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Reportaje:

Nadar en un río lleno de cocodrilos

En El Salvador, los aliados de la guerrilla y la extrema derecha buscan ocupar el vacío político dejado por el fracaso de la Democracia Cristiana

Antonio Caño

Una cena celebrada recientemente en la residencia del embajador de Estados Unidos en El Salvador estuvo a punto de provocar un incidente diplomático cuando el anfitrión dijo que el líder de la extrema derecha, Roberto d'Aubuisson, y uno de los comandantes guerrilleros, Joaquín Villalobos, pertenecían a la misma especie de gánsteres. Uno de los invitados, el líder del Frente Democrático Revolucionario (FDR), Rubén Zamora, se vio en la penosa situación de tener que defender a D'Aubuisson para sostener ante el representante norteamericano que el gansterismo era una especie política propia de EE UU, sin par en El Salvador.

Rubén Zamora cumplió así con el papel que la situación política salvadoreña está reservando a los aliados de la guerrilla que desde hace siete meses desarrollan su propia actividad legal en el interior del país, el papel de buscar un espacio político entre los dos poderes ascendentes en El Salvador: la ultraderechista Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y los rebeldes del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN).Tras el estrepitoso hundimiento de la Democracia Cristiana (DC), el FDR, que prepara su participación electoral bajo la denominación legal de Convergencia Democrática, es la única fuerza de equilibrio que actualmente queda en el país, la única sinceramente interesada en promover la estabilidad política en un momento en que los principales protagonistas buscan cómo inclinar rápidamente la balanza a su favor. "Estamos nadando en un río lleno de cocodrilos", dice el dirigente de Convergencia Héctor Oquelí.

La contundente victoria de Arena en las elecciones legislativas de marzo pasado, la descomposición del Gobierno y de la Democracia Cristiana como resultado de sus divisiones internas, el incremento de la actividad guerrillera y, por último, la mortal enfermedad del presidente Napoleón Duarte describen el marco de una crisis con síntomas de agudizarse gravemente antes de las elecciones presidenciales de marzo del año próximo.

Con la aproximación de Arena al poder cobra vida la política de seguridad nacional y el riesgo de un aumento de la represión, para la que el Ejército se podría encontrar más amparado que antes por el poder político. La principal organización empresarial, respaldada por Arena, pide una mayor participación del Ejército en la política, y los grandes periódicos, controlados por la extrema derecha, no dejan de denunciar el clima de desorden y caos que vive el país. "Si hasta ahora no se ha definido la guerra a favor del Ejército ha sido por falta de decisión política", afirma el coronel Sigisfredo Ochoa, uno de los máximos dirigentes de Arena.

Al mismo tiempo, la guerrilla, que siente el vacío de poder, no quiere dejar pasar la oportunidad y ha endurecido sus acciones, con voladuras de postes de luz, ataques a transportes civiles y atentados con coches bomba en San Salvador. El FMLN está formando comandos urbanos y acercando la guerra a las ciudades, y parece contar ya, a juicio de los expertos, con capacidad para crear un clima de perturbación general en la capital salvadoreña.

"Todos los actores principales están percibiendo la crisis y actúan para buscar una definición a su favor, excepto Estados Unidos", afirma Rubén Zamora. Las autoridades norteamericanas asisten en El Salvador al resquebrajamiento de un sistema que había servido de experimento de cómo se puede combatir la insurgencia izquierdista con la combinación de presión militar y reformas políticas. Probablemente en ningún otro país del mundo en las últimas décadas ha puesto Washington tanto interés y tanto dinero -unos 3.000 milllones de dólares (unos 350.000 millones de pesetas) en nueve años- en favor del éxito de un régimen que se quería utilizar de ejemplo para toda Centroamérica.

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Todo eso se viene abajo sin que se divise qué puede hacer Washington para remediarlo. Difícilmente puede inclinarse en favor de Arena sin encontrar un ambiente hostil en la opinión pública y el Congreso norteamericano, que consideran a los dirigentes de ese grupo como los responsables intelectuales de los escuadrones de la muerte. Tampoco puede EE UU retirarse y entregar la victoria al FMLN.

Lavado de cara

Por el momento, la embajada norteamericana patrocina el crecimiento del sector con más posibilidades dentro de la DC, el encabezado por el ex canciller Fidel Chávez Mena, e intenta un acercamiento exploratorio a Convergencia Democrática. Otras fuentes creen que, simultáneamente, EE UU está estimulando un lavado de cara de Arena, que ahora se define como un partido liberal-conservador.En todo caso, parece descartado que Estados Unidos -cuyo poder en este país está sustentado sobre el hecho de que carga con la totalidad del presupuesto nacional, de tal manera que El Salvador es el tercer principal receptor mundial de ayuda militar norteamericana después de Israel y Egipto- dé su luz verde para un golpe de Estado. Tampoco el Ejército va a presionar en favor de esa opción. Fuera de toda sospecha está, antes que nadie, el actual ministro de Defensa, general Vides Casanova. "Cualquier cosa puede pasar menos que Vides participe en un golpe", afirma un alto miembro del Gobierno.

De acuerdo a la mayoría de las opiniones, el Ejército está hoy en una situación privilegiada, no sólo por ser uno de los mejor pertrechados de la región, sino también por el hecho de que, en ocho años, ha pasado de ser considerado una banda de criminales a una institución con la que todos cuentan. "El Ejército tiene ya bastante capacidad de decisión y si quiere más sólo tiene que esperar a que Arena gane las elecciones presidenciales", explica una fuente de la Iglesia católica.

Muchos altos oficiales se expresan en privado claramente favorables a una victoria electoral de la extrema derecha, a la que sóle le piden un cambio de imagen para mantener las relaciones privilegiadas con EE UU.

Todo el esfuerzo del Ejército parece puesto actualmente en prepararse para un incremento de la guerra. También las fuerzas políticas cuentan con una intensificación del conflicto y un mayor protagonismo de las opciones radicales, pero la imposibilidad de una victoria total por ninguno de los dos bandos mantiene todavía abiertos los canales de la solución política.

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