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El 'fenómeno Gorbachov'

Así se le llama a menudo, y con razón, porque después de lo que había parecido una eternidad de conflictos, tensiones, desacuerdos y, sobre todo, caras adustas y votaciones unánimes, de repente aparece en la Unión Soviética un jefe de Estado que aboga por el cambio, la diversidad (hasta donde, por el momento, se pueda) y el deseo de que se termine de una vez la guerra fría o hasta la tibia. Para completar el panorama, resulta que es una persona que sonríe, estrecha manos, se hace amigo de los políticos occidentales que practican la democracia o, cuando menos, abogan por ella, va acompañado de su mujer que, como cualquier otra primera dama, asiste a desfiles de modelos y elige entre un extenso muestrario de Estée Lauder, etcétera.Bueno, bueno: ¿será todo eso un modo de insensibilizar al enemigo, dormirlo, paralizarlo y, cuando esté desprevenido, darle la puntilla? Algunos mantienen todavía esta opinión, pero está evidentemente en baja. Más bien va extendiéndose la idea de que si Gorbachov tiene enemigos son más bien los de casa, los (paradójicamente) conservadores, los burócratas a macharnartillo; en suma, los que se aprovechan de los largamente establecidos intereses creados, más peligrosos aún en este caso que "los que quieren marchar demasiado deprisa". Más bien es necesario, se piensa, echarle una mano. Por si fuera poco, Gorbachov no sólo tiene que luchar -y a menudo, lo que suele ser mucho más difícil, pasar la maroma- para imponer al final su perestroika, sino que ha tenido la mala suerte de tener que habérselas con varias catástrofes; entre ellas, primero, la disminución excesiva del precio del petróleo, que ha reducido considerablemente la entrada de divisas (ningún país, por económicamente poderoso que sea, puede contentarse con sus propias divisas; siempre necesita algunas de las de los otros); las agitaciones nacionalistas en el interior de la Unión, desde las que se deben a rivalidades intranacionales hasta las que, según ocurre en los países bálticos, son consecuencia de que esos países se parezcan más a Finlandia y hasta a Suecia o Noruega que a cualquiera de los otros componentes de la Unión Soviética; finalmente, la gran catástrofe del terremoto de Armenia, que exige esfuerzos y desembolsos enormes. Si un jefe de Estado merece simpatía y ayuda es, sin duda, Gorbachov.

Casi todo lo anterior puede ser cierto, pero hay algo que no lo es: que se ha producido de repente una especie de milagro al que viene llamándose el fenómeno Gorbachov.

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En realidad no hay el fenómeno Gorbachov, sino una multitud de fenómenos -nuevas caras, nuevas generaciones, nuevas situaciones- que han hecho posible hablar de tal fenómeno. Evidentemente, si no hubiese tal y cual determinada persona, que resulta ser justa y precisamente este mismo Gorbachov, a quien se ha visto hace poco triunfando -realmente triunfando- en Nueva York, no se habrían producido tales o cuales fenómenos políticos en la Unión Soviética y fuera de ella. Desde luego, no faltan hoy en el mundo políticos que, como Gorbachov, saben cazar al vuelo todas las oportunidades que ofrecen los medios, y especialmente la televisión; entre ellas, la oportunidad de convertirse en una celebridad, es decir, en alguien que cuanto más se habla de él (o de ella) tanto más se habla de él (o de ella). Iba a decir que los hay "hasta en España' , pero esto sería imitar la (m ¡la) costumbre de algunos historiadores europeos que no deben de sentir gran simpatía por el país, porque a propósito de cualquier cosa digna de alabanza escriben "inclusive en España...", "hasta en España. .." o, si la cosa es juzgada reprobable, "ni siquiera en España..." -la más preciada perla de mi extensa colección al respecto reza: "ni siquiera en España es Kant desconocido", frase que se debe al hoy desconocido historiador de la filosofía Karl Vorländer- Bien; de tales políticos los hay en España y en todos los lugares del mundo, pero el caso de Gorbachov es particularmente interesante a causa de su magnitud y a causa de otra cosa: por tener y por no tener a la vez un componente personal; es decir, por ser personalmente tan influyente y por no serlo sólo personalmente.

Es posible que si la nariz de Cleopatra hubiera sido un centimetro más larga, otra hubiese sido la suerte del mundo (romano). Pero es también posible que a Antonio le hubiesen gustado las mujeres narigudas o que Cleopatra se las hubiera areglado para gustar a Antonio, fuese cual fuese la longitud de la nariz. Esto quiere decir que la personalidad importa mucho, pero también importa lo que hace posible que la haya y que influya. Gorbachov es obviamente Gorbachov, él mismo, y lo otro, pero es a la vez alguien que no podría, por así decirlo, "hacer de Gorbachov" si no hubiese habido cambios que se lo hubieran permitido. Cosa que también cabe decir de otros personajes muy representativos hoy en la Unión Soviética: cada vez que he visto, por ejemplo, y no sólo en las últimas semanas, sino desde hace algún tiempo, a Nikolai Gerasimov hablando en la televisión vía satélite con Ted Koppel, en un programa, Nightline, que tiene sólo ocho millones de espectadores, pero que son los ocho millones que más cuentan en Estados Unidos, se ha reforzado mi convicción de que Gorbachov es como la punta dominante de un enorme iceberg.

Se ha dicho que Gorbachov habría fracasado ya de no tener como base política a un público muy amplio, en el cual se incluye la mayor parte de personas que cuentan en la Unión Soviética en los campos de la alta administración, la ciencia, el arte, la tecnología. Esto es más que probable: todavía no he encontrado, cuando menos en los tiempos modernos, a ningún líder político realmente importante a quien no haya seguido apenas nadie, a un puro dictador; es decir, a alguien que fuese solamente un dictador. Denunciar a Stalin y a Hitler (no digamos a Pol Pot) está muy bien, porque no hay cambios sociales, políticos, nacionales, culturales o lo que fuera, o siquiera progresos de ninguna especie, que justifiquen el sufrimiento y el asesinato de millones de seres humanos (con un solo asesinato ya hay demasiado). Lo malo es que ni Stalin, ni Hitler, ni siquiera Pol Pot estaban, o están, solos. Tanto más probable es -y en este caso más de desear es- que no esté solo Gorbachov. Pero no estar solo no es suficiente. Se requiere también que se haya consolidado ya una situación en la que nuevas generaciones estén dispuestas a hacer frente de modos distintos de los pasados -más abiertos y democráticos- a los problemas actuales. Si hay algo que pueda ayudar políticamente a Gorbachov -o inclusive hacer que quien le suceda, gorbachoviano o inclusive antigorbachoviano, no tenga más remedio que afrontar de un modo parecido los problemas que se plantean en la Unión Soviética- es el hecho de que hayan tenido lugar en ese país cambios sociales importantes del tipo y la extensión ilustrados en el libro de Moshe Lewin The Gorbachev phenomenon: a historical interpretation. Como por la naturaleza del régimen hasta el presente tales cambios no han sido objeto de mucho debate público (aunque ha habido más de lo que usualmente se imagina), se ha concluido que no ha habido ninguno y que, de repente, como por un arte de magia, ha salido Gorbachov al escenario.

Esto hace que el fenómeno Gorbachov sea más significado aún de lo que parece. Al punto que lo raro, lo sorprendente, lo casi absurdo, habría sido que el fenómeno no hubiera tenido lugar.

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