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La escuela es para guardar a los niños

Las actuales huelgas que se han producido en la educación han hecho salir a la luz algunas de las opiniones que sobre la escuela y la educación existen. Por ejemplo, cuando se empezó a hablar de servicios mínimos y de la importancia social que tenía la escuela para permitir el trabajo de los padres, algunos profesores protestaron airados señalando que la escuela no es una guardería cuya función es evitar que los niños estén en la casa o en la calle. Algunas voces se elevaron para manifestar la nobleza de la misión que la escuela tiene encomendada como transmisora del saber y como formadora de los jóvenes.Sin embargo, creo que esas manifestaciones o bien ponen de manifiesto una notable ignorancia sobre cuál es la función real de la escuela o tratan de confundir los deseos con la realidad. De hecho, si examinamos la historia nos damos cuenta rápidamente de que las escuelas se generalizaron en los países más industrializados cuando el aumento del maquinismo hizo innecesaria la mano de obra infantil. Los niños ya no tenían que trabajar en las fábricas y, dado que sus padres sí trabajaban, era necesario tenerlos en algún lugar. En las sociedades campesinas, en las pequeñas comunidades, los niños están junto con sus padres y de ellos reciben la formación. En las grandes aglomeraciones urbanas y con los horarios del trabajo fabril o administrativo eso resulta imposible y los niños y jóvenes han de estar en la calle formando grupos, lo cual se vio claro que constituía un peligro potencial para la sociedad. Por eso es por lo que empezaron a generalizarse las escuelas, antes sólo para una reducida minoría, 1 y en ellas permanecían los niños i mientras sus padres trabajaban, o sin que fuera muy importante lo que los chicos realizaran allí. Esto nos permite comprender cómo es posible que en la Inglaterra del siglo XIX, como recuerda el historiador Cipolla, se recomendara que los maestros de las escuelas supieran leer y escribir, lo que indica que no era lo más frecuente. Efectivamente, para aprender a obedecer y a repetir de memoria máximas y oraciones no era necesario ni que el maestro ni que los alumnos supieran leer ni escribir.

Y, lo queramos o no, ésta sigue siendo todavía la función fundamental de la escuela: mantener a los niños ocupados durante unas horas al día, facilitando que sus padres puedan hacer otras cosas. Pero no es lo único. Además, la escuela enseña algunas cosas que son fundamentales para el mantenimiento del orden social, enseña a someterse a un horario, a diferenciar el período del trabajo y el período de ocio y las vacaciones del tiempo lectivo, en definitiva, enseña a no preguntarse por la razón de determinadas cosas, todo ello esencial para convertirse en un adulto dentro de una sociedad en la que uno no controla su propio destino, en la que uno siempre está sometido a las decisiones de otros.

Una tercera función importante de la escuela es la de socializar a los niños, que necesitan estar con otros niños y aprender de ellos, entrenarse en el contacto social, y eso resulta difícil de hacer en una sociedad cada vez más atomizada. Por ello para los niños es importante asistir a la escuela y convivir con otros compañeros, de los, cuales aprenden tanto como de los adultos.

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En cuarto lugar, y finalmente, la escuela sirve también para transmitir conocimientos. Es evidente que cada vez se enseña y también se aprende más en la escuela. Incluso un cierto frenesí ha invadido a padres, maestros y autoridades administrativas para que los programas se hinchen como globos pero sin que cambien las formas de enseñar. Si se compara lo que los alumnos deberían aprender y lo que realmente aprenden, lo que repiten como loros y lo que entienden, nos damos cuenta de que la distancia es enorme, y cada vez tenemos más estudios que muestran lo poco que se aprende en la escuela.

¿Quiere esto decir que en la escuela se está perdiendo el tiempo? Depende de la importancia que atribuyamos a que se aprenda a obedecer y a hacer las cosas porque a uno se las mandan. De esa manera es como se aprenden las cosas en la escuela. Memorizar contenidos abrumadores sin entenderlos es una manifestación más de sumisión y de aceptación del poder de otro, es una prueba que la sociedad hace a los que van a integrarse en ella, un rito de iniciación, equivalente a los que existen en otras sociedades que consideramos "primitivas".

Los que pasan las pruebas están listos para poder entrar con todas las garantías y derechos en la sociedad adulta. El que no es capaz de pasar por ello, no obtendrá un título y su incorporación a la vida social sólo se hará en ciertos puestos. La función que se nos encomienda a los profesores es la de contribuir a mantener el orden social, y podemos decir que en muchos aspectos nuestra tarea es mucho más eficaz que la de otras instituciones que sirven para lo mismo como los tribunales o la policía.

Así pues, lo que realmente perjudica y preocupa de que los niños no vayan a la escuela son los problemas laborales y sociales que esto trae consigo a los padres, que se ven obligados a buscar las formas más inverosímiles para mantener entretenidos a sus vástagos. Desde luego, lo que menos preocupa es lo que puedan dejar de aprender, y si hay alguna preocupación de este tipo se refiere sobre todo a la pérdida de hábitos de disciplina durante estos días de huelga. Sí la preocupación fuera por lo que se deja de aprender, se supone que una huelga de universidad podría tener unas repercusiones muy grandes, y sin embargo la mayor parte de la población no se ha enterado siquiera de que existe una huelga de profesores universitarios desde hace tiempo.

En realidad puede decirse que a casi nadie le preocupa que se aprenda mucho o poco en la escuela. En todos los países hay graves problemas con lo que se llama la calidad de la enseñanza, y aunque periódicamente se hacen ciertos esfuerzos en ese sentido, suelen tener más de actividades propagandísticas encaminadas a ganar votos que de preocupaciones profundas. Entre nosotros, aunque el Ministerio de Educación hace declaraciones periódicas sobre la importancia del problema de la calidad de la enseñanza, el hecho es que se ha preocupado de cualquier otra cosa menos de mejorar esa calidad. A los padres tampoco les preocupa mucho, y, en todo caso, no saben qué pueden hacer. Todo lo más, les puede interesar que el paso por la escuela facilite el ascenso social de sus hijos. A una mayoría de los maestros el problema tampoco les preocupa, y lo que a algunos les da miedo es que la mejora de la calidad de la enseñanza pueda significar más trabajo.

Pero las culpas no hay que echárselas a los profesores. Dar clase, estar en contacto con niños, constituye un trabajo extremadamente duro, socialmente poco valorado y muy mal pagado. En una sociedad en la que imperan las leyes del mercado, la consecuencia evidente de esa baja consideración social es que pocos se deciden a ser maestros si pueden hacer otra cosa. No es normal elegir por gusto una actividad mal pagada, con poco prestigio y dura. Y cualquier reforma de la educación, cualquier mejora de lo que se hace dentro de las escuelas, tiene que pasar en primer lugar por cambios en el profesorado. Hay una contradicción que no será fácil de resolver. Un buen profesor, que sea algo más que un guardián de niños, y más en la enseñanza básica, es alguien que debería tener unas cualidades excepcionales, y eso no se consigue pagando poco.

Con todo esto lo que queremos recordar es que las escuelas, mientras no se cambien, tienen entre sus principalísimas misiones guardar a los niños, y es mejor que los profesores lo sepamos y no nos engañemos pensando que nuestra tarea es mucho más sublime.

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