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Los altibajos del tiempo

El idilio Reagan-Thacher simbolizó un anhelo de eternización en la huida hacia adelante llamada alta finanza internacional, que sólo daría paso otra vez a intensidad de presente con la renovación rusa. A partir de entonces los relojes atrasados dan señales de querer ponerse en hora, mientras el más adelantado revisa la suya con externo interés y secreto espanto, pues un enemigo que ni ante terceros acepta serlo pone en cuestión demasiadas cosas al tiempo, empezando por el nuclear negocio de la protección.Aunque esto sea muy incómodo para el defensor oficial de Occidente, a nivel planetario cunde una esperanza de paz y mejoramiento desconocida hace décadas. Por todas partes se derrumba el mito de la revolución al estilo leninista, y con distinto ritmo los cinco continentes aspiran a formas de convivencia basadas sobre el pluralismo. En lo etiquetado como Tercer Mundo, cosa semejante tropieza, desde luego, con enormes obstáculos a priori. Entre ellos están fronteras nacidas de arbitrariedades coloniales, insolidaridad social, consecuente corrupción, y -para remate de males- el hecho de que los otros dos Mundos necesitan al Tercero en su estado actual precisamente. Por lo demás, esa dramática coyuntura indica que los cambios son a la vez titánicos e inevitables, o, en otras palabras, que allí hace falta tiempo en sentido fuerte, como apertura a la alteración exigida para que algo convierta sus potencialidades en acto y se cumpla.

A juzgar por el respectivo atraso y adelanto de los relojes, podría pensarse que nosotros -en tanto que españoles, europeos y occidentales- representamos el cumplimiento al que aspira todavía buena parte del mundo, cosa innegable en más de un sentido. Con todo, el adelanto tampoco permite a este sector olvidarse del tiempo en sentido fuerte, sustituyendo por calendarios de efemérides o cronómetros. El juego de la arena política ha Regado a hastiarnos sorprendentemente pronto, cuando hace todavía poco provocábamos a aquellos grises de Franco, pidiendo en la Ciudad Universitaria lo mismo que reclamaban semana atrás en Tiananmen. Y, si no me equivoco, las ubicuas invitaciones a participar como electores en unos u otros comicios distan mucho de ser acogidas por todos como el aparato institucional pretende. Al contrario, un sector de la ciudadanía se resiente viendo derrochadas las rentas públicas en una promoción publicitaria del voto, como si semejante cosa fuera en efecto una "fiesta popular" celebrada en su exclusivo beneficio, y no un rito legitimador de ternas cerradas por una voluntad ajena, que mediante esas ceremonias periódicas logra presentar a simples grupos de presión como desinteresados portavoces del pueblo.

¿Estaremos rizando el rizo? ¿No será este punto de vista una forma de traición a la siempre respetable posibilidad de apoyar el pluralismo? Así, ciertamente, habría que juzgar una renuncia indiscriminada al de

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Los altibajos del tiempo

Viene de la página anteriorrecho electoral. Sin embargo, el malestar que induce ver promovida la votación como un detergente, y sufragada así por el erario público, no se basa en que parezca inmejorable el estado de las cosas y sean innecesarias reformas. Con mayor o menor claridad, se basa en una sensación de fraude, no desprovista a su vez de motivos. Entre ellos se cuenta el de que tres o cuatro consorcios controlen hoy la mayor parte del cine, la prensa, la radio, la televisión, las agencias de noticias y las de publicidad en el planeta, siendo la imagen en general (buena para unos y mala para otros) algo suceptible de compraventa eficaz a corto, medio y largo plazo.

Como consecuencia de esos y otros avances, cabe afirmar que un híbrido de propaganda y financiación ha tomado la medida al sistema democrático. Para ser exactos, le ha tomado la medida del mismo modo que una horquilla en manos hábiles toma la media a una cerradura, y hace de llave cuantas veces convenga. Si el fundamento de la democracia es una simultánea defensa de la mayoría y las minorías, presuponiendo que se construyen y desarrollan espontáneamente, el sistema inaugurado con el híbrido de propaganda y financiación representa un saldo cualitativo en la influencia, gracias al cual lo espontáneo y lo programado se desdibujan por completo. Ante algo tan manifiesto en la elección de Bush, por ejemplo, algunos empiezan a ver que el logro del Gobierno "desarrollado" es poder mandar desde dentro, apoyándose sobre un monopolio de estímulos audiovisuales y técnicas de reflejo condiciona do que le otorgan prerrogativas de manipulador cerebral. Comparada con una pareja irrupción en esferas subliminales del prójimo, el ingenuo logro del Gobierno antiguo fue mandar desde fuera, exigiendo reclutas, tributos y reverencia para sus símbolos de majestad, ciertamente muy poca cosa si se considera que eso sigue obteniéndolo también el actual.

Pero llevó siglos elaborar los principios teóricos y prácticos del sistema democrático contemporáneo, y nadie sabe lo que llevará elaborar un sistema de antídotos para que no siga prosperando su desvirtuación. Por de pronto, hará falta inventar llaves -a los particulares les está prohibido el uso de horquillas- que abran las distintas cajas de fondos reservados donde se apoya el complejo, cuando esto tropieza con dificultades iguales a las halladas en otro tiempo para analizar los fundamentos del poder imperial y la realeza sagrada. Sintiéndose inermes y burlados entre tanto, los más reacios al condicionamiento se desvinculan progresivamente de cauces políticos degradados a ceremonias de adhesión, con pompas electorales que legitiman a los manipuladores del ciudadano sin contribuir un ápice a su real concurso en el manejo de los asuntos comunes. Para dejar más claro aún que no es desidia, sino protesta ante una mera apariencia de participar, hay quienes proponen el voto en blanco.

En su hora tiene cada cual su cruz. Es sin duda urgente que voten en masa chinos, paraguayos, rusos, afganos y tantos otros, y que adapten sus respectivos relojes a un civilizado respeto por la diferencia. Pero no es menos urgente (ni menos difícil) adaptar el nuestro a las posibilidades incumplidas o defraudadas por una democracia que -como sus análogas del momento- cede a la tentación de confundir lavados de cerebro con respaldo electoral consciente.

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