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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Puente de plata

EL ATROPELLO que padece el pueblo panameño en estos días se ha plasmado, como lamentablemente era de prever, en las escenas de barbarie que se han visto en las televisiones y en las fotografías de prensa. Todo un símbolo de la dialéctica de los puños y las pistolas que los seguidores del dictador Noriega, alentados por él mismo, están dispuestos a utilizar para evitar que salga a la luz el resultado de las elecciones.Y el desenlace es muy simple: la oposición ha ganado abrumadoramente. Enfrentado con el valeroso civismo de quienes se oponen a él, sometido a una fuerte presión internacional y al escrutinio despiadado de los medios de comunicación, Noriega no se ha atrevido finalmente a proclamar vencedor a su candidato y ha anulado las elecciones. Este gesto encierra el turbador reconocimiento de su propia derrota. Nada de lo que ha ocurrido desde el domingo -robo de urnas, tiroteos, amenazas, apaleamiento de los líderes de la oposición y, finalmente, la propia anulación de los comicios- hubiese sucedido si Noriega y sus partidarios hubiesen podido demostrar ante la opinión pública que habían ganado las elecciones.

Pero esto no basta. Reconocida su inapelable derrota en las urnas -a pesar de la enorme intimidación utilizada antes, durante y después de la jornada electoral para impedirlo- y repudiado por las democracias de todo el mundo, Noriega no puede permanecer en el poder ni un día más. En todo este proceso, los países democráticos han desempeñado un papel primordial de presión; les corresponde ahora seguir defendiendo con toda energía el regreso de Panamá a la libertad. Porque, según una doctrina de derecho internacional cada vez más extendida, la comunidad de naciones tiene una responsabilidad en la defensa de los derechos humanos y la soberanía nacional no puede ser invocada para impedir su ejercicio.

Estados Unidos conserva, por su parte, una obligación especial de resolver la situación que contribuyó a crear cuando hace años permitió a Noriega hacerse con el poder y trucar otras elecciones. Pero debe manejar sus resortes con extrema prudencia: una intervención militar constituiría un grave error y es probable que acabara con Panamá como país. Noriega necesita un puente de plata; sería contraproducente que en medio de él se topara con un destacamento de marines avanzando en dirección contraria.

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