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La literatura magrebí triunfa en Francia

Una brillante generación de escritores emplea el idioma del colonizador para buscar su propia identidad

La editorial Península publicará próximamente La noche sagrado, de Tahar Ben Jelloun, que lleva vendidos hasta estas fechas en Francia 340.000 ejemplares. No cabe duda: la literatura magrebí de expresión francesa está de moda en Francia. Es más: el escritor argelino Kateb Yacine fue galardonado en 1987 con el Premio Nacional de las Letras, y el marroquí Ben Jelloun, con el Goncourt. Por otra parte, esta literatura no está reconocida por su público natural -el árabe-, sino por el que mantiene la infraestructura editorial -el francés-, que, si bien no parece forzar la mirada del narrador, es el que la solicita y auspicia. Este triunfo magrebí en el mundo de las letras francesas contrasta con el auge del racismo en una sociedad que ha propiciado el éxito electoral de un político como el ultraderechista Le Pen.El escritor magrebí de la primera generación había participado de una escolaridad francesa era lógico, pues, que utilizara el idioma del colono. Con el advenimiento de la independencia nacional -Argelia en 1962 Marruecos y Túnez en 1956-, escritores del calibre de Kateb Yacine optaron por repudiar la lengua del ex invasor. Otros continuaron usándola, pero como "arma en contra", precisa Pierre Bemard, que dirige una editorial especializada en literatura árabe.

Hoy día los escritores de la vieja generación, como Mohamed Dib, Driss Chraibi, junto a los de la última, como Tahar Ben Jelloun y Abdelwahab Medideb, siguen escribiendo en frandés: "Es el idioma que domino", puntualiza Ben Jelloun "Soy bilingüe, escribo en francés, pero estoy rodeado de libros árabes", remata Meddeb.

Insurrección

Los escritores magrebíes de ex presión francesa han ido siendo aceptados desde la II Guerra Mundial. A inicios de los cincuenta ha predominado la descripción etnográfica de la vida tradicional, ya sea en ambientes populares de la ciudad, ya sea en el campo. Con L'incendie (1954), de M. Dib, se advierte ya el barullo insurreccional puesto que gira en tomo a una revuelta campesina, en la que se asiste a una pugna entre campesinos, percibida en térmirtos de análisis marxista. Pero no se puede decir que esta no ela de Dib, que además es tributaria del neorrealismo de un Carlo Levi o un Enzo Vittorini, incurra en la denuncia política. Tampoco se puede afirmar de Nédjma (1956), de Yacine, que, aunque recree la toma de conciencia de la identidad nacional del pueblo argelino, a la vez que relata una epopeya mí tica, aborda la herejía amorosa dinamita las convenciones literarias e introduce recursos simbólicos. En Marruecos, D Chraibi embiste contra el poder patriarcal -metáfora del colonial- con Le passé simple (1954), haciéndonos partícipes dela rebeldía de un hijo, y Túnez está empeñada en la búsqueda de identidad con La statue de sel (1953), del judeo-árabe Albert Memi, que nos narra la vida de un joven norteafricano en un país en vías de insurrección.Con la implantación de regímenes nacionalistas en Argelia y Túnez, y monárquico en Marruecos, la literatura se ve asignada una misión didáctico-política, y le incumbe al escritor servir la causa de la independencia. L'opium et le báton (19,65), de Mouloud Mameri, bosquej a el héroe que vive para la revolución; Assia Djabar traslada, en Les albuettes naïves (1967), el cambio histórico que habría afectado a las mujeres liberadas por el régimen redentor, apuntalándose en figuras prototipo como el intelectual Omar, el rebelde Rachid, y la emancipada Nfissa. A finales de los sesenta irrumpen temáticas divergentes; en La danse du roi (1968) Dib hace alternar el monólogo de dos voces, la del ex terrorista Rodwan, y de la enigmática Arfia, que asestan una mirada hipererítica a los mitos revolucionarios.

Habrá que esperar los años setenta para que se agudice el corte epistemológico. Se hacen trizas los presupuestos de la literatura guerrera, productora de mitos, y se abunda en una escritura de constat (balance) que le planta cara a los errores del régimen y a la vertiente patriarcal del sistema.

En La fleuve détourné (1982), Rachid Mimouni fustiga la revolución fallida, con un periodista obligado a aceptar la coerción de la censura, después de haber luchado por la independencia y la libertad. Los hay como Rachid Boudjedra que optan por enfrentar la tradición islámica y la modernidad técnica: con La répudiation (1969), Boudjedra reconstruye el pasado remoto de un joven argelino traumatizado por la repudiación impuesta a su madre; Le démantilement (1981), del mismo autor, revisa la historia de su país, anclado aún en la superstición, la magia y la religión.

Los años ochenta ilustran los cambios temáticos, estilísticos, que caracterizan la literatura del Magreb. Dib aboga por una escritura intimista, repleta de impresiones y observaciones, que invoca una meditación sobre el más allá, sobre el mal. El tunecino Meddeb hace una incursión en la mística: "Para mí, el islam y la cultura europea forman parte de una diacronía idéntica. Hay simbiosis entre el sufismo musulmán y la mística cristiana de san Juan de la Cruz". Meddeb ha rescatado temas muy árabes, como el enigma de la mujer, el extranjero, la memoria, desde una escritura europeizada, que peca a menudo de hermética. Ben Jelloun ha recuperado la tradición del cuento popular, para hacerse cargo de una temática más propia de la literatura argelina que de la suya marroquí: la infancia, los orígenes. En La noche sagrada, que Península editará próximamente, nos retrotrae al relato de Ahmed, el "niño de arena" azotado por el paso del tiempo, que toma la palabra para hacernos testigos de su historia.

Búsqueda de identidad

La búsqueda obsesiva de los origenes / de la identidad parece imponerse como la tendencia más clara de los últimos años. El Magreb viene a ser una encrucijada de pueblos, árabe, fenicio, romano, etcétera, y no sorprende encontrarse con un Memi que intenta hallar en La terre interieure (1976) un orden mental en su identidad compleja: ha pasado a ser de descolonizado a judío sionista, y, sin embargo, nostálgico de su Hará, de su reducto de tradiciones atávicas.Chralbi hurgará en la conquista de Andalucía por los ejércitos árabes, y Fanzi Mellah. nos contará en Le concave despleureuses (1987) las tribulaciones esperpénticas de un periodista encargado de investigar una oleada de violaciones, pretexto al libelo contra los usos sociales de la modernidad occidental. Abdelkebir Khatibi, el más intelectualizado de todos, ha excavado de la semiología, el psicoanálisis, la reflexión teórica, las interacciones entre culturas, para bucear en el tema de la diferencia -el mismo y el otro. Se trata, pues, de un fenómeno literario-sociológico que sigue instalado en un estatuto contradictorio, tambaleándose entre la necesidad de utilizar la infraestructura editorial de los franceses, pero para contar la historia autéctona, su tradición, y la de ser leídos por su público natural, el árabe.

Esa ubicación ambigua ha sido fomentada por la carencia de infraestructura editorial en el Magreb: "Con la década socialista ha habido monopolio de Estado, y todavía padecemos las secuelas burocráticas, con problemas ligados a la importación de libros", explica Meddeb en lo que concieme a Túnez. "El problema de la nueva generación", recalca el editor P. Bemard, que ha suscrito un acuerdo privilegiado con Argelia, "consiste en hacerse oír en el exterior y que su voz regrese a su país como si fuera un eco".

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