegociación de sus créditos, que se está dando interminablemente en Nueva York con la banca privada. François Mitterrand tampoco ha sido capaz de desenroscar la bandera de la deuda, como se creyó en los seis meses de presidencia española de Europa, en los que muchos temieron, ingenuamente, que Felipe González podría ser su portaestandarte europeo. Pese a la grandeur del bicentenario y a sus declaraciones de que "los pobres han entrado en la conciencia de los ricos", el presidente francés no doblegó la intransigencia de los socios más duros: Estados Unidos, el Reino Unido o la República Federal de Alemania. El Plan Brady siguió inédito tras París.

Salinas de Gortari, cuando acabó el desfile y se cerró la puerta del salón donde empezaron a cenar los siete ricos, agarró el avión y se vino a dormir a Madrid, donde sí consiguió un testimonio y un activo con el que trabajar en Nueva York: la condonación de la mitad de la deuda externa que México tiene con sus acreedores privados españoles. Aunque estos créditos supongan sólo el 1% de la deuda externa global mexicana -o quizá precisamente por esto y porque se trata de México-, el gesto de Felipe González marca una línea más expeditiva que la que ha salido de París. En el momento en que se cumple el 5(Y aniversario de la llegada de los exiliados republicanos al país azteca es un acto de coherencia concluir un acuerdo de cooperación y desarrollo con México del mismo estilo que el tratado de apoyo a la democracia firmado con Argentina hace año y medio.Así pues, pese a las apariencias del sensacional escenario épico de los franceses, no todo ha sido dolce far niente en París. El primer punto del orden del día que los sherpas habían preparado para la reunión era el de la deuda externa, y es en el que menos se ha avanzado. Primero, porque la de Estados Unidos ha permanecido camuflada en el ambiente de la recuperación y del aterrizaje suave; segundo, porque para mejorar las relaciones políticas con la Europa oriental ha sido inevitable estimular la vía de su endeudamiento exterior. El fin justifica los medios empleados, pero no deja de ser una antinomia frontal que mientras se atiza el fuego en esta dirección se enfríen los medios para abordar, de una vez, el estancamiento de la mayor parte de los países del Tercer Mundo, hipotecados de forma indefinida en su crecimiento mientras no se dé una solución política al problema de la deuda.

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El 10 de marzo de 1989, el secretario del Tesoro norteamericano, Nicholas Brady, declaraba en Washington: "Ésta es la gran lección de nuestra época: los pueblos de la Tierra están unidos inseparablemente los unos a los otros por una comunidad de intereses profunda". Después de París, sus palabras son, de nuevo, sólo palabras, y el jardín de atrás sigue sin fertilidad.

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