_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El secreto de España

No es una arbitrariedad señalar que España era, para, los filósofos del Siglo de las Luces, un país sin interés alguno, dominado todavía por frailes inquisitoriales y aristócratas ignorantes. Todos recordamos la pregunta, y su respuesta, de la monumental Enciclopedia: "¿Qué debe la civilización a España? Nada". Por eso los ilustrados de la época de Carlos III querían, sobre todo, hacer ver a los demás europeos que España aspiraba a ser otra, que, en verdad, ya había conseguido ser otra. Pero, tras la muerte del rey en 1788 (y, más aún, tras la gran revolución de 1789), España pareció sumirse de nuevo en una vida anacrónica. Los Pirineos eran verdaderamente, una barrera infranqueable. Así, cuando Napoleón -que tenía de España una imagen muy convencional del siglo XVIII transpirenaico- la invadió, descubrió una tierra que le resultó enteramente enigmática. Y ahí, en 1808, empezó el empeño de muchos viajeros -o simplemente observadores de España- en captar lo que podemos llamar el secreto de España. Para algunos de los recién aludidos, casi todos nacionalistas conservadores, tal secreto se reducía esencialmente al espíritu religioso del pueblo español y a su fidelidad a las personas e instituciones eclesiásticas: y esto explicaba la furia española en la lucha contra el anti-Cristo Napoleón. Otros meditadores de la singularidad española -o sea, la explosión de 1808 y todas sus variadas consecuencias- no se contentaron con una explicación tan sencilla del secreto de España.Uno de ellos, cuyos miedos al pueblo español fueron muy costosos para los liberales de 1812, y más aún para los del trienio constitucional de 1820-1823, el gran estadista austríaco Metternich, no cesaba de pensar en lo que constituía la peculiaridad de España en el conjunto más o menos uniforme de la Europa occidental Desde la muerte de Fernando VII (1833) hasta las revoluciones de 1848, Metternich reitera que es imposible que España adopte un régimen de monarquía constitucional como, por ejemplo, el de Francia. Su juicio de 1833 corresponde al que entonces propagan algunos escritores románticos enamorados de la pasión española: "El carácter español no soporta los matices y, por tanto, una España liberal (que Metternich subraya para aludir a la Francia de los llamados doctrinarios de su amigo Guizot) carece de sentido". "Porque España", añade Metternich, "será siempre sinceramente monárquica o decididamente radical". Mas, 10 años más tarde, Metternich ha perdido su seguridad anterior al considerar los asuntos de España: "El porvenir de ese país me aparece cubierto de un velo que estimo impenetrable". Las observaciones que siguen (transmitidas al Gobierno francés) muestran, sin embargo, que Metternich puede ofrecer ciertas claves del secreto de España. Hay, para él, un factor que se desdeña en la política internacional respecto a España. Lo que él llama "el espíritu de perfecta independencia y de igualdad que predomina en el ánimo y las costumbres de los españoles". Se consideran absolutamente iguales entre ellos y se resisten a obedecerse mutuamente (s'entr'obéir). Todo esto hace que España sea un país difícilmente gobernable, pues es el país europeo "más singularmente constituido" ae plus façonné a samanière, De ahí que Metternich prediga que el futuro se presenta muy oscuro para España.

Otro gran estadista (y mayor escritor), que compartió con Metternch el miedo a la España constitucional de 1820-1823, el vizconde Chateaubriand, tiene, en cambio, fe en el papel que puede desempeñar España en el futuro de Europa. Para Chateaubriand (aun siendo acendrado católico), España está en un patente aislamiento del resto de Europa y sus costumbres permanecen empantanadas. Pero, jutamente por ese estancamiento (comparado con la movilidad transpirenaica), España, predice Chateaubriand, "podrá reaparecer en el tablado de la hiaoria mundial con brillantez nusitada", cuando los demás pueblos europeos estén consumidos por la corrupción moral que genera su volubilidad. La razón del renacer histórico de España es, para Chateaubriand, muy sencilla: "Cuenta con la (que él denomina) "hondura de sus costumbres". El romántico francés no explica en qué consiste esa hondura y su potencial poder regenerador, pero se aventura a expresar una firme fe en el pueblo español cuando éste se encontraba segregado del resto de Europa Fe que no debe equipararse, dicho sea de paso, con la risible "reserva espiritual de Occidente" del difunto régimen caudillista. Otros escritores del principio del siglo XIX y, sobre todo, del apiogeo del Romanticisimo, se sintieron atraídos por España y algunos emprendieron lo que se transformó pronto en casi una peregrinación espirítual el viaje a España en pos de su secreto.

No podemos, claro está, hacer ahora ni siquiera una enumeración de todos aquellos viajeros más o menos alucinados por el enigma del pueblo español. Porque desde la primera guerra carlista de 1833 hasta el magno enfrentamiento de 1936 España siguió siendo un secreto para muchos observadores de los países adelantados. Y la enorme resonancia de la guerra civil de 1936-1939 en la comunidad intelectual curoamericana fue motivada, en parte, por la traclición literaria del viaje de España. El autor más leído al menos en lengua inglesa) fue el muy original George Borrow, cuya obra principal, La Biblia en España de la cual hay una traducción magistral de Manuel Azaña (Alianza Editorial)-, no estuvo, sin embargo, motivada originariamente por la búsqueda del secreto de España: como su mismo título lo indica, el propósito de Borrow, al trasladarse, a España en 1836, fue el evangelizarla, difundiendo la lectura de la verdadera Biblia. Mas don Jorgito el inglés (como le llamaban los españoles) quedó muy pronto impresionado por la profunda humanidad del pueblo español. Y así, al hablar de Madrid, declara que ningún otro lugar del mundo puede comparársele en la viveza de sus multitudes. Podrían repetirse las citas del propio don Jorgito, y añadir las de otros viajeros, que concuerdan todos en querer apresar el secreto de España sin tener la certeza de haberlo conseguido.

Hoy, el viaje de España ha pasado a ser la rutina, invernal o veraniega, de millones de turistas que sólo ven en España una útil solana que les permite escapar a sus climas nórdicos. No sería difamarlos el asegurar que a la inmensa mayoría le es totalmente indiferente el secreto de España. Hay, sin embargo, todavía algunos viajeros para los cuales no basta decir que el secreto de España está en El Corte Inglés. Sentimiento que comparten hoy los españoles que regresan a su tierra natal tras prolongadas residencias en países lejanos. Al que viene, por ejemplo, de una sociedad tan profundamente agrietada como la norteamericana, España sorprende por su patente cohesión interna, pese a lo que parezca revelar el 14-D. Cohesión que emana, indudablemente, del sentimiento cordial de la vida, quizá reflejo espontáneo del sentimiento de igualdad que señalaba Metternich. Pero sustentado, ahora, en la realidad legal del voto individual. No debe olvidarse que una parte considerable del pueblo español vivió muchos años, desde 1939, con el recuerdo de su capacidad para regirse a sí mismo. Porque el pueblo español tiene una historia antigua de defensor de sus libertades y sabe que ha dado mucho más de lo que ha recibido: ¿quizá ahí siga estando el secreto de España?

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_