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La insoportable levedad de la oposición

Si alguien me preguntase, en tanto que especialista en derecho constitucional y ciencia política; el mayor defecto que yo veo en el funcionamiento de nuestras instituciones democráticas tendría que responder, usufructuando la célebre frase de Kundera, que consiste en "la insoportable levedad de la oposición". El problema ha adquirido ya una envergadura que a nadie se le oculta. Y ello es grave porque un régimen político sin oposición acaba falseando el juego democrático y conduce a la impotencia de los ciudadanos.Esta dejación del ejercicio de la oposición por las minorías que surgieron en las dos últimas elecciones comporta la inexistencia de dos requisitos graves, sin los que no se puede afirmar exista una vida democrática normalizada. Por una parte, ha desaparecido la crítica y el control serio y responsable del Gobierno en el ámbito natural que la Constitución prevé para tal cometido, esto es, el Parlamento. Cada vez es más patente que nuestra vida parlamentaria vegeta en un sopor que no sólo ha afectado a los inquilinos de las Cortes, sino que también ha contagiado a la ciudadanía atenta a la vida política. Ahora, con los nuevos sillones basculantes que se han preparado para el nuevo curso parlamentario, me temo que del ligero sopor se pase a la somnolencia más profunda. Los partidos de la oposición, y fundamentalmente Alianza Popular, no ha sabido ejercer esa crítica y control que es inherente a la oposición. Un somero repaso de la actividad parlamentaria de los dos últimos años no sólo lo demuestra con creces, sino que incluso nos señala la absoluta falta de competencia de la mayoría de sus miembros. Episodios como la ridícula moción de censura que planteó, por persona interpuesta, el líder de AP; la falta de habilidad y bisoñez que demostraron varios de sus dirigentes en el fallido intento de investigar el llamado tráfico de influencias, o la peregrina actuación de un diputado aliancista que presentó cerca de 4.000 preguntas escritas sobre el funcionamiento de Telefónica.

Era natural que tal inoperancia parlamentaria tuviese como resultado dos fenómenos que siempre surgen en situaciones semejantes. Esto es, la necesidad de la crítica al Gobierno, propia de toda sociedad democrática, se ha trasvasado a dos escenarios diversos de las Cortes y que pregonan la anomalía de nuestra actual vida política: la calle y la Prensá. Hemos asistido -y me temo que vamos a asistir nuevamente con la rentrée- a que los grupos disconformes con la política gubernamental salgan a la calle a patentizar lo que la oposición debía hacer en la sede parlamentaria. Recuerdo especialmente que en el pasado mes de abril, mientras que el conflicto estudiantil abrumaba a los dirigentes del Ministerio de Educación, el líder del partido mayoritario de la oposición, en lugar de llevar a las Cortes lo fundado de esas reivindicaciones o también sus excesos, se hallaba disfrutando de las delicias de la Feria de Abril a orillas del Guadalquivir. Es evidente, pues, que, si los irremediables conflictos que surgen siempre en la vida democrática no se discuten y solucionan en el ámbito parlamentario, se asistirá a su desarrollo y desenlace en la calle o en otros foros, con el grave quebranto para nuestra institución sede de la soberanía.

Pero además tal anomalía ha traído como consecuencia que la Prensa se haya arrogado un papel que evidentemente no le corresponde, y así, cada día más, está ejerciendo el papel de la oposición. Yo no voy a discutir aquí que la importante tarea, que ésta debe cumplir en una democracia pueda también, en algún sentido, llevarle a ejercer esta función de control y crítica del Gobierno. Pero para que sea así es necesario a su vez que concurran dos condiciones indispensables. La Prensa, de un lado, debe ser responsable y calibrar sosegadamente lo que debe investigar, criticar y controlar, porque si le invade el síndrome del Watergate, en su versión desenfrenada, puede llegar a convertirse en un elemento desestabilizador del sistema. Y, de otro, ha de ejercer también tal labor con competencia e información veraz.

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La desvirtuación del necesario ejercicio de la oposición a través de estos procedimientos es claro que puede originar el efecto contrario que se pretende. Puesto que si la oposición tiene como finalidad hacer participar, mediante la crítica y el control, a las minorías en el ejercicio del poder, con tales procedimientos se puede dar, en cambio, un alejamiento de éste, como reacción, frente a las reivindicaciones justas de las minorías.

Pasemos ahora al análisis de la inexistencia del otro requisito consustancial a la oposición: la falta de una alternativa clara al Gobierno. Cuando, en el año 1982, el partido socialista ganó las elecciones por primera vez fueron muchos los que pensaron que, más que una alternativa, se trataba de una alternancia tal que llevaría al país a un régimen radical, muy diferente del gobierno que había ejercido la UCD en los primeros años de la transición. Pero creo que nadie discutirá, por los motivos que sean, que el Gobierno socialista ha llevado a cabo una política moderada. Eso significa, por consiguiente, que la alternancia que se pueda producir, cuando pierda algún día las elecciones, no será dramática y que, por tanto, es mucho más fácil de realizarse. La tensión bipolar del electorado español actual hacia el centro es lo que sin duda facilita la llegada sin traumas de otra posible alternativa.

Pero con toda franqueza debo decir que por más que oteo el horizonte no la veo aparecer. Para que se diera tal evento sería necesaria la concurrencia de tres requisitos fundamentales: un partido capaz de gobernar en mayoría o coligado con otros más pequeños, un programa claro de gobierno y un líder que personalice ambos. Si nos atenemos a los hechos, el partido que hoy por hoy debería protagonizar esa tarea sería AP, pero nadie duda que, a la vista de su crisis permanente de liderazgo y organización, está ofreciendo el mejor ejemplo de lo que no debe ser un partido. A su lado hay que mencionar la creciente fuerza del CDS de Suárez, el cual, aunque siga aumentando sus efectivos, está lejos de ofrecer una realidad sólida de eventual alternativa. Su papel actual en la vida parlamentaria, salvo esporádicos destellos, parece más bien el de un partido observador. De ahí que sea dificil creer la profecía que el habilidoso político que es Suárez no se cansa de repetir en el sentido de que pronto tomará posesión de la Moncloa. Y es difícil de creer porque su eslogan recuerda aquella famosa frase del ocurrente Helenio Herrera, entonces entrenador del Barcelona, cuando decía que "el próximo partido lo ganaremos sin bajar del autobús". Suárez, si quiere que se cumpla su profecía, tendrá que bajar del autobús y jugar en el campo parlamentario.

Por lo demás, parece evidente que seguirán proliferando los partidos regionalistas y con ello se seguirán fragmentando las posibilidades de una alternativa sólida con vistas a las futuras elecciones. Claro que las peculiaridades de nuestro curioso Estado de las autonomías tal vez los conviertan en inevitables.

La consecuencia de todo ello es que no parece plausible que se pueda confeccionar un claro programa de gobierno con todos estos mimbres, pues, como decía antes, la moderación del Gobierno socialista le ha dificultado a la oposición la posibilidad de construir un programa diferenciado que pudiese arrastrar al electorado centrista. únicamente se podría obtener tal objetivo con competencia e imaginación, elementos que brillan por su ausencia.

Y, por último, hace falta un líder que personifique esa alternativa y que debería ser normalmente el líder del partido mayoritario. Como todo el mundo sabe, en la sociedad industrializada de los grandes medios de comunicación de masas, el elector se identifica más fácilmente con el carisma de un líder que con el programa de gobierno. Pero no parece discutible que tal cualidad se dé en el actual líder del partido mayoritario de la oposición. Y no lo digo yo, sino que son los miembros de su partido los que están convencidos de ello. Ante la proximidad del congreso nacional de AP no creo que sea temerario, ante las continuas conspiraciones y contraconspiraciones, afirmar que la era Mancha tiene sus días contados. Lo que ocurre es que con el procedimiento actual de elección del presidente de este partido no parece tampoco aventurado señalar que el que le sustituya pueda alcanzar a su vez un indiscutible liderazgo. De ahí que, en plan pintoresco, podrían adoptar el sistema de las primarias americanas. Pues de esta forma, al obtener el apoyo de las bases, a lo mejor se lograba una legitimidad que nadie discutiría después.

De no aceptarse este sistema cabría también recurrir, para elegir al líder, al viejo sistema patrio del concurso-oposición. Claro que en este caso lo ganaría, como tantas otras veces en su vida, don Manuel Fraga, comenzando así nuevamente el Bolero de Ravel.

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