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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La hora del preservativo

LA RÁPIDA conversión del preservativo en producto necesario, popular y ensalzado, después de un largo período de existencia vergonzante y combatida, significa un triunfo de la sociedad civil. Es la aceptación de que ciertas medidas profilácticas pueden mantener la actividad sexual y sustituyen con éxito a las órdenes de abstención. Si el crecimiento de un 25% del consumo de preservativos en un año en España ha sido sobre todo forzado por el miedo al, contagio del SIDA, se entiende también que se ha aceptado su condición de obstáculo a la procreación y, por tanto, en muchos casos, de idea de que la relación sexual entre el hombre y la mujer es una finalidad en si misma y en todas las situaciones que puedan inspirarla o hacerla deseable, y que la capacidad de engendrar es, a su vez, un acto voluntario de una pareja, lo cual hace de la paternidad, un hecho responsable y, probablemente, una situación mucho mejor para los hijos tenidos como deseados.En otro tipo de relaciones, este invento del siglo XVI coincide con las liberaciones de finales del siglo XX. El aumento de consumo es coincidente con la campaña de televisión en favor de su uso, y con las de varias autonomías que incluso están procediendo a su reparto gratuito en las vías públicas: el Gobierno vasco intensifica estos días su propaganda en consideración a que las fiestas y la promiscuidad veraniega pueden aumentar las relaciones sexuales. Se puede pensar que de todas estas campañas públicas, el efecto principal es la salida de la clandestinidad de la goma preservativa, la libertad de su entrada en las conversaciones normales: la rotura de un tabú.

Hay, sin embargo, una oposición todavía muy considerable en España: la parte principal procede de las capas religiosas, principalmente católicas, que mantienen las enseñanzas vaticanas y predican la abstención en lugar de la prevención. Otras se atienen a una especie de pudor, que forma parte del carácter nacional heredado, de ciertas repugnancias recibidas anteriormente. Hay que advertir, de todas formas, que, incluso en esos sectores, la necesidad de prevención de las enfermedades sexuales y la realidad terrible del SIDA se están imponiendo, y, aunque estén lejos de la recomendación y rehúyan la propaganda actual, se someten a una tolerancia. Lo cual está bastante lejos de lo que sucedía en la época de la sífilis.

Es un progreso en la mentalidad social. Como lo es también que haya dejado de hablarse del SIDA como de un castigo divino o como de un mal reservado a sectores impuros de la sociedad; esta aberración comenzó a divulgarse al principio de la enfermedad y fue cortada rápidamente por su propio hecho: por su penetración insidiosa en todas las capas sociales y morales.

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De todas maneras, la propaganda actual y su beneficioso efecto, aún insuficiente -sólo lo utiliza hoy uno de cada seis españoles-, se está haciendo exclusivamente como preventivo de enfermedades, lo cual prolonga la hipocresía de su etapa anterior y su reducción al límite de las farmacias, cuando puede ser expendido en máquinas y en otro! lugares sin ninguna restricción.

Pero parece lógico en una actitud del Gobierno que, por otra parte, está permeabilizándose a las campañas de natalidad de Europa y tomando algunas medidas para fomentarla, también de una manera hipócrita, como en las nuevas medidas llamadas de protección a la mujer mediante permisos y excedencias obligatorias en su embarazo y maternidad, cuando en realidad pueden dificultar el acceso femenino al trabajo en la empresa privada y están pensadas, sobre todo, para favorecer solapadamente un crecimiento demográfico que ahora -y no antes- parece coincidir con sus previsiones socioeconómicas. Pero ése es otro tema. El del preservativo o condón es el de su oportuna salida a la vida pública, después de su larga vida en la oscuridad y la condena.

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