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Aquí no ha pasado nada

Fernando Savater

Hay ciertos retos al destino que uno nunca debe atreverse a lanzar, porque la fatalidad suele recoger el guante. No decir jamás, por ejemplo, "si vuelves a quemar las lentejas, me marcho de casa", porque las lentejas se quemarán entonces indefectiblemente y uno se quedará sin saber adónde ir. A varias personas muy estimables les oí decir hace poco: "Si sale elegido Ruiz-Mateos, me voy de este país". No diré que Ruiz-Mateos haya terminado elegido por su culpa, pero tales desplantes eran jugar con fuego. Ahora los retadores no saben si irse o quedarse, con Ruiz-Mateos votado nada menos que por partida doble. Es el cumplimiento de una pesadilla política para mucha honrada progresía; por si alguien se atreve a filmar esta película de terror propongo un título: ¡Zoilo ante el peligro!.De todas formas, yo aconsejaría a los emplazados que no dejen este país por tan poca cosa. Al fin y al cabo, en otras peores nos hemos visto, y además, como en casa, en ninguna parte. Me da la impresión de que hay una especie de necesidad de catástrofes políticas, residuo nostálgico de las conmociones históricas de épocas más agrestes de estas tierras. Si todo marchara más o menos normal, se diría que padecemos la paz de los cementerios, y a toda costa hay que promover la amenaza -afortunadamente ilusoria- de cementerios menos pacíficos. Cuando no es la abstención es Ruiz-Mateos o Herri Batasuna o todo a la vez. Comprendo el rechazo estético que suscita el abejorro -ni a tábano llega- jerezano en paladares un poco exigentes. Es el adefesio hortera que mejor quintaesencia cuanto de crispante ha tenido y tiene el franquismo sociológico (mucho más amplio y duradero que el político, como se sabe). Pero precisamente por ello ha salido elegido, qué le vamos a hacer. A riesgo de escandalizar diré que el suceso no me parece motivo de la más mínima alarma para la gente de bien.

Hay que mirar a las cosas de frente. La más elemental estadística enseña que en cualquier colectivo de bastantes millones de votantes, tiene que haber, tirando por bajo, cientos de miles de tontos del bote, que al llegar el período electoral se convertirán con toda naturalidad en tontos del voto. Normalmente estos ejemplares se alimentan intelectualmente -sic venia verbis- con las portadas de esas revistas zaragateras de escándalo sexopolítico. Y tales portadas, durante los últimos meses, han sido ocupadas las semanas pares por la pareja Boyer, y las impares, por el vertiginoso Ruiz-Mateos. Además, la televisión ha mostrado ampliamente los escarceos pugilísticos del folclórico, que a cualquier tonto del bote le tienen que resultar irresistiblemente seductores. Votar Ruiz-Mateos es asegurar que sigue la diversión televisiva y que ahora se ampliará la posibilidad de escandalillos y zapatiestas hasta Estrasburgo: ¿cómo resistirse a tal perspectiva? Y luego está lo del voto de castigo. Si hasta políticos serios han hablado del voto de castigo (como si votar fuese ponerle una chincheta en el asiento al maestro para ver qué cara pone al sentarse, ja, ja), el tonto del bote no va a renunciar a tal gratificación. Lo gracioso del caso es que ha intentado ser sádico, pero la fuerza de la costumbre le condena al masoquismo. Para castigar tanta corrupción política como le han dicho que hay votará a un defraudador; como cree que los políticos no se ocupan lo bastante de sus problemas votará al único candidato que no quiere sino resolver su contencioso privado con el Gobierno; para fastidiar a Alfonso Guerra y a Fraga dará la ocasión a un par de indocumentados políticos de que decidan en su nombre las leyes sociales, económicas, etcétera, que van a organizar su destino europeo. Yo tengo un sobrinito de dos años que cuando se enfada con alguien se da bofetadas en su propia cara para quitarse los malvenidos besos con los que intentan apaciguarle. Seguramente cree que así castiga a su ocasional enemigo. Los tontos del voto hacen lo mismo, pero con urnas.

Nada de esto tiene excesiva importancia, como se ve. El zoológico europeo es muy amplio y sería democráticamente injusto pretender que sólo las personas sensatas tuvieran representación en él. Me conformo con que los dementes más peligrosos sean minoritarios. Por lo demás, hay ya en el Parlamento de Estrasburgo cada pájaro raro que a su lado Ruiz-Mateos parecerá Max Weber, de modo que no es cosa de preocuparse mucho por la mala impresión que podemos causar por allí fuera. Y tampoco me parece demasiado grave la cuestión de la abstención, pues el derecho a no participar activamente en política es una conquista democrática que debe empezar a ser valorada positivamente en lugar de deplorada. Los españoles son uno de los colectivos más netamente interesados por la construcción unitaria de la Europa posible, pese al localismo semitribal de la mayoría de nuestros políticos y a las prédicas de esos anarcorridículos típicos del país, que están siempre contra el poder, salvo a la hora de opositar a cátedra o pedir subvenciones. Los que se desentienden en el momento de votar, bien pueden hacerlo por confianza pasiva en el juicio de sus conciudadanos más versados en cuestiones políticas. Como se callan, otorgan, y todo el que otorga merece respeto (a diferencia de los que hablan en lugar de los que se abstienen o les interpretan a su modo, que no merecen respeto ni crédito ninguno). En el fondo, lo importante no es deplorar la ceguera de tantos, sino ir instituyendo lo mejor para todos. Ya Rousseau decía que en política hay que tomar "a los hombres como son y a las leyes como deberían ser", mientras que todos los idealistas vacuos del regeneracionismo hacen exactamente lo contrario.

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En cuanto a la campaña electoral misma, lo más deplorable de ella ha sido la descarada primacía de las querellas de campanario sobre la consideración europeísta transnacional. Pero ese mal no podrá ser sol-

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ventado mientras la circunscripción electoral no rebase los límites de cada Estado y se mantengan las coercitivas listas cerradas según interés de cada uno de los partidos locales. Las fobias soberanas e insulares de Mrs. Thatcher son desdichadamente compartidas por muchos de los que se proclaman en otros campos adversarios políticos de la férrea señora. Es obvio que lo primero para poder pensar en europeo (o simplemente en cuerdo) es renunciar a la perspectiva nacionalista y estatalista vigente. No entiendo, en cambio, las críticas a la "propaganda machacona" de los partidos para captar votos. Ése es uno de los reproches más indigentes en perspicacia que quepa imaginar: ¿hubiera sido preferible convertir la campaña en algo reservado y semisecreto, guardar la información para los ciudadanos que se hubieran molestado en ir a buscarla y que sólo una elite de enterados o de tenaces hubiese llegado a conocer las propuestas ideológicas de los distintos grupos políticos? También resulta especialmente significativo, y no para bien, el éxito de la fórmula derogatoria "la Europa de los mercaderes" en soflamas de cierta audiencia. Que esta expresión joseantoniana gane adeptos entre los neofalangistas de Herri Batasuna no tiene nada de extraño (por cierto, ¿han advertido ustedes que en Euskal Herría es donde menos se ha votado a Ruiz-Mateos?; lo bueno de tener delirios propios es que vacuna contra la moda de los ajenos), pero choca un poco verla en bocas políticamente más estimables. Pues, vaya, pobres mercaderes, como si no fueran ellos los que, oponiéndose con su bendito afán de lucro a monjes y soldados, no hubiesen contribuido más que nadie a civilizar Europa. En el fondo, sigue latente el viejo oscurantismo católico que desprecia el sucio afán de bienes y placeres materiales, purítanismo renunciativo cuya heredera directa es la ideología marxista. Guitton y Althusser, Althusser y Guitton. Contra ellos, nada mejor que repetir los versos del poeta pamplonica Ramón Eder, en sus gratísimas Lágrimas de cocodrilo: "Excelente época para ser un europeo / que sepa que la ética / no es sino el egoísmo perfeccionado por la prudencia".

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